viernes, 26 de mayo de 2017

Las lágrimas de Bangassou. ( Autor: Gaetan)


Encontrar un rincón de la República Centroafricana dónde se respira paz fuera de la capital es casi un milagro. Dónde no hay enfrentamientos sangrientos, hay desplazados de larga duración u otro tipo de inseguridad que impide a los habitantes vivir tranquilamente y ocuparse de sus familias. Desgraciadamente, parece que la realidad de los grupos armados se ha convertido en una lacra sobre todo el territorio poniendo en jaque a la Comunidad Internacional y al propio gobierno nacional.
Últimamente, se habla mucho de Bangassou y con razón. La sangre se derrama en este pueblo y sus habitantes no saben quién les puede enjugar las lágrimas del dolor infligido por los grupos autodenominados autodefensas.
Esta dolorosa historia empezó con la división de los seleka. Por alguna razón, los musulmanes en torno a Nouredin Adam rompieron de los fulani (peulhs), un grupo de musulmanes nómadas, en torno a Ali Darass. Por alguna otra razón, los mismos seleka de Nouredin Adam se aliaron con sus antiguos enemigos, los célebres antibalaka. Nadie podía imaginar que esta alianza contra natura fuera a funcionar. Contra todo pronóstico, funcionó. Los peulhs se convirtieron en enemigos mortales tanto de los seleka como de los antibalaka.
Una guerra atroz estalló en la parte controlada por los seleka. Fue avanzando desde el nordeste de Centroáfrica hacia el centro, Bambari. Ali Darass perdió terreno y se vio recluido en Bambari. Para evitar un baño de sangre dentro de esta ciudad de unos 45.000 habitantes, los cascos azules (MINUSCA) le convencieron que saliera de la ciudad hacia el este. La operación fue acogida como un éxito de la MINUSCA pero, nadie se dio cuenta de que acababa de solucionar un problema en un lugar, desplazándolo a otro lugar.
Los soldados de Ali Darass se dirigieron al este de la República Centroafricana, ocupando progresivamente las ciudades que, hasta allí estaban sin presencia de grupos armados (Gambo, Bakouma, Nzacko etc.).
El comandante de los autodefensas de Bangassou.

Los jóvenes de la Basse Kotto constituidos en antibalaka cruzaron el río hasta Mbomou pasando por Mourou, Zabe, Ndambissoa, Gbolo. En el camino fueron reclutando a todos los jóvenes e iniciándoles en las prácticas místicas y paganas propias de este grupo que se declara defensor de los cristianos pero que en la práctica es una máquina de matar absolutamente pagana. Una vez organizados, atacaron Bakouma. Allí mataron a decenas de seleka peulhs pero también a los civiles musulmanes. Para estos jóvenes insurgentes, todo musulmán, armado o no, se convierte, por asociación, en un enemigo a eliminar. Se mueven en la lógica del enemigo por extensión.
Después de hacer estragos en Bakouma, se dirigieron hacia el sur con el objetivo de atacar Bangassou. Llegaron a esta ciudad de unos 30.000 habitantes el sábado 13 de mayo. Unos días antes, habían matado y mutilado a cinco cascos azules en una de sus barreras en el poblado de Yongofongo (25 km ruta Rafaï). Cuando entraron en Bangassou, fue la sorpresa general: ¿Quién podía imaginar que unos jóvenes analfabetas venidos de los pequeños pueblos, armados de fusiles de caza y vestidos de amuletos de invulnerabilidad como creen ellos, eran capaces de conquistar una ciudad tan grande como Bangassou, desafiando la MINUSCA y todas las autoridades civiles y religiosas del lugar?
Desde entonces, muchas lágrimas se derraman en Bangassou. Los musulmanes están atacados por ser quienes son sin más. Los dos imanes cayeron bajo las balas, uno de ellos al lado del obispo de Bangassou, Juan José Aguirre quien intentaba salvar vidas en medio del horror. Los muertos se cuentan en centenares y esta violencia ciega no parece acabarse. Los cascos azules están desbordados y nerviosos. Los miles de desplazados musulmanes acogidos en el obispado en unas condiciones precarias pasan el día con el miedo en el cuerpo y pasan la noche sin saber si verán el amanecer con vida. Todos sus bienes fueron saqueados y sus casas quemadas. Las escuelas están cerradas y las instituciones paralizadas. Bangassou llora.
En el mismo tiempo, otros grupos de antibalaka atacaron la ciudad de Alindao. Allí la represalia de los combatientes de Ali Darass produjo una matanza con una barbarie inimaginable. Prácticamente las dos prefecturas de Basse Kotto y Mbomou viven día a día bajo violencia. Las grandes ciudades (Bria, Alindao, Mobaye, Bangassou, Bakouma, Nzako etc.) están paralizadas por una carnicería de unos y otros. Tanto en el obispado de Alindao como en el de Bangassou se encuentran miles de desplazados necesitados de ayuda de todo tipo (alimentos, higiene, medicamentos, seguridad etc.) Hasta los hospitales no están al margen de este encarnizado furor de las bandas armadas.
¿Quién salvará el país de esta barbarie?

