sábado, 27 de julio de 2019

La puerta de no retorno


(Gaetan Kabasha)
The door of no return. Así se ve el letrero colocado a la puerta que abre al mar en el castillo de los esclavos de Cape Coast, la antigua capital de Ghana a unas tres horas de coche de la actual capital Accra yendo hacía el oeste. Un lugar que debería golpear la conciencia de la humanidad y recordarle que el hombre ha podido (y puede) hacer lo inimaginable hacía su semejante.
El castillo es una fortificación sólidamente construida, diseñada por alguien que debía albergar la perversión en su mente y levantada por los daneses en el punto álgido de la esclavitud de los negros. Tiene dos partes claramente distintas: la parte de arriba destinada a la administración del funesto negocio con salas aireadas por las grandes ventanas abiertas al mar y la parte de abajo dónde se hacinaban a los esclavos llevados de todos los rincones de la zona para ser embarcados hacía las Américas.

El castillo y sus defensas

Cuando uno entra en esta parte de abajo, tiene la sensación de adentrarse a lo que se aproximaría al infierno si no lo es ya. Son agujeros de la maldad o agujeros negros en la historia de la humanidad. Lugares de deshumanización y de humillación. Lugares de ensañamiento sobre los seres indefensos arrancados de sus pueblos, separados de los suyos y llevados como bestias salvajes a lugares desconocidos. En estos lugares exiguos sin aire ni luz, los hombres estaban separados de las mujeres para volver a encontrarse en el barco, encadenados, desfigurados y sobre todo deshumanizados.
La esclavitud es un fenómeno humano universal observado en todas las etapas de la historia del hombre y practicado en todos los lugares. Pero, con el descubrimiento de América y los avances tecnológicos, el fenómeno tomó las dimensiones faraónicas con una decisión sin precedente de esclavizar a los negros considerados como máquinas de trabajo en las plantaciones de las nuevas tierras de América. Aquel ejercicio de lúgubre memoria se llamó “comercio triangular”. Los europeos traían objetos manufacturados (tela, espejos, fusiles...) a los reyes y potentados africanos a cambio de esclavos. Estos últimos emprendían guerras tribales sangrientas para capturar cada vez más esclavos, negros como ellos, para venderlos. En América, los negros esclavizados trabajaban gratuitamente, bajo palos, para enriquecer Europa. El triangulo se cerraba con una Europa enriquecida, una África ensangrentada y una América rentabilizada.  Un negocio redondo con seres humanos por medio. Se cree que desde el siglo 15 hasta la abolición oficial de la esclavitud (1807), se llevaron a América a más de 12 millones de negros. Al mismo tiempo, los árabes hacían el mismo negocio en las costas este del continente aunque en otras proporciones.
El diseñador de la fortificación en cuestión no había previsto lugares para la ducha o los servicios. Los esclavos vivían días y a veces, meses en esos agujeros negros en medio de sus desechos. Algunos de ellos con heridas de guerra se pudrían en medio de los dolores sin que nadie les hiciera caso. El guía de este itinerario de los horrores explica como el suelo está cubierto de la sangre, los vómitos, los excrementos etc. Esto da a entender que los seres allí hacinados, a pesar de tener forma humana, parecían bestias desdeñables ante sus dueños.
Para las chicas, el sufrimiento era doble. Algunas de ellas eran seleccionadas para satisfacer las necesidades sexuales de los esclavistas. Las que se resistían estaban encarceladas en un agujero aparte que apenas puede contener una persona adulta. Todo dependía del querer del responsable de la caravana.
el agujero para los hombres

La cárcel par las chicas resistentes

A la hora del cargamento en los enormes barcos, los esclavos estaban sacados de sus agujeros para ser seleccionados. Solamente se cargaban a los que tenían aspecto físico capaz de soportar el viaje desde las costas africanas hasta las costas americanas en unas condiciones deplorables. Estos estaban entonces alineados uno al lado del otro, encadenados y con poca posibilidad de moverse. Los demás, azotados por las enfermedades, el cansancio, la desesperación, las torturas morían antes de llegar al barco para el viaje definitivo. El que cruzaba la puerta marcada “the door of no return”, no volvían a ver a África jamás.

