(Artículo publicado en el blog de Lacaciabogados)
Cuando se adoptó de manera
definitiva el “Estatuto de Roma” poniendo en marcha la Corte Penal
Internacional (CPI), el 1 de julio de 2002, Koffi Annan, entonces Secretario General
de Naciones Unidas, dijo que el mundo acababa de dar un paso adelante hacía el
fin de la impunidad. Annan presentaba aquel acontecimiento como‘la joya de la
corona’de sus dos mandatos. Por fin, el mundo disponía de un instrumento eficaz
y universal contra las atrocidades en el mundo. En África, la noticia se acogió
con entusiasmo porque se creía que la libertad de los criminales tenía límites.
Catorce años después, los ánimos están por los suelos y hasta hay quienes se
atreven a vaticinar un ‘Afroexit’, paso previo hacia el fracaso de la justicia
universal.
Desde los primeros momentos, los
países africanos se apuntaron masivamente a la CPI de modo que, de los 124 países integrantes, 34 fueron
africanos. Las cifras muestran los anhelos que tenía el continente negro de ver
el final de las injusticias que cometen algunos africanos contra sus propios
conciudadanos. Lo que no se leyó fue la letra pequeña que estipula que
cualquier sospechoso de crímenes contra la humanidad podría ser juzgado sin
tener en cuenta la función que desarrollaba en su país. En otros términos, la Corte
no contempla ninguna inmunidad posible. Tanto presidentes en ejercicio como
jefes de las milicias o salteadores del camino podrían sentarse en el mismo
banquillo de los acusados. Esta clausura se revelaría después muy difícil de
aplicar y sería la base de algunos de los problemas actuales que ponen en
entredicho la supervivencia misma de la Corte.
Para ser acusado a la CPI, los
estatutos establecen tres modalidades: Bajo iniciativa del Fiscal General, bajo
sugerencia de la ONU o bajo petición de un Gobierno. No es pues posible llevar
individualmente un caso a la CPI. Por otro lado, los estatutos solamente se
aplican a aquellos países firmantes. Quedan excluidos de esta Corte los
miembros de los países que no firmaron excepto si los crímenes se han cometido
en un territorio bajo la jurisdicción de un país firmante.
Dicho esto, es evidente que la
CPI nació con dos heridas mortales: la falta de voluntad de las grandes
potencias y la carencia de medios policiales para ejecutar las decisiones.
En primer lugar, los países que
generalmente son considerados como potencias mundiales capaces de poner presión
al resto del planeta no quisieron integrar la Corte. De hecho, los tres países
con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU no figuran en la lista
de los países firmantes del Estatuto de Roma: Los Estados Unidos, Rusia y
China. A su lado, otros países de gran importancia geoestratégica como India,
Pakistán, Israel, Corea del Norte etc. tampoco firmaron. Sin la presencia de estas potencias, la CPI no
podía más que nacer coja en su vocación universalista.
En segundo lugar, se sabe que las
decisiones de la justicia necesitan de una fuerza coactiva para ejecutarse. En
cualquier país, las Administraciones y, especialmente, la policía se ocupan de
realizar este papel. Si no hubiera policía u otra fuerza similar capaz de hacer
aplicar las decisiones de la justicia, los jueces se quedarían impotentes y sus
sentencias serían letra muerta. He aquí la segunda herida mortal de la CPI. No
dispone de ningún mecanismo propio para capturar a los criminales más allá de
la buena voluntad de colaboración de los países en los que se encuentran. ¿Qué
país entregaría a su propio presidente o al presidente de un país vecino?
¿Qué pasa con África?
Hace unos días Burundi anunció su
retirada de la Corte. Poco después, siguieron Sudáfrica y Gambia. En Congo
Brazzaville, hubo una manifestación a favor de la retirada. El presidente de
Uganda dijo en alguna ocasión que ya no consideraba la CPI como algo serio.
Todos los analistas temen un efecto domino. ¿Estamos ante un ‘Afroexit’? ¿Qué
pasará si África se retira? ¿Qué razones esgrimen los que se retiran o se quejan?.
