jueves, 4 de julio de 2019

Bangui, capital sin brillo (parte 1)


Cuando uno llega a Bangui, la primera cosa que ve es una inscripción en letras grandes por encima de la ciudad, en un monte que separa la capital del resto del país. La inscripción dice “Bangui la coquette”, es decir Bangui la coqueta en el sentido de una cosa bella y seductora. La inscripción bien protegida debía de corresponder a la realidad en una cierta época pasada cuando se hablaba de una bella ciudad al borde del rio Oubangui. Hoy en día, la famosa inscripción es solamente un conjunto de letras vacías. No se refiere a ninguna realidad.
Acabo de pasar una semana en Bangui, la capital de la República Centroafricana. La última vez que estuve allí, en 2015, se oían disparos la noche por los barrios colindantes a Km5 dónde se concentran los musulmanes de la ciudad. El país estaba todavía inmerso en una cruenta guerra civil con matices religiosos entre musulmanes y no musulmanes. Al mismo tiempo, los ciudadanos tanto musulmanes como cristianos estaban esperando como agua de mayo la visita del Papa Francisco quien, contra todas las mareas, había decidido ir a aportar su granito de arena al proceso de paz. Nadie sabía como aquella visita se desarrollaría entre tanto odio, angustia, división y desesperación. Me place decir que su paso por Bangui hizo algo milagroso: aquellos días supusieron un alivio para todos. Los musulmanes del km 5 pudieron salir de su aislamiento y cruzarse sin roce con el resto de los habitantes de Bangui. El Papa había roto las fronteras de la vergüenza.
Cuatro años después, la situación de la capital está algo tranquilo. El barrio del km 5 sigue siendo bastión de unas milicias musulmanas armadas pero ya no se oyen disparos. Aunque la mayor parte del territorio nacional esté ocupado por grupos armados bajo tutela de señores de guerra, la capital respira una cierta paz.
Sin embargo, la primera cosa llamativa que uno ve al adentrar en el corazón de la capital es la presencia de los cascos azules. La sorpresa va creciendo cuando ves que hasta el palacio presidencial está custodiado por los militares de la ONU, en este caso, los ruandeses. Es una cosa muy sorprendente ya que la presidencia de un país es un lugar que simboliza la independencia de la nación y su auto-gobierno. Ver a los casos azules por los cuatro ángulos de este edificio no deja de suscitar muchos interrogantes. ¿El presidente puede sentirse seguro y libre en un palacio protegido por los extranjeros? La presencia de los militares extranjeros en los lugares de alto valor simbólico es signo de un orgullo nacional herido.
En las calles, no se ven muchos coches. Nada que ver con otras ciudades de África como Lagos, Kigali, Douala o Accra etc.  La mayor parte de los vehículos que circulan en Bangui son unos todoterrenos de los ONGs o de la mismísima ONU. Aparte de esto, ve puede apreciar una buena cantidad de taxis amarrillos cargados de personas como si fueran mercancía. Un coche-turismo de estos lleva siete personas dentro de un calor de pesadilla y música a todo volumen. Los taxis se mezclan con las motos que también hacen de transporte público, sin casco tanto para el conductor como para el pasajero. ¿De verdad, Se requieren inversiones extranjeras para que los conductores de moto lleven cascos? ¿Cuántas vidas humanas se podrían salvar llevando el casco?

La gente en la calle camina como sombras bajo el sol. Se nota la pobreza en la cara. Es una cosa que se ve directamente cuando estás acostumbrado a viajar en otros lugares. La pobreza en cuestión puede no ser tanto la falta de comida (que también), como la falta de esperanza. Los rostros no transmiten optimismo; la gente no camina con paso firme; los diálogos están cargados de negatividad. La manera de vestir, de caminar, de mirar transmite cierto cansancio. El pueblo está cansado de ser víctima de guerras y precariedad. Quiere pasar página y vivir en paz.
Desde el punto de vista político-militar, se han firmado los acuerdos de paz primero en Khartoum, luego en Bangui y en Adis Abeba. Dichos acuerdos suponen el alto el fuego y el proceso de paz hacia el desarme total de más de 14 grupos armados. Aunque en la teoría no hay otra vía posible hacia la paz, en la práctica los señores de guerra, muchos de ellos sanguinarios, siguen acampando en sus anchas sin preocupación. El pueblo, él, escruta el horizonte con una rara mezcla de frustración y esperanza.
Gaetan Kabasha


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