jueves, 18 de junio de 2020

Un nuevo presidente para Burundi

(Gaetan Kabasha)

La historia reciente de Burundi está llena de dolor y esperanza, de lágrimas y sorpresas. Hoy podríamos hablar de esperanza guardando todas las precauciones.  La esperanza de un país reconciliado y próspero, abierto al mundo y peregrino en las sendas de la democracia. Pero, todo dependerá de un hombre y este hombre es Evariste Ndayishimiye.
Cuando el país entró en las elecciones presidenciales, el 20 de mayo de 2020,  todo el pueblo cortó su respiración por miedo a lo que podría pasar. El pasado de Burundi es tan repleto de episodios violentos que cualquier momento de tensión nacional puede abocar a unas escenas de violencia colectiva. El presidente Nkurunziza había sorprendido a todos renunciando a un cuarto mandato que sin embargo le otorgaba la nueva Constitución votada en 2018.  Contra todo pronóstico, había elegido al general Evariste Ndayishimiye como sustituto dejando de lado al presidente de la Asambea Nacional, Pascal Nyabenda que estaba dado por favorito. Por lo visto, los generales que tienen las riendas del poder quisieron que uno de ellos se hiciera cargo del relevo.
Al proclamar los resultados, como era de esperar, el candidato oficialista fue proclamado ganador y por sorpresa de todos, el opositor, el siempre rebelde Agatho Rwasa, no invitó a sus seguidores a las manifestaciones, lo que hubiera ocasionado inexorablement  enfrentamientos entre las milicias del poder (Imbonerakure) y la juventud de la oposición. Fue la primera sorpresa.
Según la Constitución, el nuevo presidente  tenía que jurar el cargo el 20 de agosto pero entre tanto algo dramático pasó. El presidente saliente, Nkurunziza, falleció de una muerte repentina el 9 de junio. A partir de este momento, se temió lo peor. En efecto, los fantasmas del pasado nunca están lejos. Sin embargo, los actores políticos parecen haber entendido que un Burundi ensangrentado no beneficia a nadie. Hizo falta mucha cordura y mucha sensatez. El Tribunal Constitucional dictaminó que el nuevo presidente electo tenía que jurar el cargo cuanto antes, evitando así una incierta transición que podía alentar los apetitos de los siempre quieren pescar en aguas turbias. Fue la segunda sorpresa.

Hoy Ndayishimiye ha jurado el cargo. El futuro está sobre sus hombros. Todo dependerá de sus decisiones. Los desafíos son enormes. En un primer lugar, tendrá que crear condiciones favorables para que los exiliados de la crisis de 2015 puedan volver sin miedo a represalias. Muchos creen que la disolución de la milicia Imbonerakure puede ser una buena señal en este sentido. En segundo lugar, tendrá que hacer esfuerzos diplomáticos para volver a colocar el país en la órbita de las naciones dónde fue expulsado poco a poco hasta quedar recluido sobre sí mismo. En tercer lugar, poner en marcha la economía que actualmente está por los suelos por falta de financiación y de inversiones exteriores. En paralelo, el nuevo presidente tendrá que ir consolidando la democracia, abriendo el espacio político y favoreciendo la prensa libre sin poner en peligro la seguridad nacional.
Ndayishimiye es un hombre de una cierta reputación de moderación y de diálogo. Nacido en 1968, se unió a la rebelión hutu en 1995 poco después de escapar a una matanza de estudiantes en la Universidad de Bujumbura. Fue ganando galardones al mismo tiempo que combatía el poder tutsi, sobreviviendo varias veces a la muerte segura junto con Nkurunziza y otros combatientes. En 2003, después de la firma de los acuerdos de Arusha, se integró al ejército nacional. En 2005, fue nombrado Jefe de Estado Mayor adjunto del ejército con el rango de general.
Durante mucho tiempo, fue hombre de confianza de Pierre Nkurunziza y ocupó varios puestos de responsabilidad política y militar. Está casado, tiene 8 hijos y se declara ferviente católico. Algunos analistas de la situación de Burundi le califican como el menos malo de los posibles sucesores de Nkurunziza. Que se sepa, no tiene en su expediente ningún episodio que podría dañar su imagen. Por tanto las tiene todas consigo para tener éxito. Todo dependerá de su capacidad a marcar las distancias con el pasado sombrío sin cortar necesariamente el cordón umbilical que le relaciona al patriotismo.

(Para colaborar con África www.audesarrollo.es)

martes, 16 de junio de 2020

Muere el presidente Pierre Nkurunziza

Un héroe para algunos, una bestia negra para otros, Pierre Nkurunziza muere con 55 años a dos meses de dejar la presidencia de Burundi a un sucesor que él mismo ha elegido. Su muerte conmueve tanto a los seguidores que le adoran como un mensajero divino como a los detractores que le odian con la misma intensidad.
Nkurunziza nació en una familia bastante holgada. Su padre, Hutu, formaba parte de la élite política de después de la independencia del país. Su madre, Tutsi, era enfermera. En 1972, cuando Nkurunziza tenía siete años, su padre era diputado de la nación. En aquel momento el gobierno de Michel Micombero decidió eliminar a todos los intelectuales hutus sin excepción en todos los rincones del país. Fue un genocidio en toda regla aunque no reconocido internacionalmente todavía. Ministros, diputados, profesores, comerciantes, estudiantes etc. fueron buscados, masacrados y enterrados en fosas comunes lejos de sus familias que nunca volvieron a saber de ellos. Miles de Hutus huyeron hacía los países vecinos. El conflicto étnico cogió las proporciones jamás vistas antes. El padre de Nkurunziza desapareció así dejando atrás 6 huérfanos.