El castillo de Cape Coast sigue en pie como lugar de visitas, de estudio y también como museo. Sigue como lugar que nos recuerda cada día que el ser humano es capaz de las peores atrocidades hacía sus semejantes. Desgraciadamente, la esclavitud sigue existiendo bajo diversas formas en este mundo dónde la codicia es capaz de hacernos olvidar que todos somos miembros de una misma humanidad.

sábado, 13 de julio de 2019

Los funerales en Ghana



(Gaetan kabasha)

Las prácticas en torno al nacimiento, el matrimonio y la muerte forman parte de los elementos característicos de una cultura dada. Son momentos tan especiales que cada pueblo desarrolla sus actitudes que suelen ser muy específicos.
Estuve invitado a un funeral en un barrio de la ciudad de Accra (Ghana) y pude observar parte del procedimiento curiosísimo en torno a la muerte en la mayoría de las diferentes tribus de Ghana. Se trataba del funeral pero en realidad, no tenía nada que ver con ninguna ceremonia religiosa sino más bien era un encuentro especial de todos los miembros y amigos en la casa del difunto una semana después del fallecimiento. Cuando pregunté si el difunto estaba ya enterrado, me miraron con ojos extraños y después de comprobar que no son del lugar, me explicaron que el cuerpo sigue todavía en el tanatorio.

En Ghana, la práctica funeraria se puede dividir en tres etapas.
La primera se refiere al día del fallecimiento. Es un día de luto seguido de dos o tres días de mucha intensidad. Las vestimentas de luto et el llanto son la tónica del momento que se convierte en un evento social capaz de congregar a centenares de personas, desde los miembros de la familia hasta los curiosos pasando por los vecinos, conocidos etc.
La segunda etapa se refiere a lo que llaman el funeral: Una semana después, los miembros de la familia se reúnen en la casa del difunto todo el día. Todo el mundo procura comprar el uniforme fijado por los jefes de la ceremonia. A veces, el coste del uniforme puede suponer mucho dinero pero es moralmente obligatorio llevarlo. Todo el día, se alternan música, discursos, comida, bebidas etc. Es el día en que la familia decide como organizar el enterramiento. En Ghana, dependiendo del estatuto social o de los problemas familiares, el entierro puede esperar meses o años. Si se trata de un rey o un gran jefe, el entierro se hace después de dos años. En algunos lugares, todo depende de la construcción del mausoleo en el pueblo natal dónde reposará el cuerpo del difunto.
La tercera etapa es el entierro. Durante tres días que preceden el evento, la familia vuelve a reunirse en un ambiente cargado de intensidad. Es el luto final. Se fabrica un ataúd especial con coloridos y a veces con formas que indican la vida del difunto. El entierro se hace en un espectáculo que puede parecer una fiesta dónde a veces el ataúd es llevado a hombros en un paso de procesión o sencillamente de danza. Los gastos son enormes pero nadie se acuerda de poner algo de razón en este tema. Los muertos cuestan más que los vivos.
En todo este proceso, solamente la familia biológica tiene la última palabra. Los otros miembros son protocolarios. Sin embargo, todos tienen la obligación de estar y de llevar el uniforme. En algunos casos, la muerte de uno puede dejar a todos en la miseria.

En el funeral dónde estuve, todo me parecía normal cuando de repente nos invitaron (los de mi grupo) a retirarnos para comer. La mesa estaba repleta de comidas y bebidas de todo tipo. No se trataba de una comida simbólica sino de un verdadero banquete. En este instante, los comensales olvidan el luto mientras que fuera, en las tiendas levantadas por la ocasión, los otros siguen con su música, discursos etc.
Después de esta suculenta comida, nos despedimos de los organizadores pero uno de nosotros tuvo la intuición de dejar un sobre para participar al proceso.
En el camino de vuelta, me preguntaba: Durante todo este tiempo de luto que puede durar meses o años, si algún otro miembro de la familia fallece, ¿qué pasa?

