sábado, 24 de abril de 2021

Fallece Idriss Deby, un presidente guerrero.

(Gaetan)

La mañana del lunes 19 de abril de 2021, los habitantes de Ndjamena, la capital de Chad, se levantaron atónitos ante la presencia masiva de los carros de combate que habían acordonado toda la ciudad. Los rumores no tardaron en circular hablando de la inminente llegada de los rebeldes de FACT (Frente para la Alternancia y la Concordia en Chad) quienes, días antes, habían reanudado sus ataques en el norte del país.

El martes 20 de abril, la Comisión electoral proclamó muy temprano los resultados de las elecciones presidenciales, declarando al presidente mariscal Idriss Deby ganador por un sexto mandato. La noticia no era ninguna sorpresa ya que se suele decir que en África nadie pierde las elecciones que ha organizado. Lo sorprendente y aterrador fue que, horas después, la televisión nacional declaró que el presidente había muerto en un campo de batalla, luchando contra los rebeldes en el norte del país. La noticia sacudió a la nación y a África entera. Horas después, los ciudadanos se enteraron de que un comité militar de transición dirigido por su hijo, el general Mahamat Idriss Deby, aseguraría las riendas del poder, después de suspender la Constitución y todas las demás instituciones. A partir de este momento, surgieron muchos interrogantes: ¿el presidente murió en un campo de batalla o fue víctima de un golpe de Estado con la complicidad de su hijo?



Idriss Deby Itno llegó al poder en 1990 después de una guerra que arrancó en Libia y expulsó al dictador Hissène Habré que había ayudado años antes a tomar el poder contra Goukouni Oueddei. Fiel aliado de Francia, se deshizo de la oposición democrática, quitó la limitación de los mandatos en 2004 y consiguió asentar su dictadura durante 30 años.

En 2008, un conjunto de movimientos rebeldes dirigidos por su principal opositor, Timane Erdimi, entró en la capital. Acorralado en la presidencia, sin posibilidad de salida, resistió valientemente y repeló el ataque gracias a la ayuda de Francia.  En realidad, Francia ha sido siempre su protector en los momentos críticos a pesar de sus derivas dictatoriales y su actitud a aniquilar la oposición. En febrero 2018, Francia volvió a salvarle en una operación en la que intervinieron los aviones “mirages” para destruir las columnas de vehículos rebeldes en el norte del país.

Idriss Deby, a pesar de sus discursos a veces hostiles al imperialismo, ha permanecido siempre fiel a Francia. En 2003, ayudó al general François Bozizé entonces reputado cercano a Francia, a tomar el poder en la República Centroafricana. En 2013, no dudó en enviar sus tropas a Mali para apoyar los militares franceses en la operación Serval contra los yihadistas. Posteriormente, autorizó que su territorio fuera base principal de la operación Barkhane en la que más de 4 mil militares franceses organizan la lucha contra el terrorismo en el Sahel. Hay que recordar que Chad alberga bases militares francesas que constituyen un puesto esencial en el control de la región.

Por lo que se refiere a su personalidad, es imposible no hablar de su gusto por la guerra. Deby siempre se ha sentido militar y guerrero. De hecho, no dudaba en ir al frente de batalla para animar a sus soldados organizando personalmente las operaciones. En 2020, se puso al frente de su ejército para enfrentarse a Boko Haram en la región del Lago Chad. A su vuelta, se colocó el rango militar de mariscal. La guerra para él era como un deporte. Toda su vida estaba configurada por su carrera militar y los diversos enfrentamientos tanto contra los grupos armados como contra las voces opositoras.

La muerte de Deby suscita algunas preguntas sin respuestas en este momento: ¿cómo fue posible que el presidente sobreprotegido y muy precavido, acostumbrado a conducir la guerra, fuera alcanzado mortalmente por el enemigo? ¿por qué la sucesión no siguió los cauces ordinarios establecidos por la Constitución del país? ¿por qué el presidente Emmanuel Macron quiso asistir absolutamente al entierro y de paso, legitimar al consejo de transición instalado ilegalmente y dirigido por el hijo del fallecido mariscal? Todo lo que podemos decir es que parte de África sigue siendo un laboratorio dónde se ensaya todo tipo de escenarios políticos burlándose de la ley.

