miércoles, 25 de marzo de 2020

África frente al coronavirus


(Gaetan Kabasha)

Ha tardado en llegar. Muchos empezaron incluso a hacerse preguntas sobre la hipotética inmunidad de la raza negra al nuevo virus. Pero al final llegó. Gota a gota, pero con un paso firme, la pandemia se va apoderando de los países africanos. En este miércoles 25 de marzo, ya son 43 los países afectados sobre 54 con un total de 2.412 casos detectados y más de 60 muertos. Los países más afectados al sur de Sahara son Suráfrica con 709 casos, Burkina Faso con 114, Senegal con 96, Camerún con 70, Ghana con 53, RDCongo con 43, Ruanda con 40 etc. ¿África podrá hacer frente al desafío?
La inquietud es grande en todos los países. Tantos los ciudadanos como los dirigentes saben que el problema está por encima de las capacidades actuales: sistema sanitario precario, aglomeraciones difíciles de evitar, sistema de vida diaria en su globalidad etc. La incertidumbre es total. No faltan los que auguran una hecatombe ante lo que se avecina. Algunos países no tienen capacidad técnica propia para detectar el virus; otros no tienen suficientes especialistas en enfermedades respiratorias; los respiradores son escasos etc. Muchos recurren a la OMS o al Instituto Pasteur con capacidades limitadas para detectar los casos.
Todos los países son conscientes del problema e intentan paliarlo en la medida de lo posible. Algunos ya han tomado medidas drásticas de confinamiento total como es el caso de Ruanda, Suráfrica, Senegal, Madagascar, Costa de Marfil, RDCongo etc. Otros han cerrado las escuelas y las iglesias como medida de contención y se dedican a sensibilizar a la población sobre la prevención. Pero surgen interrogantes: ¿Es posible aplicar el confinamiento total en todas las ciudades africanas? ¿Se puede hablar de higiene de manos a un pueblo que no tiene agua?
A diferencia de Europa dónde la vida se pasa en el interior de la casa, los pueblos africanos viven fuera y utilizan la casa solamente para dormir la noche. Pedir a un africano que quede en su casa es pedirle todo un cambio de sistema de vida. El desafío es tan grande que generalmente las casas de la gente (menos los más adinerados) son pequeñas y no disponen de espacio para estar durante largo rato. No hay frigorífico para guardar comida ni baños para ducharse y hacer necesidades, ni cocina interior, ni wifi para entretenerse etc. Todo se hace fuera y muchas veces de manera comunitaria.
Por el tema de lavar las manos como medida principal recomendada por la OMS en la lucha contra la pandemia, algunos países han ideado métodos originales para paliar la falta de agua en casa. En Ruanda por ejemplo están implementando un tipo de grifo artificial y móvil que conlleva un cubo debajo y un lugar dónde pisas para que el agua salga en el grifo. Se llama “Kandagirukarabe” (pisa y lávate). Es realmente genial. Pero ¿cuántos países están inventando algo con respecto a las realidades de sus pueblos?

En muchos lugares, la gente tiene que hacer colas a un pozo o a un grifo muy lejos de casa con recipientes o bidones para recoger agua. El agua es un bien escaso, muy escaso. En estos lugares, toda la familia utiliza un mismo cubo con la misma agua para lavarse las manos. En estas circunstancias, ¿cómo hacer para evitar el contagio?
Los niños buscando agua en Ruanda
En las grandes ciudades, miles de personas comen en función de lo que han podido hacer durante el día. Encontrarás a algunos haciendo taxi-moto o taxi-bicicleta, otros cargando o descargando camiones, otros circulando con mercancías en las calles etc. Muchas mujeres consiguen alimentar familias enteras con su presencia diaria en los multitudinarios mercados donde no cabe ni un alfiler entre las personas. Su subsistencia depende del día a día. Estos no tienen sentido de almacén o de cuenta bancaria. Basta con hacer un paseo por los suburbios de las grandes ciudades para darse cuenta de esta realidad.
Vendedor ambulante en el mercado de Douala

