Se suele decir que la justicia perfecta no es de este mundo. Por mucho que se nos venda la neutralidad de la justicia y la igualdad de todos ante la ley, es muy difícil creer en este principio ya que la perfección del hombre es imposible. Lo que está ocurriendo en el Tribunal Penal internacional de La Haya puede confirmar mi propósito.
Laurent Gbagbo era presidente de Costa de Marfil desde octubre 2000 hasta abril 2011 cuando fue detenido por los combatientes de su adversario político, Alassane Ouatara, el actual presidente del país. Desde entonces, Gbagbo se encuentra entre las manos de la justicia internacional acusado de crímenes contra la humanidad.
Nadie puede asegurar que este señor no haya cometido los crímenes por los que se le acusa. Eso solamente lo podría establecer un tribunal. Lo que sí levanta la preocupación es algo sencillo: Durante los enfrentamientos post-electorales que llevaron al derrocamiento del presidente, había dos bandos enfrentados. ¿Cómo es posible que el vencido se encuentra en el banquillo mientras el vencedor se encuentra en el gobierno de la nación? ¿Na cabría sospechar que se trata de una manera de deshacerse del adversario incómodo y fortalecer al vencedor?
Desde un cierto tiempo, se viene criticando la parcialidad del Tribunal Penal Internacional. Se le acusa principalmente de acosar a los mandatarios africanos como si fueran los únicos malos en este mundo. No se trata de exculpar a los que hacen barbaridades. Se trata más bien de que la justicia sea igual para todos. ¿No hay en Europa, o en Asia o en América mandatarios que hayan cometidos crímenes contra la humanidad durante sus mandatos?
Volviendo al tema de Gbagbo, hay que recordar que Costa de Marfil entró en una guerra en 2002. Una rebelión basada en el norte y afín a Alassane Ouatara dividió el país en dos durante nueve años. En 2010, siguiendo los acuerdos de paz, se organizaron las elecciones presidenciales de los que los resultados fueron controvertidos. Tanto Gbagbo como Ouatarra se declararon vencedores. Estalló entonces otra vez el enfrentamiento que llevó al poder a Ouatara en 2011 habiendo hecho prisionero a Gbagbo. El nuevo presidente, para deshacerse de un prisionero incómodo, lo entregó a La Haya.
Desde entonces, hay muchas preguntas en distintos sitios de África: ¿Gbagbo es el peor de todos los presidentes de este mundo? ¿Cuándo el TPI detendrá a los sanguinarios que circulan en este mundo en total impunidad?
No hay esperanza de que Gbagbo salga blanqueado del juicio. Pero el hecho mismo de que esté en el banquillo sólo sin nadie del otro bando empieza a socavar la credibilidad de la justicia internacional.
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