Se suele decir que la
historia no se repite y que cada momento tiene sus particularidades. Sin embargo,
también se dice que las mismas causas producen los mismos efectos. La historia
no se puede repetir sencillamente porque los personajes cambian, las
circunstancias también. Lo que es indudable es que los mismos errores pueden
llevar a las mismas consecuencias en escenarios diferentes. Lo que está
ocurriendo en la República Democrática del Congo parece responder a este
esquema.
En los años 90, el Zaïre
estaba bajo el mando férreo de Mobutu quien llevaba décadas en el poder. Su popularidad
había declinado poco a poco sin que él se diera cuenta. La crisis económica había
llevado el país un resquebrajamiento social de proporciones indescriptibles.
Todo lo que había intentado levantar durante años había empezado a caer en
pedazos por falta de cuidado y de buena gobernanza. La corrupción había entrado
en todos los estratos del país hasta la médula de la administración. El clamor
popular era tal que nadie sabía cuál podía ser la salida. Mobutu, encerrado en
un círculo de aduladores oportunistas, seguía creyendo en su popularidad.
Empujado por el Occidente
y el cambio geopolítico mundial, inició la apertura democrática autorizando la
existencia de los partidos políticos. En poco tiempo, nacieron centenares de
partidos unos más serios que otros. Fue una época muy turbulenta en toda África
subsahariana ya que se introducía en su panorama un sistema novedoso
completamente ajeno a su mentalidad y a lo que había vivido hasta entonces.
En muchos países, para
evitar derramamiento de sangre con los enfrentamientos cotidianos entre el
poder y la oposición, se optó por las conferencias nacionales soberanas. Era
una manera de dar la voz a todo el mundo pero sobre todo era una oportunidad
para la oposición naciente para ocupar cierto espacio público y en el mejor de
los casos, arrinconar a los presidentes de entonces. En el Zaïre de Mobutu se
hizo esta conferencia bajo la dirección de una personalidad de gran prestigio,
el entonces obispo de Kisangani, actual arzobispo de Kinshasa, el cardenal
Laurent Monsenguo.
A partir de este momento,
Mobutu, viendo su poder mermado por la Conferencia, se dedicó a dividir para
reinar. El pueblo asistirá impotente a una guerra sin nombre entre los
opositores, todos luchando para ocupar el puesto de primer ministro. Nguz Karl
I Bond contra Tchisekedi y éste contra Kengo Wa Dondo. El mariscal Mobutu se
declaró por encima de las peleas como un águila que observa todo detalladamente
desde arriba. Las manifestaciones del 16 de febrero de 1992 para reclamar la
reconducción de la Conferencia fueron reprimidas en la sangre. La masacre quedó
como una huella indeleble y culminó el odio definitivo de los habitantes de
Kinshasa contra Mobutu.
Durante los años que
siguieron, nadie sabía lo que podía pasar. Nadie se atrevía a vaticinar el fin
de la dictadura de Mobutu. Algunos pensaban con resignación que moriría en el
poder. Lo que se olvidaba es que nadie dura para siempre y las revoluciones son
difícilmente previsibles. Solamente se puede observar y analizar los indicios
del final de un reino.
Finalmente todo acabó con
la muerte de Mobutu, roto por la enfermedad, angustiado por el exilio en
Marruecos, expulsado sin previo aviso por una guerra que surgió del extremo
este de la capital y conquistó Kinshasa en menos de seis meses. ¿Quién lo podía
imaginar? El todopoderoso mariscal de un país-continente desapareció dejando atrás
una herencia envenenada que persigue a su pueblo hasta hoy.
Hoy, algunos de los
personajes han cambiado, las circunstancias también. Otros siguen en el
panorama político. Pero parece que se está reproduciendo los mismos escenarios
con los mismos errores. No hay indicios de que la historia haya enseñado algo a
los protagonistas.
