El día 15 de octubre de 1987, tenía 15 años y me
acuerdo de ese día como si fuera el año pasado. Estaba en un internado en algún
lugar de Rwanda cuando nos anunciaron que el gobierno acababa de decretar un
duelo nacional. El motivo del duelo era la muerte de Sankara. Entonces, no
sabía quién era ese señor ni qué había hecho que merecía tanto reconocimiento.
Solamente nos dijeron los más mayores que un héroe africano había sido
asesinado.
Desde entonces, no he dejado de admirar a este hombre
que había conseguido transmitir un mensaje de liberación del continente
africano en menos de cuatro años y desde un pequeño país que se llama Burkina
Faso.
Thomas Sankara nació en 1949 en lo que se llamaba
entonces Haute Volta. Después de una carrera militar en Madagascar hizo un
golpe de Estado en 1983 ayudado por tres de sus íntimos compañeros, entre ellos
Blaise Compaoré. En aquella época, los golpes de Estado eran algo frecuente en África
y nadie prestaba atención a la doctrina del golpista de turno. Pero el golpe de
Sankara trajo algo diferente: era una verdadera revolución. Desde el primer
momento, el nuevo jefe de Estado mostró su carisma de visionario. Declaró la
guerra al imperialismo occidental representado por Francia. Quiso enseñar a su
pueblo y al continente entero una nueva manera de vivir en la verdadera
independencia mental, moral, política y sobre todo, económica. Cambió el nombre
de su país de Haute Volta a Burkina Faso que quiere decir "país de los
hombres íntegros". Se dedicó a inculcar su nuevo sistema a sus ciudadanos
con su propio ejemplo. Su receta era sencilla: autosuficiencia local. Se
trataba de rechazar las ayudas externas que siempre llegan envenenadas,
consumir lo producido localmente aplicando la austeridad. En pocas palabras,
enseñaba que valía mejor vivir pobre con dignidad que rico en la esclavitud.
Sankara recorrió el mundo predicando la autenticidad y
la independencia real. Sus discursos no dejaban a nadie indiferente: en la
tribuna de la ONU, ante sus homólogos africanos en la OUA. En todos los sitios
donde pasaba, enseñaba la liberación del pueblo africano. Su visión no tardó en
rebosar las fronteras. En muy poco tiempo, como una pólvora, su política caló
en la mente de muchos intelectuales jóvenes del continente.
Sankara sorprendió a todos sus ciudadanos declarando
sus propios bienes y obligando a todos sus ministros a hacer lo mismo. La lucha
contra la corrupción era una prioridad en un país que querría construir su
futuro con sus propias fuerzas. También fue pionero en la promoción de los
derechos de las mujeres. En este terreno, colocó a muchas mujeres en los
puestos de responsabilidad, declaró la guerra a la mutilación genital y a los
matrimonios forzosos. También dedicó muchos recursos a la autosuficiencia
alimentaria y a la alfabetización de sus ciudadanos.
Como suele ocurrir, a los grandes de este mundo no les
gustó un discurso tan revolucionario capaz de movilizar toda África y parar el
expolio generalizado por medio de los dirigentes afines al neocolonialismo. El
miedo de un Che Guevara en África o la réplica de un castrismo sobre el continente
negro se apoderó de los que no podían soportar la independencia total de
África.
Sankara fue asesinado en la noche el 15 de octubre de
1987 por su propio amigo y compañero de lucha, Blaise Compaoré. Murió después de
haber declarado lo siguiente: "Se puede matar a un revolucionario pero
nunca mueren sus ideas". Aquel día, toda África lloró. Sus ideas habían cruzado las fronteras de Burkina Faso para alcanzar los corazones de los africanos, para siempre. Los grandes hombres no mueren, sobreviven en la mente de los que creen en sus ideales.
Hoy se recuerdo a Sankara como un héroe de la libertad y un ejemplo de lucha desinteresada a favor de la independencia total de los pueblos. https://www.youtube.com/watch?v=6ej8Wp3Mk-4
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