Los desplazados del obispado de Alindao

La MINUSCA, a pesar de tener un mandato ofensivo claro del consejo de seguridad de la ONU no parece tener ganar de afrontar los diferentes grupos armados que siembran el terror en distintos rincones del país. Además, los milicianos que ocupan Bangassou les atacan deliberadamente.
El gobierno del nuevo presidente democráticamente elegido, Touadera, no tiene ni medios ni planes claros para pacificar el territorio.  Cabe señalar que todavía el país carece del ejército y vive bajo embargo de armas. ¿Se puede pedir a un gobierno restaurar la paz sobre el territorio sin las fuerzas de seguridad?
Los antibalaka que se autodenominan autodefensas no parecen estar interesados por la paz y la cohesión nacional. Se mueven por el odio y la venganza sin ningún proyecto. Sería un error pensar que después de tantos horrores que infligen a sus ciudadanos pueden ser un motor de paz y de reconciliación. Más bien multiplicarán la violencia al infinito si nadie les para.
La única institución que está intentando salvar a unos y otros aún arriesgando la vida es la Iglesia Católica. Los obispos de las dos diócesis, los sacerdotes, las hermanas y otros agentes pastorales están dando un testimonio heroico ante la sinrazón de las hordas de la muerte.




viernes, 19 de mayo de 2017

Huir hacia ningún lugar

(artículo publicado en el blog de El Páis, África no es un país)
Autor : Gaetan Kabasha


Cuando la guerra amenaza con llevarte por delante con toda tu familia, la única salida posible es huir hacia un lugar seguro, esperando tiempos mejores. La mayoría de los refugiados, primero, han sido desplazados en su propio país antes de cruzar la frontera hacía otro país por la crudeza de la violencia o la guerra. Pero ¿qué pasa cuando sales de un país en guerra y huyes hacia otro país en guerra?
En este momento, la provincia de Bangassou, en el este de la República Centroafricana, acoge una gran concentración de refugiados de países vecinos y desplazados del mismo país.

Los congoleños que huyeron del grupo rebelde Ejército de Resistencia del Señor (LRA), de Joseph Kony y los sursudaneses que huyeron de una cruenta guerra fratricida que amenaza con convertirse en una limpieza étnica en toda regla. Las dos categorías de refugiados se encontraron con los desplazados internos centroafricanos en la misma zona. El este de Centroáfrica, aparte de ser un ejemplo del drama que viven los países de esta la región, podría convertirse en un caso de estudio para los analistas de los movimientos forzados.



Algunas mujeres desplazadas en el obispado de Bangassou

Primero llegaron los sudaneses en su primera etapa del exilio. Allá por los años 1980, cuando la guerra estalló por segunda vez entre el ejército de Sudán y el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA), el movimiento de los insurgentes de Sudán del Sur que reivindicaba la independencia de esa parte del país. En aquella época, más de 400.000 personas huyeron hacia los países vecinos, muchos a la República Centroafricana, donde encontraron refugio, durante casi tres décadas, en la localidad de Mboki. Allí fueron acogidos por los centroafricanos y vivían de las ayudas de la ONU.

Cuando se firmaron los acuerdos de paz entre Sudán del Norte y Sudán del Sur en 2005, la mayoría de los refugiados regresaron a su país. Cuando Sudán del Sur se convirtió en un país independiente en 2011, el mundo creía que se ponía fin a décadas de exilio de los sudaneses. Los organismos humanitarios pensaban que terminaba uno de los episodios más dramáticos de la historia reciente. Pero se equivocaron.

En 2013, estalló nuevamente la guerra, esta vez entre las dos etnias rivales, los dinka y los nuers. En 2016, la guerra llegó a tal crueldad que la comunidad internacional empezó a temer un genocidio. Entonces, muchos sudaneses volvieron a coger el camino del exilio. En la actualidad, decenas de miles de ellos viven en la localidad de Bambouti en la República Centroafricana.

Entre tanto, apareció el señor de guerra Joseph Kony en el nordeste de Congo, hacia 2005. Los guerrilleros ugandeses, huyendo del ejército nacional de Uganda, empezaron a cometer atrocidades sin nombre en esta parte del Congo. Miles de habitantes de Ango, Dungu etc. tuvieron que cruzar la frontera de la República Centroafricana hacia la localidad de Zemio buscando refugio. Desde entonces, allí acampan esperando que la situación de su país mejore.

