Los viajes son siempre momentos de
historietas curiosas e inolvidables. Son momentos de encuentros inesperados y
de reacciones un tanto inhabituales en la vida del viajante. Es muy difícil
emprender un largo viaje y llegar a destino sin tener alguna anécdota que
recordar para mucho tiempo.
Este martes pasado, tenía un viaje hacia
Nigeria. Era un viaje nocturno que empezaba en barajas a las 19:30 y acababa en
Lagos a las 4:30 de la madrugada. Mi primer avión aterrizó a Casablanca sin
problema. Allí tenía que esperar mi segundo avión durante más de tres horas. No
me gustan nunca pasar las esperas largas en los aeropuertos. Así que empecé a
deambular por un lado y por otro intentando no aburrirme. Por el gran pasillo,
pasaba al lado de los musulmanes vestidos de sus djalabias rezando en pequeños
grupos. Muy atento a los detalles, me di cuenta de un letrero que decía “lugar
de culto”. Quise ir a ver si se trataba de un lugar de culto también para otras
religiones. Tenía la curiosidad de encontrar una capilla cristiana en un país
casi enteramente musulmán. Así que me puse a caminar siguiendo la fecha del
letrero. Pero no llegué a satisfacer mi curiosidad porque entre tanto cambié de
objetivo.
Una mujer, vestida de musulmana, venía en
frente de mí, corriendo y casi llorando. Arrastraba dos bultos. Era demasiado
para ella. Se la notaba ya cansada. Corría y gritaba en francés: “Aide-moi”
(ayúdame). Me paré directamente y me acerqué a ella. Hablaba con tanta ansiedad
y mesclando las ideas que era difícil saber en qué le tenía que ayudar. Entendí
que buscaba a alguien que le ayudará a encontrar su vuelo. Decía varias veces:
Dakar, Dakar. Buscaba la puerta de embarque para Dakar. Cogí uno de sus bultos,
y empecé a caminar deprisa con ella hacía una pantalla de vuelos. Dakar se
encontraba en la puerta A1, exactamente al final del largo pasillo. Nos pusimos
a correr, yo por delante con un bulto y ella por detrás con otro.
Llegamos por fin a la puerta y estaba ya
cerrada. Por mucho que la señora insistiera para abrirla por fuerza, el vuelo
estaba perdido. En este mismo momento llegaron dos chicos y una chica con el
mismo problema. Todos se dirigían a mí como si fuera yo uno de los directivos
de Air Maroc. Me pedían ayuda que no podía ofrecer. A pesar de explicarles mil
veces que no tenía nada que ver con los vuelos de Air Maroc, las dos mujeres
del grupo seguían insistiendo que les ayudara. Estaban desesperadas y
exhaustas.
Me comprometí a ayudarles a encontrar a algún
funcionario del aeropuerto para aclarar el tema. Así que nos pusimos en marcha,
yo caminando normalmente, siempre con el bulto de la señora y ella queriendo
correr a toda prisa a pesar de su cansancio. No había manera de hacerle
entender que no merecía la pena gastar más energías. En estas circunstancias,
es más eficaz la tranquilidad que los nervios.
La señora se movía por todos lados pidiendo
auxilio a cualquiera que encontraba y queriendo dejar su bulto en algún lugar
para estar más suelta y correr más. Y yo le decía que más valía tranquilizarse
y caminar con serenidad sin dejar su bulto. No alcanzaba entender que, con los
tiempos que corren, nadie puede aceptar el bulto de un desconocido en medio de
un aeropuerto. La otra señora estaba también alterada pero algo menos. Los dos
chicos se quedaron haciendo sus llamadas y no parecían tener tanta prisa.
Intentamos pedir información de los pasos que
dar pero en esas circunstancias, hay que saber acudir a la persona correcta.
Algunos nos decían que a la derecha, otros que a la izquierda y nosotros, como
unos locos, corriendo por todas partes sin dar ni una. El que me hubiera visto
a mí, sacerdote y a ella, musulmana arrastrando bultos y de vez en cuando discutiendo,
habría quedado como poco extrañado.
Al final, después de incalculables vueltas y
decepciones, llegamos a la puerta de entrada de la Terminal 2, dónde
supuestamente las dos señoras tenían que pasar la policía pero al revés para
llegar a la oficina de Air Maroc, fuera. Allí ya no podía pasar por más
insistente que se ponía la señora.
Nos despedimos. Ni llegué a conocer su nombre
ni ella el mío. Tenía un vuelo que coger hacía Lagos. Me fui a mi puerta de
embarque con una sensación de haber sido útil.
Gaetan
Así son los pastores, cuidando el rebaño... :-)
ResponderEliminar¡Abrazo!