miércoles, 10 de julio de 2019

Bangui, capital sin brillo (parte 2)


El aeropuerto suele ser un lugar dónde el país ofrece su carta de presentación: acogida respetuosa, orden, limpieza etc. Tan es así que la primera impresión del aeropuerto acompaña al pasajero y puede ayudar a superar otros elementos negativos del país. Pues, Centroáfrica, en esto, hace excepción.
Nada más recoger las maletas, el pasajero tiene que pasar por una etapa dolorosa y para algunos, humillante que consiste en abrirlas y dejar que los agentes uniformados remuevan todo hasta el fondo con sus manos. Este ejercicio tiene por objeto de impedir que entren en el país algunos productos prohibidos. El país nunca ha sido capaz de comprar aparatos modernos como escáner por ejemplo afín de evitar esa bochornosa maniobra pública que roza la violación de la intimidad.

Nada más salir del aeropuerto, a doscientos metros, uno se encuentra en un atasco de gente dónde los coches y las personas están mezclados en un vaivén impresionante. Se trata del mercado de Combattant. Las mercancías se encuentran a escasos metros de la calle y los mercaderes circulan en medio de los coches intentando vender lo que llevan encima. Es la primera imagen de Bangui que el viajero tiene antes de adentrar en la capital. Nada que ver con el letrero de “Bangui la coquette” que se ve por el monte Bazoubangui, lugar que por cierto es una verdadera riqueza ecológica alrededor de una ciudad.
Dicen los que conocen la ciudad en los años ochenta que no tenía nada que envidiar otras capitales africanas. Situada al borde del río Oubangui, Bangui estaba pensado para ser un lugar idóneo para disfrutar de las vacaciones, hacer negocios, probar las recetas culinarias locales en toda tranquilidad. La luz que venía de la central hidroeléctrica de Boali alimentaba toda la ciudad y el agua purificada de SODECA era suficiente para toda la población de aquella época. Hoy en día, todo esto parece un cuento de las mil y mil noches.
Las diferentes turbulencias políticas y militares, la corrupción, la falta de visión de los sucesivos dirigentes convirtieron una ciudad atractiva en una aglomeración de miseria y tristeza. La Central de Boali, mal cuidada ya no alcanza abastecer a todos los habitantes de Bangui que, entre tanto han aumentado. A día de hoy, tener electricidad en casa más de ocho horas al día es un verdadero lujo. Todas las iniciativas de desarrollo que requieren la energía eléctrica quedan así paralizadas. Los habitantes de Bangui llevan años viviendo así y nada indica que algo vaya a cambiar dentro de poco ya que el Estado depende casi enteramente de las ayudas exteriores. La mejor solución sería potenciar desde el Estado el consumo individual con la energía solar, pero tampoco se ven iniciativas en este sentido.
Últimamente, se ha añadido el problema del agua potable. Es imposible imaginar una capital sin agua en los grifos. La vejez de las máquinas potabilizadoras, la falta de inversión para ir cambiando las tuberías y mejorar las instalaciones hacen que cada vez los habitantes de Bangui tengan la sensación de ir hacia atrás. Debe ser el único país del mundo que retrocede en lugar de avanzar. Las quejas no cambiarán las cosas. Hacen falta acciones fuertes en el sentido de las reformas estructurales para actualizar los servicios del Estado y mejorar la gestión económica del dinero público.

Durante mi estancia, había también dificultades para tener gasolina. El precio había subido tanto que era imposible para los coches de gasolina seguir circulando. Bien es verdad que el país está enclavado y no toca a ningún puerto. Pero, esto mismo tendría que motivar a las autoridades a buscar soluciones alternativas para que el país no quede paralizado cuando hay problemas de abastecimiento.
Sin embargo, en el centro de la ciudad, por la tarde, se sigue apreciando la presencia de los bares y restaurantes con comida local agradable: pollo asado, yagbanda, pescado asado etc. Solo por esto merece la pena visitar Bangui al menos por un tiempo.

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