Muchas veces los pueblos fijan un objetivo clave en su lucha cotidiana y olvidan pensar en el día después. En política, es una constante observada en diversas épocas. Cuando los pueblos africanos luchaban para alcanzar la descolonización, no tuvieron tiempo de planificar la independencia y cuando ésta llegó se vieron desbordados por los acontecimientos. Muchos de los problemas que sufre el continente hoy vienen de la mala transición entre la colonización y la independencia: etnización del poder, falta de cuadros bien formados, escasez de visión a largo plazo, corrupción, divisiones tribales etc. El caso de Sudán del Sur es una muestra más de que la independencia no lo es todo.
Cuando en julio 2011 se proclamaron los resultados del referendo, Sudán del Sur se convirtió en el estado soberano más joven del mundo. Se ponía fin a una larga guerra de autodeterminación entre el norte más musulmán y el sur más cristiano y de creencia tradicional. El pueblo cantó su himno con alegría pensando tener un futuro más esperanzador. La primera guerra entre las dos partes había empezado en 1955 para terminar en 1972; la segunda igual de atroz empezó en 1983 y terminó con los acuerdos de paz de 2005. Cinco décadas de guerra. ¿Quién no se iba a alegrar del fin de este dolorosa época?
Los sursudaneses pensaban en tiempos de paz, prosperidad, de desarrollo. Disponiendo de grandes yacimientos de petroleo, miraban el futuro con optimismo. Juba iba a ser la gran capital de un gran país construido sobre los enormes sacrificios de sus hijos.
Desgraciadamente, no fue así. El tiempo se ha encargado de demostrar que la independencia no significa necesariamente paz, prosperidad y desarrollo.
Poco después de la proclamación de la independencia, dos dirigentes completamente antagónicos se declararon la guerra. El presidente Salva Kiir, de la etnia dinka y el vice-presidente Riek Machar, de la etnia nuer se acusaron mutuamente del intento de asesinato. Kiir acusó a Machar de preparar un golpe de Estado. Los enfrentamientos empezaron en 2013. El pueblo se levantó en medio de los ruidos de las armas entre los seguidores de Kiir que resultan ser mayoritariamente dinka y los seguidores de Machar mayoritariamente nueres.
Lo que era un intento de golpe de Estado se convirtió en una sangrienta limpieza étnica entre los dos grupos. Los militares del gobierno fueron acusados de violar impunemente a las mujeres que no fueran dinka y de matar a todos los hombres de este grupo confundiéndoles con los partidarios de Machar. Por otro lado, los guerrilleros de Machar fueron acusados de lo mismo pero al revés. En muy poco tiempo, Sudán del Sur dejó de ser un país de esperanza para convertirse en un estado fallido. Tan es así que algunos diplomáticos llegaron a proponer con voz baja la puesta bajo tutela de este nuevo país. La independencia no ha servido mucho.
La ONU, como casi siempre, no pudo o no quiso hacer nada para proteger a los civiles. Más de una vez, los hombres armados entraron en sus cuarteles para matar a los desplazados bajo su protección. Igual que en Rwanda durante el genocidio o en otros sitios, la ONU faltó a su deber de protección.
Los países vecinos intentan presionar para parar los enfrentamientos pero también ellos tienen sus intereses. En este momento, se está proponiendo enviar a 4000 militares africanos bajo el paraguas de la Unión Africana y la ONU. Pero para ablandar las posturas de unos y otros, la misión no será de intervención sino de protección. ¡Un eufemismo demasiado irónico!
Los últimos enfrentamientos dentro de la capital Juba han dejado al presidente en posición de fuerza y a su opositor Machar en muy débil posición. De hecho, ha tenido que refugiarse fuera del país.
Volviendo al título de este artículo, la cuestión sigue vigente: ¿A qué ha servido la independencia de Sudán del Sur?
Gaetan
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