Dr Gaetan Kabasha
La globalización llevada a cabo
por la comunicación global et el intercambio de información de un lado a otro
conlleva la homogeneización universal de muchos de los elementos que antes eran
locales, culturales o geográficas. Uno de esos elementos se refiere a los
sistemas de organización social y política. Ningún país puede vivir
indefinidamente al margen del viento de la democratización de las
instituciones. Sería ir a contra corriente de la globalización. Las dictaduras
existentes acabarán desmoronándose sencillamente porque la democracia parece el
camino de la humanidad en evolución. De la misma manera que la vuelta atrás a
los sistemas ancestrales es imposible, el estancamiento en las tiranías tampoco
será posible a largo plazo. El ser humano es mimético y evolutivo. Vive
imitando las formas de vida de los demás y tiende a desprenderse de lo que
obstaculiza su libertad. Así mismo, es obvio que el sistema democrático
constituye el futuro de la humanidad. No adoptarlo significará poco a poco ir
en contra del viento de la evolución y enfrentarse a la lucha de las masas
populares que acabarán entendiendo que se están quedando al margen de la
historia.
Esto mismo se puede observar en la historia reciente en algunos países lo vivido hace poco en la primavera árabe, aunque el proceso no haya concluido de manera satisfactoria en todos los países en cuestión. ¿Quién se imaginaba el derrocamiento seguido de la humillación de Kadhafi o Hossin Moubarak? También se podría aplicar lo dicho al proceso revolucionario que se vivió en Burkina Faso y en Sudán. Tanto en el uno como en el otro país, el pueblo se encargó de girar la rueda de la historia, expulsando a los sátrapas poderosos que se creían inamovibles.
Cuando un pueblo alcanza su madurez y consigue la información necesaria, vence el miedo y lucha por su libertad. Nadie es capaz de parar el huracán desatado en estas circunstancias.
La fuente de legitimidad
El poder se sustenta sobre la
legitimidad reconocida por el pueblo. Si esta legitimidad es frágil o
inexistente, el pueblo se rebela y deja de reconocer a los que ostentan el
poder. El proceso puede ser lento pero al fin y al cabo, este fenómeno acaba
produciéndose. La rebeldía es el primer paso al mecanismo revolucionario que
puede arrancar de un hecho insignificante como una chispa que enciende el
bosque. Realmente no es la chispa la que origina la revolución sino que
constituye una gota que colma el vaso.
Los sistemas antiguos sacaban su
legitimidad en Dios quien da el poder al rey y éste a su vez transmite el mismo
poder a uno de sus herederos de tal manera que la monarquía es reconocida por
el pueblo como autoridad que va de Dios al padre y del padre al hijo. Santo
Tomás llegó a decir que la monarquía era el mejor sistema de gobierno ya que el
monarca obedece a Dios, encarna la autoridad y reina por todo el pueblo. En
este caso, se opone a la tiranía que suele ser un gobierno de uno que no
obedece a nadie por encima, que busca el bien propio y que por tanto no tiene
ninguna fuente de legitimidad que la propia fuerza del tirano. Es de suponer por
tanto que la monarquía sobrevive gracias a un componente importante de creencia
en Dios y en las costumbres. Sin ellas, pierde fuerza. Sin embargo, se sabe, a
raíz de las recientes investigaciones socio-antropológicas, que realmente la
monarquía surgió, no por la creencia en Dios, sino por el deseo de alejar el
poder de la masa y colocarlo en un lugar sagrado, lejos de las rivalidades
violentas.
Más tarde surgió la democracia
que plantea el tema de la legitimidad de otra manera. En lugar de encontrar la
fuente en Dios y la transmisión hereditaria, la democracia funda su legitimidad
en la soberanía popular. El pueblo es la fuente de legitimidad por medio de la
Constitución y de otras leyes votadas por el pueblo mismo o por sus
representantes legítimos. En una democracia, el pueblo tiene el poder y lo
presta a uno o varios por un mandato bien determinado. Ahí radica la
alternancia democrática que es uno de los rasgos característicos de este
sistema de gobierno. Al mandatario que no satisface al pueblo se le retira el
mandato en un proceso de elecciones libres dónde cada ciudadano se expresa
soberanamente.