 

miércoles, 7 de abril de 2021

Una fecha fatídica


(Gaetan)

En una mañana como esta del 7 de abril, estaba en algún lugar de las montañas de Rwanda sin saber que mi vida y la de millones de personas tomaría un giro radical y que tanto para mí como para todos los ruandeses, habría un antes y un después. Tenía 22 años, en aquel año 1994. Era ya seminarista. Aquella mañana fatídica, estaba de vacaciones con mis padres y mis hermanos.

Al levantarme, abrí la radio para escuchar las noticias. No oía nada más que música patriótica en las dos cadenas disponibles en lengua nacional. Muy extraño a esas horas. De repente, una voz amarga anunció lo inesperado: “El presidente Habyarimana ha muerto. Su avión fue derribado ayer, el 6 de abril, la noche. Junto a él murió el jefe de Estado Mayor del Ejército. Las autoridades piden a todo el mundo quedarse en su casa". Me quedé literalmente petrificado.

Anuncié la noticia a mis padres que también se estaban levantando. Todos quedamos helados. No conseguimos intercambiar otra palabra. Cada uno intentaba digerir la noticia a su manera pero todos en medio de un temor sin precedentes. Miré a la carretera principal que pasa debajo de la montaña, no vi ningún coche pasar. Nunca un tal acontecimiento había ocurrido en Ruanda. El país acababa de quedar sin cabeza en una situación de guerra. Creo que fue el día en el que los ruandeses hablaron poco en toda su vida.



Pasamos todo el día en un silencio asombroso. Intentaba, por todos los medios, sintonizar las radios internacionales para arrojar algo de luz sobre lo ocurrido y lo que ocurriría.  Poco a poco, no fuimos enterando de que también estaban en el avión el presidente de Burundi y el jefe de estado mayor del ejército. El miedo se apoderó de todos. Los dos países vecinos que compartían las mismas miserias étnicas, se quedaban sin presidentes. Un año antes, la muerte del presidente de Burundi había desencadenado unas matanzas horrendas en aquel país.

Ruanda estaba en guerra desde cuatro años. Durante este tiempo, la tensión étnica y política había ido creciendo hasta alcanzar niveles inéditos, previas a la explosión. La propaganda política había abierto las viejas llagas. Los grandes partidos políticos habían creado cada uno sus milicias que se comportaban como paramilitares. No pasaba ni un día sin que los enfrentamientos entre las diversas milicias cobraran alguna víctima. La tensión psicológica era insoportable. Todo el pueblo estaba en un clima comparable a la antesala de un apocalipsis. El volcán estaba preparado para hacer irrupción en cualquier momento. Cualquier cosa podía desencadenar lo desconocido. Lo veíamos; lo sabíamos; lo temíamos. Lo que no se sabía eran las proporciones de la catástrofe.

Después de aquella fecha fatídica, desde mi montaña, empezamos a oír por los rumores de que las matanzas estaban en marcha en distintos rincones del país empezando por la capital, Kigali. De manera sorprendente, los milicianos de diversos políticos, esos que llevan tiempo enfrentándose, se habían unido en un mismo bloque pasando todos a llamarse interahamwe, denominación de origen para los milicianos del partido de Habyarimana. ¡Curiosa unión en un tiempo tan pequeño! El genocidio acababa de empezar en Ruanda a marchas forzadas. Los terribles interahamwe pasaban de casa en casa, de colina en colina, de montaña en montaña matando a todos los que ellos llamaban “enemigos”. Bajo esta palabra se escondía a todos los tutsis y a todos los que, días antes, llevaban la contraria a Habyarimana. Morían los niños, las mujeres, los ancianos, los enfermos, los funcionarios, los campesinos. Nadie podía escapar de la maquinaria infernal de los implacables matones, desde la calle, detentaban el poder. Las barreras estaban por todas partes. Alguien dijo que los ángeles de la muerte habían salido del infierno. El diablo andaba suelto.

