sábado, 14 de noviembre de 2015

El terrorismo y la razón pervertida.

Antiguamente la guerra era un acto heroico donde se medían las fuerzas de dos ejércitos bien identificados. Los enemigos eran muy bien conocidos y la batalla determinaba quién era ganador y quien era perdedor. Aunque no se pudiera asegurar la total seguridad de los inocentes, nadie los atacaba indiscriminadamente. En el código de los guerreros estaba tajantemente prohibido agredir a una mujer, un niño o un anciano fuera del campo de batalla. La guerra era una cuestión de valor, de honor de parte de los combatientes. Últimamente estamos asistiendo a otro tipo de guerras que no responden a los cánones ordinarios de batallas. Ya no se trata de un enfrentamiento entre dos ejércitos sino un estallido de violencias por aquí por allá donde los enemigos son invisibles y todo el mundo puede ser candidato a la muerte. El terrorismo escapa a la lógica habitual de la guerra; introduce ingredientes nuevos difíciles de entender por los que beben de la cultura occidental. Ya no hay ejércitos acampados sino grupos dormidos dispuestos a matar o a inmolarse matando a los inocentes. No se trata de enfrentarse a un adversario en un campo de batalla sino alcanzar al enemigo matando a los suyos. En este sentido, todo funciona por asociación y terror. Asociación porque se considera que los que comparten los mismos ideales que el enemigo son igualmente enemigos y por terror porque se pretende derrotar al enemigo sembrando el caos en los suyos. En este sentido, el concepto de inocencia no existe. Todo esto está fuera de toda lógica occidental y es inútil intentar entenderlo. El terrorista tiene otra mentalidad y se mueve en una dinámica completamente diferente. Para un occidental, se trata de un cálculo diabólico mientras que para el terrorista se trata de una estrategia de lucha dónde Dios es el vencedor. De allí conviene hablar de la perversión de la religión y de la razón. La religión es tradicionalmente entendida como un sistema de creencias que sirven a conectar con lo alto. El objetivo principal es conseguir la paz y la armonía entre la vida terrena y el Ser Supremo. A raíz de esto, se puede decir que la religión es una búsqueda de la vida y la serenidad. Cuando la religión se pervierte, se convierte en una ideología, es decir un conjunto de ideas manipuladas al servicio de una causa. La ideología nubla la razón y es capaz de llevar a la persona a cometer las peores atrocidades sin el menor remordimiento de consciencia. De repente, en lugar de promover la vida, la religión ideologizada empieza a promover la muerte; el hombre en lugar de ponerse al servicio de Dios para la paz, se hace el guerrero para imponer por la fuerza la supuesta voluntad divina. En la misma óptica, cuando la razón se pervierte, se convierte en un instrumento del mal. La razón es una arma tan poderosa que pervertida puede destruir al hombre. Es como un coche sin freno en plena carretera. Es difícil entender a una persona que se arma de bombas para estallar en un bar o un mercado o en cualquier plaza pública con el único objetivo de matar a más inocentes posibles. ¿Quién puede entender esto? Algunos hablarán de frustración o de desesperación como motivos de esta actuación pero yo creo que los que envían a estos terroristas sobre el terreno después de limpiarles el cerebro, no son ni frustrados ni desesperados. Tienen un concepto especialísimo de Dios y sobre todo, a mi entender, están en plena perversión de la razón. Lo de Paris de este viernes 13 no es algo nuevo. Llevamos años asistiendo a este tipo de barbarie en Nigeria, Kenya, Somalia, Libia, Siria, Irak, Afganistán etc. Mirando el mapa, lo único que se me ocurre es que cuando la razón se pervierte, nadie puede tener seguridad en ningún sitio. Da igual que las víctimas sean cristianos, musulmanes, budistas o paganos. De hecho en todos estos sitios, los inocentes que mueren son de todos los credos. Para el terrorista, el hecho de no participar de su razón te convierte en un enemigo de Dios y tu vida no merece la pena. Es difícil entender a los terroristas porque no tenemos los mismos principios. Ellos creen hacer la voluntad de Dios erradicando el mal, es decir acabando con los impíos cuando nosotros creemos que lo que hacen es inhumano. Sólo el Dios del amor nos puede salvar. Entre tanto, estoy al lado de los que sufren en todos los sitios donde el mal parece tomar el mando.

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