jueves, 24 de agosto de 2023

Lagos, la ciudad de las chanclas

(Gaetan K.)

Es difícil describir una gran ciudad como Lagos. Tan difícil que es casi imposible hacer un contorno exacto de esta mega urbe de más de 18 millones de habitantes según lo que cuenta la gente.  La cifra cambia cada año y nadie sabe realmente si es una exageración o un número aproximado. ¿Ha habido algún censo exacto en las últimas décadas? Lo único cierto es que encuentras a gente por todas partes: niños, jóvenes, adultos -pocos ancianos-, todos ajetreados en alguna cosa. Por ser una ciudad grande, el anonimato parece asegurado: el que no te conoce, no se preocupa de saber quién eres ni de dónde vienes ni adónde vas. Se trata de un vaivén de gente de todo tipo, algunos llenos de cachivaches como un hormiguero sin orden ni reina.

La primera pregunta que uno se hace al entrar en Lagos es: ¿cómo se abastece a toda esta gente? ¿cómo consiguen de comer? Acto seguido, viene la segunda pregunta: ¿cómo gestionar la basura de un tal lugar? Es evidente que hace falta toda una logística que se ha ido forjando a lo largo del tiempo y que por el momento desconozco.

Las calles son para todo. Los coches comparten el espacio con las motos, los kekenapke y los peatones cada uno esquivando un eventual accidente que casi nunca ocurre. Un auténtico milagro. Los coches son casi todos automáticos, venidos de Los Estados Unidos. La mayoría son de segunda mano, lo que ostenta una presencia de chatarras sin paliativos que se mueven echando humo. Las motoristas circulan sin casco y suelen llevar dos o tres pasajeros igualmente sin casco. A nadie le parece importar que pueda morir por un sencillo golpe: en todo caso, sólo se muere una vez. Los kekenapke son un tipo estrafalario de vehículos de tres ruedas, cubierto por una lona y capaz de llevar tres o cuatro pasajeros. Juraría que son de fabricación de la India. Sus conductores tienen habilidades para penetrar en un minúsculo espacio entre dos coches con el fin de avanzar más rápido. Los peatones, ellos, cruzan la carretera por todas partes, esquivando los vehículos en un malabarismo que, si fuera filmado, podría ser un buen espectáculo de Hollywood. Entre los peatones se encuentran los vendedores ambulantes que me recuerdan también la ciudad de Douala en Camerún. Estos aprovechan los permanentes atascos para proponer sus productos a las ventanillas de los vehículos: botellas de agua o zumo empapadas en hielo, cola, fruta, algún que otro artículo barato etc. Así es la vida en la ciudad que no duerme nunca.


Las tiendas están desplegadas a los dos lados de cada calle, unas cerca de otras sin dejar espacio a nada. Aquí se aprovecha todo. Tanto dentro como fuera, encuentras mercancías extendidas por tierra o colgadas sobre palos llamando la atención del que pasa. No hay un hueco que no tenga negocio. Parecería que la gente de Lagos vive de negocios. Si no son productos alimenticios al aire libre, son productos manufacturados como ropa, menajes de cocina, electrodomésticos, etc. Aquí todo se vende y todo se compra. Los comerciantes son tanto hombres como mujeres.

En medio de todo esto, llama la atención la presencia de grupos electrógenos en marcha. La ciudad tiene cortes de luz intermitentes por la escasez de energía pública en comparación con la demanda. Para paliar a este problema, muchos compran un grupo electrógene aprovechando que la gasolina está producida localmente y cuesta poco. Evidentemente, el aire está tan contaminada que treinta minutos en la calle para el que viene de fuera son suficientes para sentir lloriquear y sentir picor en los ojos. Resulta contradictorio que el país económicamente más rico de África no sea todavía capaz de suministrar a su población con energía eléctrica suficiente.

La contaminación es un asunto muy serio en esta ciudad. El polvo que se eleva al cielo por tantos movimientos de personas y bienes es enorme. La limpieza insuficiente de las calles deja una buena cantidad de bolsas de plásticos esparcidas por aquí por allá. Por otro lado, las cañerías llenas de porquería indescriptible, el olor de podredumbre que sale de los valles y riachuelos dónde se acumula la mugre que se mueve por el viento y la lluvia convierte la ciudad en espacio sanitariamente peligroso. A todo esto, hay que añadir que hallar un árbol a la vista es una verdadera hazaña. No hay árboles en esta ciudad. Todo está construido u ocupado de una manera u otra. No hay lugar para plantas, flores o algo por el estilo. Los grupos electrógenos vienen a rematar la faena enviando al cielo constantemente una buena cantidad de dióxido de carbono. No parece que los verdes hayan pisado este lugar y si lo hicieran ¿qué harían? Lagos es una ciudad con alto nivel de contaminación.


A pesar de esa multitud de varias tribus y lenguas, con un inglés aproximativo, cualquier viajero se las arregla. A primera vista uno se pregunta si lo que hablan los habitantes de Lagos es inglés o otra cosa parecida. El acento es tan local con una mezcla de expresiones locales que en algunos lugares ya no es inglés realmente sino el pidgin. ¿qué es el pidgin? Para no complicarse mucho, los habitantes de aquí han acabado desarrollando un idioma propio que mezcla inglés y las lenguas locales.

Todo esto forma parte del paisaje urbano de Lagos. Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención son las chanclas. Todo el mundo lleva chanclas en la calle: niños, adultos, hombres y mujeres. No sé si es porque son baratos o porque hace permanentemente calor o ambas cosas. El hecho es que nadie o casi nadie -para dejar un pequeño margen de error- lleva zapatos cerrados. Los que van a los templos, los que conducen vehículos, los vendedores ambulantes, los que vagabundean sin rumbo tienen este mismo uniforme. Hasta los motoristas conducen con chanclas. A nadie se le ocurre ponerse las botas. Lagos es una ciudad de chanclas.

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