La crisis de Libia se ha convertido en un rompecabezas tanto por los propios libios como la comunidad internacional. A hora de hoy, nadie sabe lo que puede salir de las negociaciones iniciadas en Argelia entre las facciones rivales y bajo los auspicios de la ONU y otras en llevadas en paralelo en Maruecos entre los dos parlamentos existentes.
Después del derrocamiento de Kadhafi, los libios se encontraron en una situación de desorden. No había ningún plan serio de reconciliación nacional. El gobierno de transición al que apoyó la OTAN para atacar las fuerzas de Kadhafi no se mostró capaz de unificar el país en un proyecto común. Se destruyó el ejército nacional y la administración. El país se quedó entre las manos de bandas que habían luchado cada una a su lado con intereses propios.
De repente, Libia se vio sumergido en enfrentamientos tribales y sectarios con señores de guerra autónomos luchando para ampliar su influencia y su territorio. Al gobierno central le faltaron fuerzas e ideas para mantener un país unido. Entre tanto, los yihadistas aprovecharon para afincarse y crear un espacio para el estado islámico. También los traficantes de todo tipo encontraron espacio para hacer de Libia su plata forma. Los yacimientos de petróleo sirven para financiar las milicias que luchan entre ellas.
Aprovechando el caos, las redes mafiosas hacen pasar a los inmigrantes de diversos países por allí antes de emprender los peligrosos viajes por el Mediterráneo.
En la actualidad, existen un parlamento y un gobierno no reconocidos por la comunidad internacional en la capital Tripoli y otro parlamento y gobierno reconocidos en Tobrouk. Las negociaciones de Maruecos pretenden llevan los dos rivales a un acuerdo para formar un gobierno central.
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