jueves, 27 de abril de 2023

El drama religioso en África

(Dr Gaetan Kabasha)

Digo drama porque no se puede decir de otra manera. Un drama que desgraciadamente lleva por delante vidas humanas en algunos casos y en otros, consigue envolver las masas humanas en una desorientación intelectual y humana convirtiéndolas en rebaños aborregados. Estoy hablando de las miles de sectas que nacen como champiñones en el continente africano.

En estos días, se está hablando en los medios del suicidio colectivo de varias decenas de personas en Kenya. Un tal Mackenzie Nthenge, pastor de una llamada Iglesia Internacional de la Buena Nueva, una de tantas que pululan en África, mediante un diabólico carisma, convenció a sus seguidores que para vivir plenamente de Cristo, era necesario ayunar hasta la muerte. Sin pensarlo dos veces, muchos de los suyos obedecieron a la supuesta iluminación profética de este siniestro predicador y acabaron muriendo uno a uno igual que las mariposas que se tiran al fuego pensando encontrar calor. Más de 50 personas a día de hoy y otras tantos en los hospitales agonizando, rechazando todo tipo de tratamiento porque recibirlos sería ir en contra de la voluntad de Dios.

En el año 2000, en el vecino Uganda, un tal Joseph Kimbwetere, consiguió convencer a todos los seguidores de su iglesia “Restauración de los Diez Mandamientos de Dios” que el mundo acabaría pronto y que ganarían el cielo si muriesen antes. Según el pastor, el mensaje venía directamente de la Virgen María qui le hablaba de manera regular revelándole algunos secretos mejor guardados de Dios Padre. Pues, más de 1000 creyentes se encerraron en una casa, tapiaron todas las aperturas, se rociaron con gasolina y prendieron fuego. Fue la conmoción continental y el inicio de una serie de fenómenos religiosos tan curiosos como estrambóticos. Centenares de fieles inocentes, arrastrados por la búsqueda de felicidad profetizada por el pastor, acabaron en la hoguera voluntaria sin escapatoria posible.

Hace muy pocos meses, otro pastor, un mozambiqueño, iluminado por el cielo, se adentró en el desierto con el propósito de hacer el ayuno de 40 días, igual que el mismismo Jesús en los desiertos de Palestina tal como se narra en los Evangelios. Menos mal que decidió hacerlo solo y al final, sus seguidores le encontraron en una agonía irreversible. Murió poco después.

Esos hechos muestran hasta que punto África se está convirtiendo en un terreno de ensayos de todo tipo de inventos. La frustración, la ignorancia, la miseria están llevando la sensibilidad espiritual del hombre africano a derroteros irracionales. Es un signo de falta de horizonte y de desesperación ante la vida propuesta por la dinámica del mundo que se ha globalizado. En efecto, la globalización, lejos de llevar lo mejor de cada pueblo a los demás, filtra lo peor de cada uno e irrumpe en las sociedades con propuestas que crean incertidumbre moral, desequilibran la vida material y espiritual. África lleva siglos observando como se destruye su identidad cultural, espiritual, moral sin que las nuevas propuestas conlleven un alimento seguro más allá de los fuegos artificiales. Entre las miles de voces que llaman a la felicidad, muchos no saben distinguir cuál de ellas dice la verdad y cual difunde la mentira.

Muchos africanos siguen teniendo su sensibilidad espiritual a flor de piel. Me arriesgo a pensar que ésta sea la razón por la que se entregan fácilmente a un mundo irreal. La mayoría de las sectas religiosas son de corte cristiana. Proponen una serie de beneficios a la carta: sueños divinos, profecías de todo tipo, promesas de sanación de todo tipo de enfermedades, transes, fantasías extraordinarias. Todo parece tener como objetivo arrancar al africano de su mundo para proyectarle a otro dónde no hay ni dolor ni llanto, ni enfermedad ni muerte, pero aquí. Hasta en algunas ciudades encuentran pancartas publicitarias que dicen: “Si tu Dios no funciona, prueba el mío y no volverás a sufrir”.

En este marco, hay también iglesias que nacen localmente, cada una con una cierta originalidad. Basta hablar a título de ejemplo, La Santísima Iglesia de Banamé en Benín. Aquí todo gira en torno a una chica llamada Vicentia Parfaite Tadagbé que se autodenomina Dios Padre. Su brazo derecho es un antiguo sacerdote católico – Vegán- convertido a la nueva creencia y que ahora se hace llamar Papa y se viste como tal. Desde el inicio de esta agrupación, miles de personas acuden a sus predicaciones hasta tal punto que el hecho se ha convertido en un fenómeno social de gran importancia. Sus obispos y sacerdotes se visten igual que los obispos y sacerdotes católicos ya sea para confundir, ya sea para intentar parecerse a la Iglesia Católica.


En otros lugares, los estadios se llenan de gente completamente entregada a los predicadores que prometen maravillas, venden líquidos milagrosos, expulsan demonios, desafían a la muerte, pretenden acabar con la pobreza cobrando limosna, etc. Evidentemente, nada es gratuito en este tema. Entre tanto, las grandes iglesias tradicionales contemplan impotentes la avalancha de sus antiguos feligreses hacia estas nuevas propuestas que seducen por sus métodos y sobre por sus promesas de una felicidad al alcance de la mano.

Todo esto viene a indicar que el continente está en un momento de desorientación importante, de pérdida de identidad, de vaciamiento personal, etc. Para paliar a esta situación, los más débiles se entregan a una religiosidad de substitución, un refugio dónde creen estar a salvo del mundo que les aparece como una amenaza. Habría que estudiar el fenómeno a fondo. Entre tanto, los Estados, garantes de la vida de los ciudadanes, en lugar de atajar el problema, prefieren mirar por otro lado. Por una parte, porque mientras sus ciudadanos están entretenidos en esta burbuja espiritual, no se acuerdan de reclamar sus derechos y por otra, porque la proliferación de las sectas debilitan las iglesias tradicionales capaces de poner en duda ciertas políticas. 

Llegados a este punto, creo que los Estados no pueden seguir en la indiferencia. Sería como dejar que los lobos cuiden las ovejas. Se trata de la vida de la personas en juego y del futuro del continente.