El presidente Museveni de Uganda
El presidente Museveni de Uganda
Desde el principio, la CPI ha
tenido una atención particular con el continente. Muchos casos han sido
remitidos a La Haya ya sea por los propios gobiernos, ya sea por iniciativa de
la fiscalía o por petición del Consejo de Seguridad de la ONU. En estos
momentos, al nivel mundial, treinta casos están en manos de la Corte, juzgados
ya, en proceso de juicio o con sus autores en busca y captura. Resulta que de
los 30 casos, 29 son africanos: 6 en Sudán del Norte, 6 en Kenia, 5 en la RD del
Congo, 3 en Uganda, 1 Sierra Leona, 1 de Centroáfrica, 3 en Libia, 3 en Costa
de Marfil y 1 en Mali. De repente, surge la pregunta: ¿Solamente se cometen
crímenes contra la humanidad en África? No hay crímenes contra la humanidad en
Israel, en Afganistán, en Irak, en Ucrania, en Yemen, etc.
Los hechos parecen dar la razón a
los detractores del Tribunal. Si realmente la CPI es universal, ¿por qué juzga
solamente a los africanos? En efecto, lo que se pone en duda no es la necesidad
de una Corte Penal Internacional, ni la existencia de los crímenes en África,
sino la aparente parcialidad a la hora de perseguir a los criminales.
Sin embargo, hay que recordar los
principios básicos ya enumerados: La CPI no juzga más que a los criminales de
los países firmantes del Estatuto o cuando han cometido los crímenes en un
territorio firmante. Con esta clausura, es muy difícil que se pueda llevar a La
Haya a los criminales de EEUU, Rusia, Israel, China etc. El mismo principio se
aplica a los países africanos no firmantes como por ejemplo Argelia, Sudán del
norte, Ruanda, Libia, Zimbabue etc.
También conviene resaltar que la
mayoría de los actualmente afectados por la CPI han sido imputados a petición
de los gobiernos africanos: Charles Taylor fue entregado por Nigeria a petición
del gobierno de Liberia; Laurent Gbagbo fue entregado por el gobierno de Costa
de Marfil; Thomas Lubanga fue entregado por el gobierno de la RD del Congo etc.
En este caso, ¿Quiénes son los responsables: la CPI o los gobiernos implicados?
Por otro lado, en muchos países
africanos, existe un clamor popular para que se pueda detener y juzgar a
algunos criminales todavía sueltos como Joseph Kony de Uganda, Abubakar Shikau,
responsable de BokoHaram etc. Es evidente, pues, que el pueblo africano no da
soporte a la impunidad ni mucho menos.
El problema más acuciante, a mi
entender, es que la CPI no tiene el apoyo de ‘los grandes’ de este mundo. Si
los USA, Rusia, China y tantos otros fueran integrantes de la CPI, la Corte
tendría más peso y más autoridad. Desgraciadamente, no es así. De repente,
África se encuentra como acosada por ser casi la única expuesta a ver a sus
dirigentes perseguidos.
También es verdad que el hecho de
querer perseguir a los presidentes en funciones sin tener en cuenta su
inmunidad se ve como una humillación, no solamente a los acusados sino también
a sus ciudadanos y a todos los africanos. De manera inconsciente, el continente
se acuerda de la horrible historia de la colonización. De hecho, uno de los
argumentos que circulan en las redes sociales es que la CPI se ha convertido en
la mano derecha de Occidente para perpetuar su neo-colonialismo. La imagen del
presidente Uhuru Kenyatta de Kenya ante la Fiscal en La Haya fue demoledora
para la dignidad de África; la de Laurent Gbagbo capturado en el palacio
presidencial y llevado a La Haya, también.
De todo esto, se desprende que si
África se retira de la CPI, habrán ganado los criminales y habrán perdido las
víctimas. Nadie duda de que por el continente circulan libremente muchos que
tendrían que estar entre rejas meditando sobre sus macabras fechorías. Nada
prueba que la Corte Penal Africana como propuesta alternativa vaya a ser
funcional dentro de poco y a tener tanta eficacia como la CPI. ¿Tendrá los
medios económicos, políticos y policiales para actual sobre los poderosos? Pero la pregunta más honda para los defensores
de los Derechos Humanos es otra: ¿Detrás del ‘Afroexit’, no se escondería la
voluntad de impunidad?
Gaetan
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