viernes, 1 de marzo de 2019

La desolación de Bakouma



Domingo 3 de febrero de 2019
(Relato de Mons. Jesús Ruiz, obispo auxiliar de Bangassou (RCA)

Justo un mes después del ataque de Bakouma he convocado a los dos abbés, Eugène y Lucien, el antiguo párroco Jean Noel, la hermana Ernestina responsable de las escuelas católicas, el director de la escuela católica de Bakouma, y el inspector pedagógico de las escuelas del Estado. Hemos ido a hacer una inspección y ver qué ha quedado de la ciudad de Bakouma.


Antes de llegar, en el PK-11, la MINUSCA ha levantado un campo con tiendas de campaña para sus soldados. Al lado un puñado de soldados FACA; y anónimos bajo los árboles once mil personas desplazadas. Nos hemos parado a saludarles. Se les ve cansados, enfermos; llevan al aire libre un mes; un socorrista intenta copiar los nombres de los enfermos que hacen cola; da lástima… Entre los refugiados se mueven los jóvenes antibalakas con sus cuchillos, sus fetiches y su moral por los suelos… Cual ejército derrotado yace por el suelo toda esta población que no sabe a dónde ir.

Al llegar a Bakouma, la primera casa que encontramos es el complejo de la misión: la casa de los padres y las hermanas con la iglesia a la izquierda; las escuelas y el colegio de la misión a la derecha. Todas las puertas abiertas y reventadas, papeles en el patio de la misión… Y eso que el cocinero ha intentado poner un poco de orden. Hemos ido visitando cada habitación, los despachos parroquiales, la casa de las hermanas… Todo ha sido saqueado: las puertas de hierro las han descerrajado y están ahora inservibles; las puertas de madera del interior que no tenían llave y no había más que girar la manivela para abrirlas las han partido en dos a golpes de kalasnikov o de otra arma pesada… Se han llevado todo: las baterías, las placas solares, los colchones, la ropa, la vajilla, la TV, el frigorífico…, todo lo que les ha parecido útil… En las habitaciones de los abbés y de las hermanas han registrado libro tras libro a ver si encontraban el dinero escondido dentro… En nuestro recorrido vamos pisando medicamentos, pinturas de la escuela, juguetes para los niños, libros… Me ha dado al ojo un libro que he recuperado, “Mujeres en la arena”, que cuenta la historia de las mártires combonianas unos años después de la muerte de Comboni. Le he recogido… También, entre los desechos, recupero una pequeña estatua de la Virgen que en los incidentes el niño perdió el brazo.

En la sacristía hay una mancha de sangre a la entrada. Me dicen que fue allí donde murió uno de los selekas que estaba desclavando los paneles solares del tejado de la misión y algún antibalaka escondido le disparó desde lejos y cayó a tierra herido de muerte. Toda la ropa litúrgica la han rebuscado y tirado al suelo pero se ha salvado junto a los ornamentos sagrados… He ido a ver el sagrario y veo que no han tocado, está cerrado. En medio del gran caos hemos encontrado la llave del Sagrario: allí están intactas todas las hostias consagradas hace más de un mes. En el muro de piedra del altar, el Crucificado ha contemplado todo este desastre. Sigue contemplándonos.

Por la tarde, durante dos horas hemos recorrido las calles de Bakouma: una ciudad de más de veinte mil personas… Sólo hemos encontrado un ciego enfermo que es el que toca las campanillas en la coral; estaba con sus dos nietos que tienen una enfermedad hereditaria. Al fondo de la localidad un viejo que no quiso escaparse y les dijo a los Selekas que le matasen allí pues no tenía fuerza para huir… Salvó la vida. El resto de la población ha desaparecido. Ciudad fantasma. Las puertas de las casas abiertas tras haber sido saqueadas. El ataque con armamento pesado fue a las 4 de la mañana; mucha gente huyó desnuda, descalzos, sin tiempo para recoger nada; los niños huyeron por un sitio, los padres por otro. Cuando pregunté al responsable del proyecto de micro-créditos, Lambert, si habían traído el cuaderno de los grupos de cooperativas de mujeres, me dijo, “monseñor, me escapé descalzo…”Encontramos casquillos de municiones de alto calibre por todos los sitios, lo cual nos habla de la ferocidad del ataque contra una población que dormía. Solo alguna gallina con sus polluelos entre los sobrevivientes. Hemos encontrado los altavoces de la Iglesia, destartalados a más de un kilómetro de la parroquia. En nuestro paseo nos hemos asomado a cada pozo de agua, a unos ocho metros de profundidad, donde dicen que tiraron muchos cadáveres y ahora el agua estaría contaminada… No huele a podrido como nos habían anunciado. Es verdad que un grupo humanitario enterró hace un par de semanas los cadáveres que yacían sin sepultar. La casa del sultán con un boquete enorme en la fachada. El sultán, herido en el ataque, falleció cuando intentaron trasladarle en moto a Bangassou.
Algunos osados que lo han perdido todo regresaron a la semana para poder recuperar una cazuela, una camisa… o ver si el dinero escondido en la casa estaba aún ahí… Muchos de los antibalakas les obligaron a pagar un impuesto por recuperar sus pertenencias.Por doquier no hay más que desolación.
En nuestro paseo por la ciudad fantasma hemos encontrado a los FACA (ejército nacional), una veintena, que se han instalado al lado del ayuntamiento. Se quejan que les dan el dinero para la comida pero dónde encontrar algo para comer si no hay un alma viviente. A su lado,unos sesenta soldados marroquíes de la MINUSCA, algunos juegan a la petanca. He hablado con el jefe marroquí sobre esta desolación. La población autóctona está enfadada contra los marroquíes, pues en su misión de ayuda tardaron día y medio en recorrer lo que normalmente se hace en cuatro horas…, y luego se pararon en el PK-11, no quisieron intervenir para neutralizar a los Selekas…; siempre han hecho así.“No me asusta la maldad de los violentos, sino de la hipocresía de los buenos”, diría Luther King.