jueves, 11 de julio de 2019

Una universidad para el nkrumahismo


(Gaetan)

Ghana es un país muy especial desde muchos puntos de vista. Y entre sus ciudades, Winneba es mucho más especial todavía. Su historia es una joya que a cualquier extranjero curioso le gustaría conocer.
Saliendo de la capital Accra, adentrando más en Ghana hacía el centro del país, a unas dos horas de coche, se llega a esta ciudad colocada justo al mar. Construida por los británicos en la época colonial, la ciudad servía para la distracción de los blancos aprovechando una excelente playa y la brisa suave que sale del mar especialmente por la tarde. Pero la ciudad es especial por otros motivos posteriores a esta siniestra época de la colonización.

Nada más entrar en la ciudad, uno encuentra el letrero enorme que dice “Universidad de Educación de Winneba”. Allí se encuentra toda la especialidad de la ciudad y de paso su originalidad.
Ghana fue el primer país subsahariano en recobrar la independencia gracias a un luchador incansable llamado Nkwame Nkrumah. Formado en las universidades de Estados Unidos y de Inglaterra, este profesor y político ghanés volvió a su país cargado de diplomas y dispuesto a liberar su país y toda África del colonialismo. Ganó mucha popularidad en los grupos marginados y las masas paisanas gracias a sus propuestas de un socialismo científico y a su capacidad a desafiar a los colonos. Movilizó las masas en un sinfín de revueltas, boicots, huelgas, manifestaciones etc. y consiguió arrancar la independencia total de manos de los ingleses en 1957 no sin pasar por la cárcel acusado de sublevación.
A partir de este momento, Nkrumah se consideró a sí mismo como el  mesías enviado por Dios para liberar toda África del colonialismo y hacer de Ghana la capital del continente libre. Estaba convencido de que África acabaría siendo un mismo país siguiendo el modelo de los Estados Unidos de América o la URSS gracias a Ghana y su carismático líder. Muy cercano al comunismo, se hacía asesorar por los rusos y los chinos.
Se lanzó en la construcción de impresionantes infraestructuras para el desarrollo de Ghana al mismo tiempo que desplegaba una diplomacia a gran escala para conseguir que África se convirtiera en una sola nación. Fue en esta fiebre del panafricanismo que desarrolló una ideología llamada “el nkrumahismo” y construyó una extraordinaria universidad en Winneba destinada a enseñar esta ideología al mundo entero.


La universidad tenía una vocación panafricanista. Se trataba de una institución dónde todos los países africanos podían enviar a sus mejores estudiantes para aprender los métodos de lucha para la independencia tanto física como mental, las tácticas de resistencia contra el enemigo común africano (el blanco), las estrategias para lograr una unión africana real etc. Era el centro de formación ideológica para llevar las ideas de Nkrumah al resto del continente. Winneba se convirtió así en una ciudad muy especial. Nkrumah procuró asfaltar sus calles y cuidar sus edificios para que el lugar fuera una referencia para un Ghana libre y una África despojado de sus complejos.
Sin embargo, Nkrumah no era solamente el visionario, el luchador, el africanista de referencia, el intrépido y trabajador. También tenía un lado oscuro: sus métodos dictatoriales, su unilateralismo, su intransigencia le crearon muchos enemigos tanto internos como externos.
En febrero de 1966, fue depuesto por el ejército cuando se encontraba en China. Su caída fue acompañada de la caída del sueño de muchos africanos de alcanzar la independencia total del continente frente al Occidente neo-colonialista y lograr una unión continental real. Hoy en día, la universidad de Winneba ya no enseña el nkrumahismo. Se convirtió en la Universidad de Educación. Sin embargo, a pesar de cambiar de nombre, sigue siendo el símbolo de una época de sueños que acabaron desvaneciéndose.

miércoles, 10 de julio de 2019

Bangui, capital sin brillo (parte 2)


El aeropuerto suele ser un lugar dónde el país ofrece su carta de presentación: acogida respetuosa, orden, limpieza etc. Tan es así que la primera impresión del aeropuerto acompaña al pasajero y puede ayudar a superar otros elementos negativos del país. Pues, Centroáfrica, en esto, hace excepción.
Nada más recoger las maletas, el pasajero tiene que pasar por una etapa dolorosa y para algunos, humillante que consiste en abrirlas y dejar que los agentes uniformados remuevan todo hasta el fondo con sus manos. Este ejercicio tiene por objeto de impedir que entren en el país algunos productos prohibidos. El país nunca ha sido capaz de comprar aparatos modernos como escáner por ejemplo afín de evitar esa bochornosa maniobra pública que roza la violación de la intimidad.