Dicho esto, no veo a los gobernantes confinar a los habitantes de las ciudades como Kinshasa, Lagos, Douala etc. con medidas drásticas durante un mes. Sencillamente es imposible. Las medidas de confinamiento aplicados en Europa no caben en las ciudades de África. Las realidades son diferentes, la mentalidad también. La gente tendrá que elegir entre el virus y el hambre. Sinceramente, creo que elegirá el virus.
A mi modo de ver, África tiene que encarar la pandemia con más imaginación. No caben los métodos aplicados en otros lugares. Hace falta soluciones imaginativas que se adaptan a las realidades socio-económicas de cada país.  Entre tanto, mi esperanza es que se descubra el remedio antes que llegue el desastre.

viernes, 20 de marzo de 2020

Una señal inequívoca


(Gaetan)

En los tiempos de Noé, “comían, bebían, tomaban mujer y marido … y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos” (Mt24, 37-38).
Nada que añadir a la afirmación del Evangelio. El coronavirus no es el diluvio, pero se le parece. También nosotros, la humanidad en su conjunto o parte de ella ha llegado a confiar en sus seguridades y sus capacidades, a inventar todo tipo de artilugios hasta tal punto que nos creímos dueños y señores del universo. El hombre llegó a la luna; creó el avión capaz de recorrer el planeta; fabricó los satélites capaces de ver los movimientos de los astros, inventó el internet para conectar todo en un tiempo récord; hizo tantos avances tecnológicos que se creó capaz de prolongar la vida. Tan es así que llegó a pensar que la vida le pertenecía en absoluto: podría decir cuando empieza y cuando acaba esperando el día que sea capaz de prolongarla al infinito. Así estábamos: comiendo, bebiendo, controlando todo en la indiferencia total frente a la desigualdad y la injusticia que supone el sistema en el que nos hemos instalado. Y de repente llegó el coronavirus. Qué razón tiene Pedro Cuartango cuando afirma en ABC: “justo en el momento en que el hombre acaricia la ansiada inmortalidad prometida por la serpiente (del génesis), un virus se burla de todas nuestras certezas y nos coloca a la dolorosa conciencia de nuestros límites”

Primero aparecieron los incendios devastadores en Amazonas, luego en Australia y en distintas regiones del mundo sin que nos mutamos. Luego llegaron las tempestades que levantaban las olas de una altura desconocida antes desfigurando por completo las playas del Mediterráneo. Nos seguimos escudando en el cambio climático. Hace poco aparecieron las langostas en el cuerno de África que parecían recordarnos las plagas de Egipto en los tiempos de Moisés y nadie prestó atención a ello. Poco antes había ardido la Catedral de París, el símbolo por excelencia de la cultura occidental ¿Eran señales precursoras de algo más grande? Nadie supo leer los signos de los tiempos. La soberbia nos ha embotado tanto que creemos que de igual modo que el mundo gira en torno al sol, el universo gira en torno nuestro.
Ahora tenemos el coronavirus. Lo tenemos en nuestros países, en nuestras casas, en nuestra ropa, en nuestras manos, en nuestros móviles, en nuestros mocos, en nuestra saliva. Lo tenemos por todas partes, pero solamente vemos sus efectos porque es tan pequeño que nadie lo ha visto jamás con sus ojos. Los científicos que tienen ojos artificiales, capaces de escudriñar las entrañas de las criaturas más escurridizos nos dicen que mide entre 50 y 200 nanómetros.  Qué nadie me pregunte lo que esto significa. Solamente sé que no por ser pequeño deja de ser peligroso; tiene una corona y reivindica el trono que le falta, el del mundo.
Y resulta que nos faltan hasta las mascarillas, los guantes, el alcohol etc. Faltan hospitales, camas, médicos, fármacos etc. El virus se mueve en medio de nosotros y se ha convertido en lo que mejor compartimos entre nosotros sin que nadie consiga pararlo los pies, si es que los tiene. Ni sabemos cómo aplicar las medidas necesarias sin que nos impongan el confinamiento obligatorio. ¿No teníamos un nivel educativo tan alto que éramos capaces de utilizar la razón cuando se trata de nuestro bien? ¿No teníamos un progreso más allá de lo que se podía imaginar hace solamente cien años? ¿Acaso no teníamos todo atado y controlado? ¡Qué lejos estamos del sueño de Stephen Hawking sobre la Teoría del todo que colocaría al hombre en la cúspide del universo, en el mismísimo lugar de Dios!
Dice la canciller alemana, Angela Merkel que lo que se avecina no tiene nada que ver con lo que sabemos. Llega a comparar la situación con la de Alemania inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Quiere decir que el coronavirus nos recuerda que nuestra soberbia es vulnerable.
Viendo las calles vacías con tantos millones de personas confinadas y llenas de miedo, uno puede quedarse en la impotencia y parálisis esperando un futuro incierto. Pero también esto puede ser una oportunidad para interpretar lo que acaece no como una casualidad sino más bien como una señal. Estamos ante una gran señal del tiempo. Es un aviso ligero de lo que podría ocurrir a la humanidad entera en un futuro próximo.
En primer lugar, tenemos que darnos cuenta de que esta confianza absoluta en la capacidad de la razón humana es un error. Nuestra razón tiene una capacidad infinita pero no absoluta. Un pequeñísimo bicho llamado coronavirus nos está haciendo una buena demostración de ello. Estamos ante un hecho siempre predicado, pero últimamente rechazado por algunos: somos responsables de nuestra vida, pero no sus dueños. La vida nos precede y nos excede. Somos pasajeros hospedados temporalmente en un mundo que nos es nuestra propiedad.
En segundo lugar, este tipo de progreso que deja parte de la humanidad en la miseria y la injusticia no nos lleva a ninguna parte. Somos todos habitantes de una misma tierra cuyo creador es el único digno de alabanza. El coronavirus pone fin a nuestra soberbia igualando a todos: ricos y pobres, reyes y súbditos, propietarios y mendigos. Todos confinadas, hostigados por el miedo y la incertidumbre. Desde nuestro estado de criatura, nuestras orgullosas certezas que borran a Dios del horizonte son efímeras y frágiles.
Esta pandemia es una señal inequívoca. Nadie de nosotros tiene la clave de la vida. Puede llegar algo mucho más grave capaz de poner fin a nuestra aventura. Es una señal que nos recuerda que podemos considerarnos “dioses” pero nunca seremos Dios. Volvamos a la sensatez.