El hecho de que los refugiados de dos nacionalidades se encuentren en una misma zona no es en sí algo único. En otros países como Kenia ya se ha dado el caso. Este país acoge a refugiados de Somalia, Etiopía, Sudán del Sur etc. La originalidad de Centroáfrica es que este país también tiene su propia guerra o más bien guerras en plural. Es un país al borde del colapso debido a las distintas bandas armadas que operan en él y a la ausencia del Estado prácticamente fuera de la capital, Bangui.

En primer lugar llegó Joseph Kony, el responsable del LRA. Huyendo de Uganda pasó por el Congo haciendo matanzas, y finalmente se instaló en el este de la República Centroafricana Desde 2008, sus guerrilleros no han dejado de atacar pueblos, saquear casas y tiendas, secuestrar a niños y niñas, o violar mujeres en esta parte del país. En consecuencia, muchos pequeños pueblos, por miedo a los ataques y sin posibilidad de defenderse, dejaron sus casas convirtiéndose en desplazados internos en las grandes ciudades.


En segundo lugar, una guerrilla conocida como Seleka, alianza de las tribus musulmanas del norte, invadió el país en el año 2012. Dieron un golpe de Estado y sembraron el desorden en todo el país. Desde entonces, Centroáfrica, a pesar de haber conseguido elegir a su presidente en unas elecciones democráticas celebradas en febrero de 2016, no alcanza la paz. El este del país está particularmente bajo la amenaza de las distintas facciones de los Seleka, que se pelean entre ellos, ocasionando desplazamientos de personas.

Por si fuera poco, también los jóvenes de distintos pueblos se constituyeron en milicias llamadas Antibalaka. En la actualidad, prácticamente todo el territorio de Bangassou está infectado de estas bandas sangrientas.
El problema de esta zona es que es casi inaccesible por carretera. La ayuda humanitaria que parte de Bangui, la capital, recorre casi más de 1200 km para llegar a Bambouti, pasando por centenares de barreras de los milicianos, en una pista de tierra mal conservada. Cuando llega la época de lluvias, los camiones se atascan durante semanas, por el mal estado de las carreteras. La única vía de acceso rápido para los servicios humanitarios es por el aire. Desgraciadamente, no hay aeropuertos grandes para abastecer a los refugiados a través del avión.



La carretera que une Bangui con el este del país.

No sería exagerado decir que la única autoridad que queda en esta parte del país es la de la Iglesia Católica, que mantiene su presencia en todos los lugares, a pesar de la inseguridad. Tanto los sacerdotes locales como las religiosas misioneras desafían el peligro, cuidando de los desplazados y los refugiados, pero también manteniendo una llama de esperanza en medio de la desesperación.

En resumidas cuentas, el este de la República Centroafricana puede ser considerado hoy en día como un triángulo de miseria, dónde los refugiados llegan huyendo de la guerra para caer en la guerra; huyen del hambre para seguir hambrientos. La inseguridad se ha apoderado de todos los países de la zona. Tanto es así que se puede realmente afirmar que los que huyen no van a ningún lugar.

PSDespués de escribir este artículo, nos hemos enterado de que un grupo armado constituido de jóvenes que se autodenominan "autodefensas" acaba de ocupar la ciudad de Bangassou y miles de desplazados se encuentran en las instalaciones del obispado.

martes, 2 de mayo de 2017

HAY VIDAS Y VIDAS
(Artículo publicado por Mari Paz López Santos en Eclesalia 28/04/2017)

Hay vidas que conociendo a quien la vive y reconociendo que la vocación, la misión, la entrega y el amor son la constante de cada instante de su vida, que se vive al margen porque se situó, hace ya muchos años, en los márgenes que viven los que no parece que importe a nadie que vivan o no vivan. Hay vidas y vidas.
He recibido el correo electrónico de un buen amigo que desde uno de los márgenes o periferias del mundo (viene de la República Centroafricana) y lo he leído con rapidez primero, y poco a poco después. Cada letra ha sido tecleada a la carrera, sin saber muy bien si podría enviarlo o no.
Me retiro, en silencio, para que la palabra de mi amigo pueda sonar en muchos corazones, al menos para acercarnos a su vida y los que parecen ser invisibles, como tantos otros, en el mapa del mundo, en la responsabilidad de las naciones y en los corazones de quienes todo esto nos pilla lejos, o ya no tan lejos aunque no lo queramos ver.
Escribe mi amigo (*1):