Aquel día, miraba a mi alrededor. Mis padres estaban despavoridos. Mis hermanos desorientados. Mis vecinos atónitos. Nadie podía proporcionarnos las verdaderas informaciones en aquella montaña aislada de la ciudad. Solamente las radios internacionales me decían alguna cosa y yo traducía a los demás. No me acuerdo haber comido algo. Mi vida estaba a punto de tomar un giro para mucho tiempo.


Poco después, salí de mi país huyendo. Pasé por miles de aventuras y experiencias dignas de una película de Hollywood. Cuando volví a Ruanda, casi 20 años después, ya sacerdote, encontré a mi montaña todavía en su sitio. Las montañas observan los acontecimientos, callan y no cambian. Gracias a Dios, puedo contar esta historia. Pero ¿Cuántas personas tanto tutsis como hutus no tuvieron la misma suerte? ¡Ojalá no vuelva a ocurrir! Una oración especial por todos los ruandeses: los que murieron después de aquella fecha y los que siguen mirando las inmóviles montañas de Ruanda recordando a los suyos a veces sin saber dónde acabaron sus restos.

domingo, 21 de marzo de 2021

Adios Presidente "Bulldozer"

(Dr. Gaetan Kabasha)

Después de Pierre Nkurunziza de Burundi, John Pombe Magufuli es el segundo presidente que muere en la zona de los Grandes Lagos en menos de un año y el tercero si contamos a Pierre Buyoya, el expresidente de Burundi muerto hace poco en Mali. Todos sospechados de ser víctimas de coronavirus aunque la versión oficial habla de paro cardiaco. Tanto para Nkurunziza como para Magufuli, las especulaciones de todo tipo circulan sobre sus respectivas muertes teniendo en cuenta que los dos tenían tres cosas en común: el sentimiento nacionalista exclusivista, escepticismo sobre la realidad del coronavirus y una mixtura político-religiosa envolvente

Magufuli, conocido como el “bulldozer” por su afán de promover las infraestructuras, llegó al poder en 2015 y cambió por completo la concepción del poder en Tanzania. Muy popular y sencillo, consiguió impulsar la lucha contra la corrupción y poner en marcha muchos proyectos de desarrollo a la vez que se deja ver como uno más en las asambleas religiosas. Católico practicante, no dudaba en levantarse en plena misa para colaborar en la colecta o servir como monaguillo. Esta dimensión social le hizo muy popular. Pero al mismo tiempo, su política tomó un giro autoritario al mermar las libertades individuales y colectivas como por ejemplo ningunear la oposición democrática, despreciar la prensa, encarcelar al que se atreviera a oponerse a sus ideas. Este lado negativo acompañará su imagen.

Los que especulan sobre una muerte provocada sustentan en el hecho de que Magufuli se creó, por su política, muchos enemigos potentes tanto en el interior como al exterior del país.

Dentro del propio sistema, su lucha contra la corrupción que no dejaba a nadie indiferente pudo alcanzar a los que, generalmente en África, se creen intocables, cortándoles la hierba bajo los pies. Por otro lado, su tendencia a gobernar con autoritarismo pudo haber puesto en alerta a los guardianes de la democracia tanzana. Hay que recordar que Tanzania es uno de los países donde la democracia está muy bien instalada y dónde el partido en el poder está por encima del presidente. También su negativa a encararse a la pandemia de coronavirus, llegando incluso a afirmar que se vence con la oración pudo haber puesto en alerta el sistema. Como anécdota, hace poco la Conferencia Episcopal de Tanzania se enfrentó a él afirmando que la pandemia estaba ganando terreno en el país y que la postura oficial de negacionismo no ayudaba a salvar vidas. ¿Quién podía creer que el presidente, ferviente católico, se viera en oposición al episcopado sobre un tema puramente sanitario?