Al lado de las dos fuentes de
legitimidad reconocida, se ha instalado otra fuente de legitimidad anómala que
es la fuerza. Se trata de la dictadura o la tiranía. Es un sistema de gobierno
dónde una sola persona o un grupo de personas se imponen al pueblo por el
terror y la fuerza constituyéndose como propietario de un poder que de hecho
ejerce. En muchos casos, el dictador se erige como salvador del pueblo quitando
de en medio a otro o aliviando al pueblo de una calamidad (hambre, guerra
civil, pobreza, desorden etc). En un primer momento, el pueblo lo acoge con los
brazos abiertos como un mal menor e incluso lo aclama como un verdadero
libertador. Pero poco a poco, su poder se va convirtiendo en un reino de terror
y de corrupción, ignorando al pueblo o tiranizándolo. Esta fuente de
legitimidad que surge de la fuerza de las armas es muy frágil y nunca se
mantiene de manera natural sino ejerciendo la coacción (asesinato,
encarcelamiento, tortura, miedo etc).
Con el paso del tiempo, la
democracia ha ido ocupando el espacio, imponiéndose incluso a la monarquía
tradicional. Fijando la soberanía popular como fuente de legitimidad, la
democracia es más atractiva en un mundo en el que las creencias se debilitan
cada vez más y en el que el hombre quiere ejercer su libertad en todos los
ámbitos de la vida personal y social. En este sentido, las monarquías modernas
se han adaptado al sistema democrático, haciéndose validar por el proceso
electoral que fija la constitución. Esas monarquías se llaman constitucionales
haciendo hincapié en que el pueblo les ha otorgado legitimidad en algún momento
de su historia democrática.
También las dictaduras intentan
pasar por un proceso democrático, pero manipulando las urnas o la opinión
pública o sencillamente metiendo el miedo en el pueblo para que elija, no lo
que quiere, si no la voluntad del que ocupa ilegítimamente el poder. El proceso
no puede ser más que un fraude que deja al descubierto el sistema que no puede
alardearse de ser ni democracia ni monarquía. Este poder que suele girar en
torno a un personaje fuerte funciona hasta que, por alguna fisura, todo se
desmorona dejando atrás un caos. Al final, el hombre fuerte es el señal de la
fragilidad del sistema.
¿Por qué las dictaduras no
tienen futuro?
La marcha de la historia no tiene
vuelta atrás. El mundo conducido por la globalización ya no es un conjunto de
entidades culturales encerradas en sí mismas sin apenas apertura al exterior
sino una aldea dónde las estructuras van siendo poco a poco homogeneizadas. Es
imposible por ejemplo hoy en día que un pueblo viva sin enterrarse de la forma
de gobierno de países vecinos con el flujo de noticias que llegan cada día al
conjunto de la humanidad o que un tirano organice una matanza de su pueblo sin que
el mundo entero se dé cuenta del evento el mismo día. Es de suponer que el
futuro hará la información mucho más rápida todavía con la tecnología más
barata para el conjunto de la humanidad. Mientras que antes existían solamente
unos cuantos periodistas profesionales para informar al mundo, actualmente todo
el mundo que tenga internet puede vehicular información en tiempo real.
Por todo ello, el pueblo
tiranizado irá entendiendo que el mejor sistema de gobierno es el que deja la
libre expresión y responde a sus intereses pudiendo cambiarlo cuando quiere. El
cambio podrá ser pacífico en los lugares dónde los dictadores saben anticipar
el futuro o con las presiones de la Comunidad Internacional que acabará
tolerando menos a los que reprimen a su pueblo o con el levantamiento del
pueblo en una revolución que puede llegar a ser violenta. Pensemos por ejemplo
en la influencia de las redes sociales que pueden alcanzar la expulsión de los
dictadores del espacio mediático, consiguiendo con ello obligar a los gobiernos
democráticos a revisar sus relaciones con tales individuos.
En la agenda del futuro, no hay
dictadura. Este tipo de regímenes que se basa en la manipulación, la ignorancia
y el miedo irá derritiéndose poco a poco, de país en país, cuanto más va avanzando
la educación y cuanto más la gente va teniendo acceso a la información. Cada
vez más será difícil identificar y perseguir a todos los que opinan o difunden
información con la tecnología al alcance de todos. El dictador Mobutu dijo
alguna vez refiriéndose al apartheid de Suráfrica: “el fruto cae del árbol
cuando es maduro, sin embargo, con el huracán, maduro o no, cae de todas
maneras”.
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