“He leído tu mail con retraso porque he estado fuera de cobertura durante toda la Semana Santa y unos días más. El domingo de Ramos estuve en la Catedral de Bangassou y el martes tuvimos la misa crismal con una parte de mis curas. El miércoles ya te digo que me fui a una zona de alto riesgo, con muchos rebeldes armados rondando y la gente muy asustada. Fui a pasar la Semana Santa con ellos para pacificar el ambiente y que los rebeldes nos dejaran recomenzar la escuela, que no dispararan para no amedrentar a los niños y normalizar la vida de la misión y del pueblo. A la siguiente no pude pasar porque la pista estaba muy peligrosa y todos me decían de no tentar al diablo que nadie había pasado en varias semanas. Muchos musulmanes han muerto en estas semanas, asesinados por gente violenta. El Jueves Santo quise lavar los pies a un musulmán, un poco como para lavar esa sangre inocente derramada. Me he traído un niño de 10 años a quien le han matado a la familia. Lo tengo donde las monjas hasta que encontremos restos de su clan itinerante que andará huyendo por la selva.
El Viernes Santo me fui a una comunidad en plena selva. Había un grupo de viudas a las que les habían matado a los maridos delante de ellas unos días antes, amarradas las manos  con una cuerda a la espalda, les volaron la cabeza simplemente por no tener dinero que dar a estos paramilitares sin escrúpulos. Ellas habían huido cinco kilómetros hasta llegar a donde yo estaba y no paraban de llorar. Pero es que desde la primera lectura de ese Viernes Santo empezó a llover y diluvió hasta el final de la oración de la Pasión. Yo no podía abrir boca porque el ruido de la lluvia sobre las planchas de zinc me lo impedía. Dios amordazó nuestras bocas llorando a cántaros desde el cielo contra la barbarie que esos criminales habían cometido en ese pueblo de 50 habitantes.
El Sábado Santo estuve negociando con otros rebeldes menos armados, que dan caza a los primeros, para que dejaran a las Franciscanas y a los dos curas de recomenzar la escuela. Aceptaron. Mañana iré a otra zona de la diócesis donde otro grupo de rebeldes han ocupado la escuela y violan a las mujeres del pueblo a su antojo. Me quedaré allí hasta el domingo, no sé si podré enviarte este mail mañana antes de irme.
                                                                     Mons. Aguirre junto a un miliciano antibalaka.

He pedido a la fuerza de la ONU, la Minusca, que me acompañe, pero me dicen que no han recibido órdenes de sus mandos. La ONU no encuentra países con soldados disponibles que quieran venir a Centroáfrica.
Vivo todo esto desde la serenidad sabiendo que Dios llora en las guerras y nos acompaña con su presencia invisible. La semana que viene tendremos una peregrinación de tres días que termina con una ordenación sacerdotal. Viviremos otra vez en zona de alto riesgo pero abrigados bajo el manto de la Virgen María.
Acabo de leer tu libro “Misión Compartida (*2) entre negociaciones con rebeldes. Me ha gustado mucho cómo escribes. No me acordaba del “Pacto de las catacumbas” y me parece un gesto profético de Helder Cámara y los suyos. Usas expresiones que yo uso también como “reciclar la violencia” o “dar o darse” (…) Echo de menos que no hables de los curas de parroquia. Los míos viven como columnas de bronce en zonas muy complicadas. Hay uno que llevo sin verlo dos meses y sigue allí con su pueblo en unión de desasosiegos e incertidumbres, de matanzas y esperanzas. En fin un trinomio muy interesante laicos, monjes y pobres. Mis pobres son míseros y zarandeados por la vida, son familias enteras al borde de la exterminación y me impresiona siempre cómo nunca pierden la esperanza. La lucha del vivir día a día, a contracorriente pero sin perder la esperanza… Mil abrazos y feliz tiempo de Pascua.
Unidos en la oración. Yo me aíslo en una colina y rezo. Hago como la rana, que pasa desde la agitación de la superficie a la tranquilidad de la profundidad con solo dar un salto y allí carga las pilas para poder volver a la superficie, a su bregar cotidiano, aunque sea en zona de alto riesgo, en la boca del lobo y corriendo sobre el filo de una cuchilla. Hasta la próxima, Juanjo Aguirre”

¿Cómo puedes leer, rezar, recoger, acompañar, negociar, reclamar, recordar, mandar recuerdos, abrazos en medio de todo ese sufrimiento y violencia? Sí, ya sé, como la rana y sin perder la esperanza.
Que tus palabras llenas de profunda experiencia ayuden a transformar corazones por este lado del mundo. Gracias y hasta la próxima, siempre (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

(*1) Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, República Centroafricana
(*2) “Misión Compartida – Laicos, monjes y pobres – ¿Unidos o hundidos?” (Ediciones   KHAF)