Desde el punto de vista exterior, también Magufuli tuvo muchos enemigos de gran envergadura. Nada más llegar al poder puso en marcho la revisión de los grandes contratos de multinacionales mineras y llegó a ponerles multas millonarias. Su postura de favorecer la industria local y frenar la intrusión exterior abusiva le llevó a enemistarse con Occidente. De hecho, en sus más de cinco años de gobierno, nunca visitó un país occidental al considerar que los viajes presidenciales costaban mucho dinero al contribuyente. Su soberanismo exagerado no podía sino poner nerviosos a algunos acostumbrados a dictar sus normas de conducta en los países pobres. Su desafío al mundo frente a la lucha contra el coronavirus y su rechazo de las vacunas a pesar de la insistencia de la Organización Mundial de la Salud fueron como una gota que colma el vaso. Muchos le consideraban como un dirigente atípico y tozudo.

Sea lo que sea la causa de su muerte, Magufuli será recordado por su profundo amor a su gente, su sencillez al lado de las clases bajas de la sociedad, su lucha contra la corrupción, su austeridad, su afán de desarrollar el país por las infraestructuras y la defensa de la soberanía nacional hasta el punto de llevar su país a un curioso auto-aislamiento internacional. RIP Magufuli.

miércoles, 3 de marzo de 2021

 Libros :

Tesis doctoral

Kabasha, G.,  Le désir mimétique et les violences collectives. Pertinence de la théorie de René Girard dans l'analyse d'un conflit contemporain (Ediciones Universidad Sán Dámaso, Madrid 2021)

Libro de experiencia vital

Kabasha, G., Una mano invisible (Nueva Eva, Madrid 2021) p. 224


Artículos académicos:

Kabasha, G. (2019). Deseo mimético y conflicto repetitivo en Ruanda. Revista Interdisciplinar De Teoría Mimética. Xiphias Gladius, (2), 49-64. https://doi.org/10.32466/eufv-xg.2019.2.565.49-64

- Kabasha, G. (2020). La contagion et l’anonymat dans les violences collectives. Revista Interdisciplinar De Teoría Mimética. Xiphias Gladius , (3), 105-120. https://doi.org/10.32466/eufv-xg.2020.3.631.105-120



jueves, 4 de febrero de 2021

Centroáfrica: un túnel sin fin

(Gaetan Kabasha)

La catedral de Bouar, en el nordeste de Centroáfrica es un edificio circular, muy moderno con un tejado de zinc fabricado en Italia y una megafonía extraordinaria difícil de encontrar en otro lugar del país. Desde arriba, se ve este edificio con toda claridad ya que no se parece a ningún otro en toda la ciudad. Pues, desde unas semanas, esta catedral se ha convertido en un cobijo para 5 mil personas, desplazados de guerra. Todos sus rincones están tapizados por las estelas dónde duermen los niños, las mujeres, los ancianos junto con sus enseres como menajes de cocina, ropa etc.



Al lado se encuentra una clausura de las monjas clarisas que también ha acogida a unas decenas de personas que llegaron despavoridas, huyendo de las balas que cruzaban entre los rebeldes de CPC que ahora controlan la ciudad y los militares aliados al gobierno central. La situación de la ciudad es dramática; las escuelas están cerradas; los centros de salud saqueados. El reloj de la vida parece haber dejado de girar hacia una dirección conocida. Entre tanto, las monjas comparten lo poco que tienen con esta gente que ha abandonado todo lo que tenía y se ha visto forzada a llevar una vida de enclaustramiento y carencia.

En el otro extremo del país hacia el sureste, en Bangassou la situación, aunque algo diferente, no es menos dramática. Allí miles de habitantes han cruzado el rio Mbomou hacia la República Democrática del Congo, huyendo de la misma guerra que nadie ya, a estas alturas sabe calificar bien. Los exiliados se encuentran a la intemperie, sobreviven con nada, sin ayuda consistente de nadie y cada día se levantan mirando al otro lado de la orilla, a ver si el horizonte se esclarece para que vuelvan a sus hogares. También allí, las escuelas están cerradas, las tiendas saqueadas, los organismos humanitarios recluidos con miedo.