Después de este triste espectáculo hemos regresado a la misión donde hemos cenado algo de lo que hemos traído y nos hemos alojado en el suelo para dormir; hemos sido el pasto de los mosquitos.



Al día siguiente, sábado, han comenzado a llegar los primeros retornados. Gota a gota, algún hombre con un hatillo a la cabeza, y algún niño… El alcalde nos había anunciado que los que regresaba querían acampar en las escuelas católicas y nos hemos adelantado para que no hagan ningún campamento, lo cual según la lógica de la ONU puede llevar años para deshacer dicho campamento como los desplazados de nuestra catedral que nos pidieron tres días de alojamiento y ya vamos por dos años que vivimos con nuestros inquilinos musulmanes. La escuela católica que habíamos inaugurado con más de 500 niños está vacía… Solo han podido robar en el despacho del director.

La fuerte presión atmosférica de estos días; el dormir en el suelo comidos por los mosquitos; la precariedad bebiendo solo el agua y la comida que hemos llevado, y la situación caótica que hemos contemplado nos ha sumergido en un espíritu entre impotencia y depresión. El sábado por la noche intentando preparar con una linterna la homilía para el domingo no tenía ninguna inspiración… No me venía al espíritu ninguna palabra de aliento que pudiera dar ánimo a estos desheredados de todo. Era el evangelio de Jesús rechazado por sus paisanos de Nazaret… La lectura de san Pablo en el capítulo 13 sobre el amor ha inspirado mis torpes palabras delante de una pequeña comunidad de un centenar de regresados: ‘si tenemos el amor de Dios podemos reconstruir nuestras familias, nuestro pueblo, nuestra parroquia… El amor es bondadoso, no envidia, ni es orgulloso… no se alegra de la injusticia, sino en la verdad… El amor excusa todo, cree todo, espera todo, soporta todo… Pidamos el amor a Aquel que es el Amor. Nos han robado todo, pero no pueden robarnos el amor... Al final solo quedará el amor’.
Qué difícil se me hace predicar a esta gente privada de todo. De los asistentes a la Misa dominical, la coral y un tercio vienen del pueblecito vecino de Fadama que los Selekas han quemado ya por la segunda vez… Curioso en una asamblea dominical, pero dos terceras partes de la feligresía son hombres; solo un puñadito de mujeres y quince niños, no más. Hemos activado la alarma roja en nuestras dos escuelas católicas de  Bangassou y la de Nyakari para poder acoger a los niños de nuestra escuela de Bakouma para que no pierdan el año… La mitad de esos niños los tenemos localizados…, el resto perderá otro año más.


Acabando la Misa hemos preparado las cosas de regreso…; han venido a despedirnos una docena de cristianos. Les digo que en una semana volveremos… pero hoy, casi un mes después no hemos regresado; los abbés no están decididos. Regresando hemos ido parando en los cuatro o cinco pueblecito para saludar a los que huyeron… Anunciamos que algunos han regresado ya. Todos tienen miedo de regresar y sufrir otro ataque. Es difícil recomenzar, reconstruir a partir de las ruinas…; sus vidas rotas… pero ¡han recomenzado ya tantas veces!
De regreso hemos recogido a una mujer aún joven que viene a pie a Bangassou -130 km-, con un montón de bultos en su cabeza, para poder recibir en el hospital los medicamentos antiretrovirales para frenar su enfermedad, el SIDA… ¡Qué guapa que era esta mujer y lo que ha perdido!, comenta uno de mis compañeros de coche. Todos han perdido, todos hemos perdido… Los pobres no sé de dónde sacaran fuerzas pero seguro que volverán a comenzar de nuevo… Quizás su fortaleza venga de su espíritu pobre, de dentro de ellos mismos… Creo que estamos llamados todos a reconstruir desde el interior para que aunque se desmorone lo de fuera permanezca lo esencial, lo de dentro.