***
El actual presidente,
Kabila, lleva 15 años en el poder al que accedió de manera sorprendente después
del misterioso asesinato de su padre Laurent Désiré Kabila. En 2006, organizó
las elecciones democráticas que ganó holgadamente. En 2011, volvió a organizar
las elecciones que, esta vez, ganó en medio de fuertes sospechas de frauda y de
protestas de parte de la oposición.
El segundo mandato de Kabila caduca el 19 de diciembre.
Durante cinco años, el gobierno no ha podido o querido preparar las elecciones.
La división de la clase política está a su cima. Las traiciones de parte y de
otra son numerosas, los odios también. El pueblo parece harto de la
incertidumbre. El país lleva 20 años sumergido en rebeliones sin número en el
este del país. En Beni, los habitantes son regularmente masacrados a machetazos
sin que nadie consiguiera protegerlos. La descentralización del magno país no
ha contribuido a entablar un verdadero desarrollo y atajar el problema del
desempleo cada día más inquietante. La ONU tiene desplegado en el país más de
20.000 cascos azules desde 15 años que no hacen lo suficiente para garantizar
la paz y la estabilidad.
Entre tanto, se intenta reproducir los
diálogos nacionales pero como antes, entre discrepancias insuperables. El poder
y la oposición que se considera radical comunican en un lenguaje de los sordos.
Los últimos acontecimientos indican que también volveremos a ver la guerra
entre distintas personalidades para ser primer ministro. Tchisekedi, el eterno
opositor de todos los regímenes ha vuelto al país en plena forma y dispuesto a
hacer la vida difícil a Kabila y sus seguidores; Kengo Wa Dondo, el primer
ministro de Mobutu consiguió ubicarse en los favores de Kabila como presidente
del senado. Entre tanto, han aparecido
nuevos rostros, combatientes cada uno a su manera: Moise Katumbi, popular
presidente del famoso equipo de fútbol “Tout Puissant Mazembe”; Vital Kamerhe
que parece alejarse últimamente de la oposición radical y anhela ser primer
ministro al lado de Kabila. Ciertos ingredientes indican un final poco
alentador: Las diferentes manifestaciones están reprimidas en la sangre; los
habitantes del este están cansados de un poder que no alcanza pacificar la
zona; El espacio político está cada vez más mermado; los movimientos de lucha
ciudadana (Lucha, Filimbi) ponen en jaque las autoridades sin miedo a entrar en
la cárcel etc.
***
El último diálogo
nacional auspiciado por el mediador Edem Kodjo no pudo reunir a todos los
protagonistas de la política congoleña. Concretamente, Tshisekedi y Katumbi no
participaron. Los participantes acordaron dejar gobernar a Kabila hasta 2018,
tiempo que juzgan suficiente para organizar las elecciones. De momento, la
oposición radical rechaza las conclusiones de este diálogo que califican de
monólogo para cambiar la Constitución a espaldas del pueblo.
La Comunidad Internacional
parece haber tomado posición en contra de cualquier intento de cambiar la
Constitución para un hipotético tercer mandato de Kabila. Los Estados Unidos,
Francia, Bélgica etc. amenazan con imponer las sanciones individualizadas.
Entre tanto, el país con riquezas naturales inmensas sigue sin levantar la
cabeza.
En cuanto que observador
neutro, me atrevo a plantear las preguntas siguientes:
-
Si el
gobierno no pudo organizar las elecciones durante 5 años, ¿qué garantía hay que
las organizará en 2?
-
Burkina Faso
pudo organizar las elecciones en un año después de una crisis institucional sin
precedentes. ¿Por qué la CENI de Congo instalada desde años reclama tan largo
tiempo?
-
Es evidente
que no habrá elecciones antes del 19 de diciembre. ¿Qué alternativa tiene la
oposición radical que rechaza toda negociación con Kabila?
-
¿Qué pasará
el día 20 de diciembre, fecha del final del mandato de Kabila?
Los próximos meses no
auguran nada bueno. Si los protagonistas no priorizan la racionalidad y el
patriotismo, el Congo puede verse inmerso en una crisis con dimensiones
desconocidas.
Gaetan
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