El aeropuerto suele ser un lugar dónde el
país ofrece su carta de presentación: acogida respetuosa, orden, limpieza etc.
Tan es así que la primera impresión del aeropuerto acompaña al pasajero y puede
ayudar a superar otros elementos negativos del país. Pues, Centroáfrica, en
esto, hace excepción.
Nada más recoger las maletas, el pasajero
tiene que pasar por una etapa dolorosa y para algunos, humillante que consiste
en abrirlas y dejar que los agentes uniformados remuevan todo hasta el fondo
con sus manos. Este ejercicio tiene por objeto de impedir que entren en el país
algunos productos prohibidos. El país nunca ha sido capaz de comprar aparatos
modernos como escáner por ejemplo afín de evitar esa bochornosa maniobra pública
que roza la violación de la intimidad.
Nada más salir del aeropuerto, a doscientos
metros, uno se encuentra en un atasco de gente dónde los coches y las personas
están mezclados en un vaivén impresionante. Se trata del mercado de Combattant.
Las mercancías se encuentran a escasos metros de la calle y los mercaderes
circulan en medio de los coches intentando vender lo que llevan encima. Es la
primera imagen de Bangui que el viajero tiene antes de adentrar en la capital.
Nada que ver con el letrero de “Bangui la coquette” que se ve por el monte
Bazoubangui, lugar que por cierto es una verdadera riqueza ecológica alrededor
de una ciudad.
Dicen los que conocen la ciudad en los años
ochenta que no tenía nada que envidiar otras capitales africanas. Situada al
borde del río Oubangui, Bangui estaba pensado para ser un lugar idóneo para
disfrutar de las vacaciones, hacer negocios, probar las recetas culinarias
locales en toda tranquilidad. La luz que venía de la central hidroeléctrica de
Boali alimentaba toda la ciudad y el agua purificada de SODECA era suficiente
para toda la población de aquella época. Hoy en día, todo esto parece un cuento
de las mil y mil noches.
Las diferentes turbulencias políticas y
militares, la corrupción, la falta de visión de los sucesivos dirigentes convirtieron
una ciudad atractiva en una aglomeración de miseria y tristeza. La Central de
Boali, mal cuidada ya no alcanza abastecer a todos los habitantes de Bangui
que, entre tanto han aumentado. A día de hoy, tener electricidad en casa más de
ocho horas al día es un verdadero lujo. Todas las iniciativas de desarrollo que
requieren la energía eléctrica quedan así paralizadas. Los habitantes de Bangui
llevan años viviendo así y nada indica que algo vaya a cambiar dentro de poco
ya que el Estado depende casi enteramente de las ayudas exteriores. La mejor
solución sería potenciar desde el Estado el consumo individual con la energía
solar, pero tampoco se ven iniciativas en este sentido.
Últimamente, se ha añadido el problema del
agua potable. Es imposible imaginar una capital sin agua en los grifos. La
vejez de las máquinas potabilizadoras, la falta de inversión para ir cambiando
las tuberías y mejorar las instalaciones hacen que cada vez los habitantes de
Bangui tengan la sensación de ir hacia atrás. Debe ser el único país del mundo
que retrocede en lugar de avanzar. Las quejas no cambiarán las cosas. Hacen
falta acciones fuertes en el sentido de las reformas estructurales para
actualizar los servicios del Estado y mejorar la gestión económica del dinero
público.
Durante mi estancia, había también
dificultades para tener gasolina. El precio había subido tanto que era
imposible para los coches de gasolina seguir circulando. Bien es verdad que el
país está enclavado y no toca a ningún puerto. Pero, esto mismo tendría que
motivar a las autoridades a buscar soluciones alternativas para que el país no
quede paralizado cuando hay problemas de abastecimiento.
Sin embargo, en el centro de la ciudad, por
la tarde, se sigue apreciando la presencia de los bares y restaurantes con
comida local agradable: pollo asado, yagbanda, pescado asado etc. Solo por esto
merece la pena visitar Bangui al menos por un tiempo.
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