En medio de todo este caos, la Iglesia católica, siendo casi siempre víctima de esta violencia ilógica, sigue dando lo mejor de sí misma, acogiendo, ayudando, mediando, aconsejando, aliviando a unos y a otros. En todos los lugares, queda como única institución que aguanta las embestidas violentas hasta el final.

En Bangassou, todo el mundo huyó menos el obispo, los sacerdotes y las religiosas. Todos decidieron quedarse a gestionar el desastre, cuidando a los que no pudieron escapar. Mons. Juan José Aguirre acogió a su casa a los niños del orfanato Mama Tongolo. Días después de la llegado de los rebeldes a la ciudad, envió ropa a los refugiados al otro lado del río, a Ndu, dónde un sacerdote de Bangassou, Don Gervil, hizo una distribución a los que más lo necesitaba.

También la Iglesia se implica en la mediación con el único objetivo de salvar lo que se puede. Este mismo jueves, mons. Juan José Aguirre, andando unos cuantos kilómetros, ha tenido que ir al encuentro de los rebeldes de CPC en la localidad de Niakari. Acompañado de un sacerdote, se encontró con las cabecillas de la rebelión en el lugar. Entre otras cosas, quería despejar el camino para la llegada del Cardenal Nzapalainga, arzobispo de Bangui (750km), quien se propone encontrar a los beligerantes para buscar los caminos de paz. No es difícil imaginar el peligro que estas iniciativas conllevan: caminar en medio de la selva controlada por gente sin ley ni moral; tender la mano al violento que tiene la suya manchada de sangre; sentarse a hablar en un lenguaje que, a veces, suena a cuento chino. Hace falta valor y valentía. En el camino, el obispo aprovechó para saludar a los habitantes desesperados, con una mirada perdida pero contentos de ver que alguien se acuerda de ellos. Desde luego, la Iglesia de Centroáfrica, a pesar de sus debilidades, sigue demostrando que lo de ser la luz en las tinieblas no es una apuesta inalcanzable. En este caso, nos atreveríamos que es la pequeña luz en un túnel sin fin.

En otros teatros, la guerra sigue su curso y como siempre, son los más débiles quienes más sufren sus estragos. Nadie sabe hasta cuándo acabará esta guerra. Los rebeldes de CPC suya cabeza visible es el expresidente, el general Bozizé, siguen empeñados en derrocar al gobierno central. Por otro lado, el gobierno de Touadera, apoyado por Rusia, Ruanda y los cascos azules intenta reconquistar el terreno perdido. En este momento, las ciudades de Bangassou, Boda, Boali, Bossembele etc. han pasado bajo control de las fuerzas oficiales. Sin embargo, el estado de emergencia y el toque de queda decretados en Bangui siguen recordando a todos que la guerra puede irrumpir en la capital en todo momento.  Los centroafricanos se preguntan cuándo tocará la liberación de Yaloké, Bouar, Bossangoa, Bambari, Bria, Ndele y miles de pequeñas localidades que siguen bajo control de las hordas rebeldes que solamente responden ante los señores de guerra muchas veces extranjeros.  ¿Cuándo pararán el exilio, el desplazamiento forzoso, las atrocidades diversas, las violaciones de mujeres, la separación de familias, el reclutamiento de niños, los saqueos, la quema de las casas, el hambre? ¿Quién liberará África de las manos diabólicas que mueven los hilos en la sombra, desde muy lejos, con el único objetivo de expoliar el continente? Lo único que podemos decir es que nadie está fuera del alcance del miedo ya que la violencia en estas circunstancias nunca sabe discriminar.

domingo, 24 de enero de 2021

El trumpismo y África

(Dr Gaetan Kabasha)