Nada más salir del aeropuerto, a doscientos metros, uno se encuentra en un atasco de gente dónde los coches y las personas están mezclados en un vaivén impresionante. Se trata del mercado de Combattant. Las mercancías se encuentran a escasos metros de la calle y los mercaderes circulan en medio de los coches intentando vender lo que llevan encima. Es la primera imagen de Bangui que el viajero tiene antes de adentrar en la capital. Nada que ver con el letrero de “Bangui la coquette” que se ve por el monte Bazoubangui, lugar que por cierto es una verdadera riqueza ecológica alrededor de una ciudad.
Dicen los que conocen la ciudad en los años ochenta que no tenía nada que envidiar otras capitales africanas. Situada al borde del río Oubangui, Bangui estaba pensado para ser un lugar idóneo para disfrutar de las vacaciones, hacer negocios, probar las recetas culinarias locales en toda tranquilidad. La luz que venía de la central hidroeléctrica de Boali alimentaba toda la ciudad y el agua purificada de SODECA era suficiente para toda la población de aquella época. Hoy en día, todo esto parece un cuento de las mil y mil noches.
Las diferentes turbulencias políticas y militares, la corrupción, la falta de visión de los sucesivos dirigentes convirtieron una ciudad atractiva en una aglomeración de miseria y tristeza. La Central de Boali, mal cuidada ya no alcanza abastecer a todos los habitantes de Bangui que, entre tanto han aumentado. A día de hoy, tener electricidad en casa más de ocho horas al día es un verdadero lujo. Todas las iniciativas de desarrollo que requieren la energía eléctrica quedan así paralizadas. Los habitantes de Bangui llevan años viviendo así y nada indica que algo vaya a cambiar dentro de poco ya que el Estado depende casi enteramente de las ayudas exteriores. La mejor solución sería potenciar desde el Estado el consumo individual con la energía solar, pero tampoco se ven iniciativas en este sentido.
Últimamente, se ha añadido el problema del agua potable. Es imposible imaginar una capital sin agua en los grifos. La vejez de las máquinas potabilizadoras, la falta de inversión para ir cambiando las tuberías y mejorar las instalaciones hacen que cada vez los habitantes de Bangui tengan la sensación de ir hacia atrás. Debe ser el único país del mundo que retrocede en lugar de avanzar. Las quejas no cambiarán las cosas. Hacen falta acciones fuertes en el sentido de las reformas estructurales para actualizar los servicios del Estado y mejorar la gestión económica del dinero público.

Durante mi estancia, había también dificultades para tener gasolina. El precio había subido tanto que era imposible para los coches de gasolina seguir circulando. Bien es verdad que el país está enclavado y no toca a ningún puerto. Pero, esto mismo tendría que motivar a las autoridades a buscar soluciones alternativas para que el país no quede paralizado cuando hay problemas de abastecimiento.
Sin embargo, en el centro de la ciudad, por la tarde, se sigue apreciando la presencia de los bares y restaurantes con comida local agradable: pollo asado, yagbanda, pescado asado etc. Solo por esto merece la pena visitar Bangui al menos por un tiempo.

jueves, 4 de julio de 2019

Bangui, capital sin brillo (parte 1)


