(Dr. Gaetan Kabasha)
Después de Pierre Nkurunziza de
Burundi, John Pombe Magufuli es el segundo presidente que muere en la zona de
los Grandes Lagos en menos de un año y el tercero si contamos a Pierre Buyoya,
el expresidente de Burundi muerto hace poco en Mali. Todos sospechados de ser víctimas
de coronavirus aunque la versión oficial habla de paro cardiaco. Tanto para
Nkurunziza como para Magufuli, las especulaciones de todo tipo circulan sobre
sus respectivas muertes teniendo en cuenta que los dos tenían tres cosas en
común: el sentimiento nacionalista exclusivista, escepticismo sobre la realidad
del coronavirus y una mixtura político-religiosa envolvente
Magufuli, conocido como el “bulldozer”
por su afán de promover las infraestructuras, llegó al poder en 2015 y cambió
por completo la concepción del poder en Tanzania. Muy popular y sencillo, consiguió
impulsar la lucha contra la corrupción y poner en marcha muchos proyectos de
desarrollo a la vez que se deja ver como uno más en las asambleas religiosas.
Católico practicante, no dudaba en levantarse en plena misa para colaborar en
la colecta o servir como monaguillo. Esta dimensión social le hizo muy popular.
Pero al mismo tiempo, su política tomó un giro autoritario al mermar las
libertades individuales y colectivas como por ejemplo ningunear la oposición
democrática, despreciar la prensa, encarcelar al que se atreviera a oponerse a
sus ideas. Este lado negativo acompañará su imagen.
Los que especulan sobre una
muerte provocada sustentan en el hecho de que Magufuli se creó, por su
política, muchos enemigos potentes tanto en el interior como al exterior del país.
Dentro del propio sistema, su
lucha contra la corrupción que no dejaba a nadie indiferente pudo alcanzar a
los que, generalmente en África, se creen intocables, cortándoles la hierba
bajo los pies. Por otro lado, su tendencia a gobernar con autoritarismo pudo
haber puesto en alerta a los guardianes de la democracia tanzana. Hay que
recordar que Tanzania es uno de los países donde la democracia está muy bien
instalada y dónde el partido en el poder está por encima del presidente. También
su negativa a encararse a la pandemia de coronavirus, llegando incluso a
afirmar que se vence con la oración pudo haber puesto en alerta el sistema.
Como anécdota, hace poco la Conferencia Episcopal de Tanzania se enfrentó a él
afirmando que la pandemia estaba ganando terreno en el país y que la postura
oficial de negacionismo no ayudaba a salvar vidas. ¿Quién podía creer que el
presidente, ferviente católico, se viera en oposición al episcopado sobre un
tema puramente sanitario?
Desde el punto de vista exterior,
también Magufuli tuvo muchos enemigos de gran envergadura. Nada más llegar al
poder puso en marcho la revisión de los grandes contratos de multinacionales
mineras y llegó a ponerles multas millonarias. Su postura de favorecer la
industria local y frenar la intrusión exterior abusiva le llevó a enemistarse con
Occidente. De hecho, en sus más de cinco años de gobierno, nunca visitó un país
occidental al considerar que los viajes presidenciales costaban mucho dinero al
contribuyente. Su soberanismo exagerado no podía sino poner nerviosos a algunos
acostumbrados a dictar sus normas de conducta en los países pobres. Su desafío al
mundo frente a la lucha contra el coronavirus y su rechazo de las vacunas a
pesar de la insistencia de la Organización Mundial de la Salud fueron como una
gota que colma el vaso. Muchos le consideraban como un dirigente atípico y
tozudo.
Sea lo que sea la causa de su
muerte, Magufuli será recordado por su profundo amor a su gente, su sencillez
al lado de las clases bajas de la sociedad, su lucha contra la corrupción, su
austeridad, su afán de desarrollar el país por las infraestructuras y la
defensa de la soberanía nacional hasta el punto de llevar su país a un curioso
auto-aislamiento internacional. RIP Magufuli.
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