Para entender el alcance de la fanfarronada de Trump en sus últimos momentos en la Casa Blanca y su repercusión sobre le continente africano, se puede partir de los memes que se han publicado en las redes sociales por los propios africanos. Uno por ejemplo decía en Facebook que el aferrarse al poder y la manipulación de las masas a favor de sus reivindicaciones electorales es una prueba irrefutable de que Trump tiene conexiones mentales en África. Cierto o no, es indudable que la actuación de Trump roza lo habitual en nuestro continente dónde el que pierde las elecciones nunca reconoce al ganador y dónde algunos presidentes se creen investidos por Dios como mesías insustituibles, amparándose siempre en el pobre pueblo que usa y abusa para los intereses personales.

Bromas aparte, hay algo en Trump que puede ser divertido y de alguna manera positivo: es su coherencia. De alguna manera cumplió con sus promesas electorales hasta dónde el sistema le permitió. Nadie dirá que puso en marcha las medidas que no figuraban en su programa electoral. Por tanto, el pueblo americano que le eligió debe darle gracias porque no actuó como aquellos que de candidatos presentan una cara y de presidente, otra. Por lo que se refiere a África, Trump dijo sin tapujos que era un continente de mierda. Sus análisis le habían llevado a esta conclusión. En el fondo, este hombre decía muy alto lo que los otros políticos de su esfera dicen muy bajo. Y en coherencia con su punto de vista, nunca pisó el suelo africano en todo su mandato. Juraría que nunca pisó África en toda su vida. Es un continente que no le interesa en nada. ¿Por qué poner sus pies en un agujero de mierda, pues?

Su política para con África queda invisible. Evidentemente, nadie puede acusarle de no interesarse por un continente por el que no había sido elegido. Tampoco se le acusará de haber iniciado o apoyado algún conflicto armado ni en África ni en ningún otro lugar. Sólo por eso, merece cierto respeto. Se dedicó a su país con sus métodos y sus mentiras, sus extravagancias y su supremacismo, pero eso no era nada nuevo porque justamente Trump no es un hombre que esconde sus convicciones, ni ahora ni antes.

El problema con África es que necesitamos una referencia y los EEUU lo deben ser por varios motivos: constituyen una democracia moderna más antigua, son una superpotencia mundial y suelen dar lecciones a la humanidad en casi todo. Solo por eso, necesitamos que den ejemplo, aunque sea por pura apariencia. Lo que hacen los EEUU se repercute al resto del mundo. Su política no se restringe al interior de sus fronteras en la medida en que su posición de superpotencia proyecta todo hacia fuera.

La actitud de Trump en su manera de gestionar el poder, sus decisiones etc. fueron un apoyo indirecto a los dictadores africanos que creen que el país les pertenece en herencia. Los últimos momentos, al no reconocer la derrota alentando las masas a la insurrección, fueron particularmente dañinos a la imagen que el mundo tiene de los Estados Unidos. Ahora, los dictadores se frotan las manos diciendo que América no tiene nada especial que enseñarles en materia de elecciones. En esto, el trumpismo tiene que ver con África de alguna manera.

Puede ser que Trump esté convencido de haber sido víctima del sistema y que haya abandonado la Casa Blanca injustamente. Lo que pasa es que la democracia es un sistema que se parece a un juego en el que un jugador no elige ni el terreno, ni las leyes, ni el árbitro. Si el sistema en que ejercía el poder le ha dicho que se fuera, podría ser inmoral pero no será injusto. He aquí la grandeza de las instituciones fuertes frente a las personas fuertes.

Trump quiso ser el hombre fuerte y en eso también se parece a algunos presidentes africanos. La diferencia es que los EEUU funcionan por medio de sus instituciones fuertes mientras que África sigue pensando que necesita a los hombres fuertes. Es una lástima porque los países donde existen los presidentes fuertes, colocados por encima de las instituciones, también son ellos que están a la cola en el desarrollo y permanecen estancados en la pobreza y la corrupción.