martes, 17 de marzo de 2020

Coronavirus: tiempo de prueba

(Gaetan)

Hace unos meses se especulaba de que el Coronavirus se quedaría en las ciudades de China. Algunos se atrevían a decir que todo era por culpa de los primitivos chinos que comen los animales salvajes como si no supieran como cocinar la carne desde que los comen. Hay quienes se atrevían incluso a decir que, en todo caso, la economía de China no acompañaba el sistema sanitario. Todo esto para concluir con mucha soberbia y una buena dosis de egocentrismo que los sistemas europeos estaban preparados para cualquier cosa.
Entre tanto, los vuelos seguían llegando de China hacia Europa. Todos los viajeros se sorprendían que al llegar sobre todo a Madrid, no se les aplicaba ningún análisis ni veían una chispa de medida especial para contener la entrada del virus. Las autoridades o sus representantes ne dejaban de repetir que todo estaba bajo control.

Luego el virus llegó a Italia, un país civilizado, nada que ver con el resto del mundo considerado como el tercer mundo habitado por los sub-desarrollados dónde surgen las plagas. Italia se enfrentó al virus con esta cosa que llaman "medidas de proporcionalidad" como sí estuviera ante un adversario que piensa y que sopesa sus ataques. No, el coronavirus no piensa como los humanos; es pequeño pero peligroso. No entiende de la proporcionalidad. O se ataja desde el principio o te hace daño desde dentro. Y una vez dentro de la estructura, se incrusta, se multiplica, se expande y acaba poniendo a dura prueba todo el sistema.
Ya a partir de Italia, los europeos se han dado cuenta de que la epidemia no era cosa de otros. Ya son varios los países absolutamente confinados donde nadie sale de casa a no ser por hacer lo que autoriza el Estado. Los ejércitos están en las calles. Los hospitales están colapsados o a punto de serlo. Las farmacias no son capaces de proporcionar material imprescindible para luchar contra el coronavirus (alcohol, gel hidroalcólico, glicerina, máscara etc). Los contagios siguen en alza y los fallecidos también. ¿Podemos seguir diciendo que el sistema está preparado para cualquier emergencia? ¿Cuándo iba llegando el virus, nadie se acordó de hacer previsiones?
Es posible que las autoridades hayan confundido el tiempo ordinario con el tiempo extraordinario. No cabe duda que el sistema sanitario occidental está muy bien preparado en los tiempos ordinarios a la hora de tratar distintas enfermedades incluidas las más graves. Ahora bien, una pandemia es otra cosa: se trata de una enfermedad que afecta las masas en un tiempo muy corto, capaz de colapsar cualquier sistema por muy preparado que sea. Quizá en este caso habría falta un enfoque diferente privilegiando más creatividad, más tecnología, más información, más disciplina colectiva, más agilidad en la toma de decisiones etc.
El sistema occidental en su conjunto está sometido a una dura prueba. Ahora no se trata solamente de un problema sanitario sino también económico, educativo, familiar, social, humanitario etc. Esta pandemia ha trastornado toda la estructura levantada sobre la globalización y la economía virtual. Un pequeñísimo bicho está poniendo patas arriba a todo un gigante que se creía imbatible. ¡Ojalá esto sirva de lección a la humanidad!

