Cada viaje lleva consigo unos momentos
llamativos. Debe ser por eso que algunos afirman que viajar es aprender.
Siempre que pasas de un aeropuerto a otro, vas notando gestos curiosos,
personas con diversos comportamientos, costumbres diferentes etc. En mi caso,
me gusta mirar los detalles que, para algunos, pueden no tener mucha
importancia.
El otro día, tenía un vuelo desde Casablanca
(Marruecos) a Lagos (Nigeria). Después de una larga espera dentro del
aeropuerto y una que otra anécdota, la pantalla de anuncios marcó el inicio del
embarque. Me apresuré hacía la puerta y sorprendentemente, no había todavía
nadie para atendernos. Muchos nigerianos ya estaban agrupados cerca de la
puerta con sus maletas. Nada de cola ni de orden. Yo observaba desde un poquito
lejos.
Por fin llegaron las chicas de para
atendernos. Pero ya el desorden estaba servido. Intentaron colocarnos en dos
filas, una de busness class y otra de clase económica. Pero todos los que
habían llegado antes estaban en la fila de preferentes y juraría que más de la
mitad no tenían que estar allí. Empezó el jareo. Tanto en la fila de
preferentes como en la mía, nadie parecía querer la cordura. El barullo era
total, los gritos también. La tensión fue subiendo poco a poco hasta alcanzar
los niveles inquietantes rozando el enfrentamiento. Los viajeros querían entrar
todos a la vez y pasando todos por la cola de preferentes. No había manera de
poner a esta gente en una cola ordenada para ir validando su tarjeta de
embarque una a una. ¿Pensarían quizá que el avión no era suficiente para todos?
¿Es que el avión iba a despegar sin coger a todos? Al final, cuando ya no había
posibilidad de entendimiento, apareció un funcionario de Air Maroc y con pausa,
pudo poner algo de tranquilidad dejando entrar a la gente por dónde se encontraba.
El vuelo empezó sin dificultades y sin
sobresaltos. Sin embargo, noté de repente algo curioso: todas las azafatas eran
hombres. De hecho, no sé si llamarlos azafata en femenino. Cuando el piloto
anunció el inminente aterrizaje y puso la luz del cinturón de seguridad, y ya
el avión bajando con turbulencias además, una chica se levantó de su asiento
para recorrer todo el pasillo hacia la cabina. Uno de los chicos que hacían de
azafata corrió detrás de ella, la cogió por los hombros y ésta, le dio no sé
qué argumento para seguir adelante. Casi iba a caer en este pasillo pero no
cayó. Entregó una cosa que llevaba en sus manos a alguien de delante y volvió a
su asiento.
El aterrizaje se hizo sin incidentes. Fuimos
a esperar los equipajes. Allí veía a gente con carritos. Cuando quise saber
dónde podía yo encontrar uno, me indicaron un estanco dónde pagar. Pero no
tenía neiras, la moneda de Nigeria y necesitaba absolutamente un carrito. Fue
cuando uno de los viajeros me vio en apuros y sin pensarlo dos veces se ofreció
a pagar por mí sin nada a cambio. Y añadió una cosa bonita: “estamos en África,
somos todos hermanos”. Fue una palabra de bienvenida a mi continente y una
lección de gran importancia. Cuánto me gustaría oír esto por todas partes, por
todo el planeta.
Con mi equipaje, pasé por los policías sin
incidentes y luego por otros que miran el contenido del equipaje. Allí, uno de
ellos me preguntó de dónde venía. Cuando le dije que España, sin abrir mis
maletas, me preguntó: “¿nos traes agua de Europa?”. Yo no entendía que
significaba esto. Insistía tanto que acabé entendiendo que esperaba algún
dinero de mi parte. Se llama “formalidades” en algunos lugares. El problema es
que incluso teniendo una bomba en la mochila, haciendo este tipo de “formalidades”,
puedes pasar.
Salí fuera del aeropuerto dónde alguien me
tendría que estar esperando con mi nombre sobre papel. Pero por mucho que
mirara, no veía a nadie esperándome. La noche estaba todavía oscura. Nadie
aparecía. De repente, se apagó la luz en todo el aeropuerto. Bienvenido a
Nigeria. Allí seguí esperando en la oscuridad en una ciudad que desconocía por
completo oyendo por todas partes una lengua que parecía inglés pero de la que
no captaba nada o casi nada. Después de unos minutos, llegó nuevamente la luz.
Fue cuando un señor se acercó a mí y cogió mi
carrito y me obligó a seguirle.
-
¿Adónde me lleva usted?
-
Allí dónde la policía.
Me entró un miedo. El señor me explicó en un
inglés que apenas entendía que el mejor lugar para las esperas era la policía. Me
costó mucho fiarme de él pero ya estábamos en marcha. Contrariamente a lo que
pensaba, la policía nos acogió bien y allí me encontró el que me tenía que
llevar a destino. Evidentemente, tuvo que pagar algo a aquel señor que me había
llevado a la policía. Es su manera de ganar la vida.
Gaetan
Como bien dices, en los aeropuertos suceden cosas curiosas.
ResponderEliminarLa anécdota de las caóticas colas para embarcar, también las he vivido en África y ¿sabes qué hago?, tomo asiento y espero hasta casi el final. Total, mi plaza, como la de los que "se pelean", está numerada :-)
En la foto vi que llevabas mucho equipaje, espero que no sea para quedarte en Nigeria sino tendré que viajar allá para conocerte ;-)
Sea como sea, que Dios vele por ti.
¡Te mando un abrazo muy fuerte!