Con duros esfuerzos, Nkurunziza pudo cursar los estudios en un ambiente muy difícil y llegó a ser profesor de educación física en la Universidad de Burundi. En 1993, una ola de democratización de África llegó a Burundi y el pueblo eligió soberanamente a Melchior Ndadaye, un hutu salido del exilio. Por primera vez en la historia de este país, alguien de la mayoría étnica cogió el destino del pueblo en unas estructuras politico-militar completamente adversas. Aquello no duró mucho ya que después de 3 meses, Ndadaye fue asesinado por los militares. Su muerte fue seguida de enfrentamientos sangrientos y una guerra civil de casi 10 años.
En 1995, Nkurunziza escapó de un intento de asesinato en la universidad dónde enseñaba y decidió ingresar en la rebelión hutu. Poco a poco, con su talante, consiguió hacerse cargo del movimiento poniendo fin a las rivalidades entre los diferentes líderes de la rebelión. En 2003, filmó los acuerdos de paz de Arusha entre el gobierno de Pierre Buyoya y las diferentes rebeliones, auspiciados por el icónico Nelsón Mandela. Burundi entró en una nueva era dónde la democracia se fundamentaba sobre el reparto del poder entre los Hutus y los Tutsis en todos los niveles de la administración nacional.
En 2005, con 40 años, Nkurunziza fue elegido presidente de Burundi con una mayoría abrumadora de 94% de los miembros de la cámara de diputados. Su llegada al poder supuso un antes y un después, poniendo fin a los repetidos enfrentamientos entre los Hutus y los Tutsis. 
Su sistema de gobierno fue visto por muchos como una bendición para la nación y un símbolo de reconciliación: sencillez, cercanía con el pueblo, deporte, insistencia en el desarrollo rural (escuelas primarias por todas partes, centros de salud etc). Aparecía en las colinas con su bicicleta y se ponía a cultivar con la gente. Se hizo tan popular que consiguió instalar su partido el corazón de los campesinos. Pero algunos le reprochaban su tendencia a confundir su evangelismo con la política queriendo convertir al aparato del Estado en una propaganda de su iglesia pentecostal. De hecho, casi nunca sintonizó con la poderosa Iglesia Católica hasta el final.
En 2015, cuando todos esperaban que abandonara el poder según los acuerdos de Arusha que guiaban el país como pacto fundacional, el presidente sorprendió a los suyos y ajenos que se presentaría al tercer mandato. Los problemas empezaron allí. Algunos de sus compañeros de partidos no entendieron esta actitud. Muchos le hicieron saber en vano. El ambiente se tensó mucho en todos los ámbitos de la vida nacional. Un golpe de Estado organizado por sus antiguos compañeros de lucha fue asfixiado. El país se paralizó. Miles de burundeses volvieron a huir del país. La prensa privada fue mermada; las voces críticas acalladas. Se empezó hablar otra vez de rebeliones. En realidad aquello fue una guerra entre los hermanos enemistados, una rivalidad entre los vencedores en torno al poder. Nkurunziza salió ganador pero con una nación herida, cerrada al mundo. La comunidad internacional le retiró apoyo y financiación. Durante cinco años, el presidente no salió del país. Al mismo tiempo, el pueblo burundés aprendió a vivir con sus propios medios sin depender demasiado de las ayudas exteriores. Su relación con Ruanda, su vecino del norte, se deterioró tanto que los dos presidentes lo manifestaron en público acusándose mutuamente de apoyar a los ellos llaman "enemigos".
En 2020, cuando nadie lo esperaba, Nkurunziza sorprendió a todos anunciando que no se presentaría a las nuevas elecciones. Influyó en la elección del candidato del partido CNDD-FDD, el general Evariste Ndayishimiye. Fue un alivio para todos, tanto los de su partido como los opositores que vieron en este gesto una oportunidad de volver  a una cierta reconciliación nacional.
La muerte repentina de Nkurunziza el 9 de junio oficialmente por infarto no deja de levantar interrogantes. Todo lo que se puede decir es que sus seguidores le lloran como a un mesías que acaba su misión y esperan que su sucesor siga sus huellas. Los detractores desean desde el fondo de su corazón que el nuevo presidente, Ndayishimiye, abra el país y recomponga la fractura social que se ha instalado desde 2015. En paralelo, sus seguidores hablan de una estrella divina que desaparece dejando atrás una vislumbraste luz, un patriota al que habrá que construir un gigante monumento.  No cabe duda de que, a pesar de las controversias, su decisión de pasar el testigo será recordado como un gesto de gran trascendencia en un continente dónde los presidentes suelen tomarse por insustituibles.
Requiescat In Pace.

                                                                                                  Gaetan