domingo, 1 de marzo de 2020

El ridículo electoral

(Gaetan Kabasha)

Me cuesta reconocer que los africanos están abusados con el tema de las elecciones. Sin embargo, la verdad es tan clara como el agua. Es muy frecuente ver en varios países colas impresionantes de gente de todo tipo desafiando el calor, la lluvia y el cansancio para ir a depositar su sobre en una urna a veces en un ambiente festivo cantando himnos a la democracia o a cualquier otra cosa que no tiene traducción en su lengua local. No es imposible ver a algún opositor vapuleado o linchado por las masas fanatizadas a favor del presidente de turno.
Hace unos años me encontraba en la República Centroafricana cuando se organizaron elecciones para validar o rechazar la nueva constitución que permitía al presidente Bozizé representarse a las elecciones. Habían dicho al pueblo que se trataba del Referendum. En algún momento del día, se me ocurrió acercarme a los que acababan de votar y les pregunté que significaba el "Referendum". La mayoría de los entrevistados o todos me contestaron que significaba votar para que el presidente les construyera una seria de infraestructuras de desarrollo. Es que en la campaña previa a las elecciones, solamente habían llegado al rincón en cuestión los representantes del presidente y habían explicado al pueblo que fueran a votar "si" porque en caso contrario el presidente les olvidaría por completo. Así van las cosas. La nueva constitución salió votada por una mayoría abrumadora. Nadie había leído el texto ni sabía lo que decía.

En estos días estamos asistiendo a unas elecciones presidenciales y legislativas en varios países de África dónde se sabe de antemano quien saldría ganando ya sea porque todo está amañado previamente, ya sea porque la oposición está completamente fagocitada, ya sea porque la oposición ha decidido retirarse de una mascarada intolerable. Es un hecho que hace mucho pensar. ¿Cómo es posible que queramos el desarrollo sin aceptar los mecanismos que llevan a ello? ¿Cómo es posible que personas cultas se conviertan en fanáticos del poder dictatorial llegando a abusar de la inocencia del pueblo sencillo? ¿Por qué nos empeñamos en seguir aplicando los mecanismos en los que no creemos?
Hace unos años, Axelle Kabou, de nacionalidad camerunesa publicó un libro llamativo titulado "Et si l'Afrique refusait le développement?" (¿Y sí África rechazara el desarrollo?). En este libro, la autora repasa la situación en muchos países y las actitudes anti-desarrollo observables en todos ellos tanto de parte de los dirigentes como de la población. Al final plantea esta pregunta que es al mismo tiempo un llamamiento a revisar las recetas traídas de Occidente e insertadas en las culturas africanas sin tener tiempo de adaptarlas, integrarlas o modificarlas. Una de estas recetas es la democracia que  se materializa en las urnas. En el fondo, la pregunta de Kabou apunta a una crisis de identidad generalizada en África que nos incapacita para reactivar nuestras propias energías y reinventar nuestros propios mecanismos. 
La democracia es un concepto universal que hay que traducir en las realidades locales. Todos los principios universales se piensan universalmente y se aplican localmente. Es absurdo hacer un "copiar-pegar" desde una realidad occidental concreta a un realidad africana también concreta. Más concretamente, se sabe que la democracia electoral supone ciertos requisitos previos: la voluntad de construir las estructuras por encima de las personas, la comunicación, la educación, la libertad de expresión, la prensa libre, la capacidad de aceptar las ideas contrarias, el debate, la neutralidad de las instituciones garantes del resultado etc. Cuando estos elementos no están todavía en un país, se puede organizar las elecciones pero no se puede hablar de democracia. He aquí lo que llamo el ridículo electoral.

(para colaborar con África www.audesarrollo.es)