sábado, 1 de octubre de 2022

Una larga noche en Casablanca

(Gaetan)

Después de un viaje largísimo con la compñía Real Air Maroc proveniente de Bangui (República Centroafricana), he dejado pasar unos días para tomar distancia antes de escribir estas líneas en las que constato que no todos somos iguales según que uno es del sur o del norte de este planeta. Siento decirlo así en voz alta pese a que no suelo alarmarme mucho en estos temas cuando soy víctima de un trato desigual. Dios me ha dado una capacidad extraordinaria de relativizar ciertos gestos o de convertirlos en algo anecdótico. Pero esta vez, relataré el hecho en cuestión:

El 18 de septiembre, tenía un billete de avión en el que estaba previsto que viajara de Bangui à Madrid pasando por Casablanca. El viaje debía desarrollarse en un mismo día según la reservación inicial. Una semana antes, me comunicaron que todo había cambiado y que el avión tendría una escala en Douala por lo que mi conexión con Madrid el mismo día era imposible. Me obligaron sin consultarme a coger el vuelo del día siguiente, 19 de septiembre por la tarde. En la oficina de Bangui, me aseguraron que la compañía se ocuparía de mí en el aeropuerto alojándome en un hotel. 

En la tarde del 18 de septiembre, llegamos a Casablanca. Durante el vuelo, había localizado algunos españoles que tenían el mismo programa que yo. Fuimos recorriendo el aeropuerto para presentarnos al control de pasaportes y explicar nuestro caso. Los tres españoles que estaban conmigo recibieron la autorización para pasar el control e ir a un hotel dentro de la ciudad. Cuando llegó mi turno inmediatamente después, el agente miró mi pasaporte africano y mi tarjeta de residencia española y sin más me indicó que no podía seguir a los españoles porque necesitaba un visado de tránsito para acudir a un hotel fuera del aeropuerto. No había nada más que discutir. 


Dentro de mi cabeza giraban varias cuestiones: los españoles y yo teníamos el mismo programa de viaje, una misma compañía, un mismo problema, un mismo destino. Habíamos pagado lo mismo y tenido el mismo cambio de vuelo involuntario y también habíamos recibido la misma promesa de pasar la noche en un hotel. Sin embargo, la solución a nuestro problema fue diferente por el hecho de tener pasaportes diferentes. Ellos tenían un pasaporte potente y yo uno débil. Ellos, europeos, fueron a pasar una noche tranquila en la ciudad y yo, africano, me limité a acurrucarme en un sofá dentro del aeropuerto durante casi 24 horas. 

Evidentemente, los españoles no tenían ninguna culpa en esta historia ni el agente de inmigración tampoco. La culpa la tenía el sistema mundial que segrega a los humanos en clases y categorías dando derechos a unos y negándolos a otros por el mero hecho de haber nacido en lugares diferentes. Los españoles tenían suerte de haber nacido en un país europeo y de vivir en un país cuyo pasaporte tiene cierto peso en el mundo. Pero no dejo de hacerme una serie de reflexiones: ¿como es posible que un europeo pase sin visado a una aduana africana y un africano no puede pasar en su propio continente? Es evidente que esta realidad tiene muchas explicaciones legales pero no deja de ser frustrante. De hecho, me encontré con varios africanos en el mismo salón del aeropuerto viviendo la misma experiencia que yo. En este mundo, no somos iguales como se dice; dependiendo de dónde eres, puedes tener uno u otro trato. 

A raíz de esta historia, vuelvo a preguntarme por qué los paises africanos no consiguen quitar estas formalidades a veces absurdas para que el continente sea algo más transitable para todos. Si los países europeos consiguieron quitar las fronteras, ¿por qué los demás paises que tienen un configuración común no harían lo mismo? Hace unos años, Ruanda decidió quitar los visado a todos los ciudadanos africanos y en el caso de necesidad, recogerlo directamente en el aeropuerto de destino. Esta medida lleva años funcionando y no hay indicios de que este pequeño país haya tenido un problema de inmigración irregular exagerada. Sin embargo, los otros paises africanos siguen arrastrando los piés de una manera un tanto incomprensible.