Cuando uno llega a Bangui, la primera cosa que ve es una inscripción en letras grandes por encima de la ciudad, en un monte que separa la capital del resto del país. La inscripción dice “Bangui la coquette”, es decir Bangui la coqueta en el sentido de una cosa bella y seductora. La inscripción bien protegida debía de corresponder a la realidad en una cierta época pasada cuando se hablaba de una bella ciudad al borde del rio Oubangui. Hoy en día, la famosa inscripción es solamente un conjunto de letras vacías. No se refiere a ninguna realidad.
Acabo de pasar una semana en Bangui, la capital de la República Centroafricana. La última vez que estuve allí, en 2015, se oían disparos la noche por los barrios colindantes a Km5 dónde se concentran los musulmanes de la ciudad. El país estaba todavía inmerso en una cruenta guerra civil con matices religiosos entre musulmanes y no musulmanes. Al mismo tiempo, los ciudadanos tanto musulmanes como cristianos estaban esperando como agua de mayo la visita del Papa Francisco quien, contra todas las mareas, había decidido ir a aportar su granito de arena al proceso de paz. Nadie sabía como aquella visita se desarrollaría entre tanto odio, angustia, división y desesperación. Me place decir que su paso por Bangui hizo algo milagroso: aquellos días supusieron un alivio para todos. Los musulmanes del km 5 pudieron salir de su aislamiento y cruzarse sin roce con el resto de los habitantes de Bangui. El Papa había roto las fronteras de la vergüenza.
Cuatro años después, la situación de la capital está algo tranquilo. El barrio del km 5 sigue siendo bastión de unas milicias musulmanas armadas pero ya no se oyen disparos. Aunque la mayor parte del territorio nacional esté ocupado por grupos armados bajo tutela de señores de guerra, la capital respira una cierta paz.
Sin embargo, la primera cosa llamativa que uno ve al adentrar en el corazón de la capital es la presencia de los cascos azules. La sorpresa va creciendo cuando ves que hasta el palacio presidencial está custodiado por los militares de la ONU, en este caso, los ruandeses. Es una cosa muy sorprendente ya que la presidencia de un país es un lugar que simboliza la independencia de la nación y su auto-gobierno. Ver a los casos azules por los cuatro ángulos de este edificio no deja de suscitar muchos interrogantes. ¿El presidente puede sentirse seguro y libre en un palacio protegido por los extranjeros? La presencia de los militares extranjeros en los lugares de alto valor simbólico es signo de un orgullo nacional herido.
En las calles, no se ven muchos coches. Nada que ver con otras ciudades de África como Lagos, Kigali, Douala o Accra etc.  La mayor parte de los vehículos que circulan en Bangui son unos todoterrenos de los ONGs o de la mismísima ONU. Aparte de esto, ve puede apreciar una buena cantidad de taxis amarrillos cargados de personas como si fueran mercancía. Un coche-turismo de estos lleva siete personas dentro de un calor de pesadilla y música a todo volumen. Los taxis se mezclan con las motos que también hacen de transporte público, sin casco tanto para el conductor como para el pasajero. ¿De verdad, Se requieren inversiones extranjeras para que los conductores de moto lleven cascos? ¿Cuántas vidas humanas se podrían salvar llevando el casco?

La gente en la calle camina como sombras bajo el sol. Se nota la pobreza en la cara. Es una cosa que se ve directamente cuando estás acostumbrado a viajar en otros lugares. La pobreza en cuestión puede no ser tanto la falta de comida (que también), como la falta de esperanza. Los rostros no transmiten optimismo; la gente no camina con paso firme; los diálogos están cargados de negatividad. La manera de vestir, de caminar, de mirar transmite cierto cansancio. El pueblo está cansado de ser víctima de guerras y precariedad. Quiere pasar página y vivir en paz.
Desde el punto de vista político-militar, se han firmado los acuerdos de paz primero en Khartoum, luego en Bangui y en Adis Abeba. Dichos acuerdos suponen el alto el fuego y el proceso de paz hacia el desarme total de más de 14 grupos armados. Aunque en la teoría no hay otra vía posible hacia la paz, en la práctica los señores de guerra, muchos de ellos sanguinarios, siguen acampando en sus anchas sin preocupación. El pueblo, él, escruta el horizonte con una rara mezcla de frustración y esperanza.
Gaetan Kabasha