domingo, 13 de diciembre de 2020

El imam Layama, una vela que se apaga.

 (Gaetan Kabasha)

Hay pérdidas que sacuden todo un país y parte del extranjero. El imam Omar Kobine Layama es como esa vera que se apaga y deja parte de la casa en oscuridad sin que nadie sepa como sustituirla. Su muerte equivale a la pérdida de un gigante por su activismo durante el conflicto de la República Centroafricano y su compromiso sin fisuras por la paz entre las religiones.

Tuve la suerte de conocerlo en Madrid en febrero de 2017 cuando, junto al cardenal Nzapalainga hicieron una gira por España y de paso recogieron el premio Mundo Negro por su intensa actividad a favor de la reconciliación. En las distintas intervenciones, pudo expresar alto y claro que ninguna religión tiene que ser fuente de discordia entre los pueblos y caldo de cultivo de violencia gratuita. No lo decía como un político que repite las frases hechas sino como un hombre de convicciones, capaz de enfrentarse a los suyos con tal de presentar la cara más pacífica del Islam.

Su nombre saltó a la fama cuando la República Centroafricana se sumergió en una espiral de violencia con tintes religiosos. La agrupación Seleka de mayoría musulmana asaltó la capital y tomó el poder arrastrando detrás un sinfín de violaciones de los derechos humanos (matanzas, violaciones de mujeres, saqueos, torturas, incendios etc.). Como respuesta, los jóvenes desempleados de medio país se levantaron en diversos movimientos denominados antibalaka con el fin de acabar con todo musulmán  viviente ya sea anciano o niño, mujer o enfermo. La violencia que inicialmente parecía política tomó un giro religioso tirando incluso al pre-genocidio.

El arzobispo de Bangui, el actual cardenal Dieudonné Nzapalainga invitó al responsable de la mezquita central de Bangui y al representante de las iglesias protestantes para reflexionar junto sobre la manera de parar la sangría mostrando con palabras y hechos que nadie necesitaba una guerra religiosa en el país. Se trataba de cortar la hierba debajo de los pies de los violentos, diciéndoles claramente que no tenían ningún mandato de las religiones por las que decían combatir. El imam Kobine Layama salió así de la sombra para brillar como una vela que aleja la oscuridad dónde se encuentra.

Su compromiso le valió persecución. Fue expulsado por los suyos que no entendían como un responsable musulmán puede sentarse con un responsable cristiano y hablar el mismo lenguaje. Es lo que tienen los santos. Son incomprendidos por los suyos siempre. Los extremismos no entienden de la moderación y la consideran como traición o cobardía. Sin embargo sabemos todos que el mundo nunca puede funcionar con los extremos. El imam se refugió en el arzobispado y compartió comida y techo con el cardenal durante meses, manifestando así su compromiso por la unidad y la paz.   

La acción de la plataforma religiosa constituida por el trio de la paz (cardenal, imam y pastor) consiguió evitar una espiral de violencia religiosa globalizada. Pusieron en marcha comités interreligiosos en todas las provincias y en varios lugares pudieron alcanzar una verdadera reconciliación.

Este hombre que recorrió todo el país y medio mundo predicando la paz y la reconciliación sin tapujos y tomando postura sin medias tintas, a veces en contradicción con los musulmanes de su mezquita o de su país, se extinguió el 28 de noviembre en Bangui por una parada cardiorrespiratoria. Tenía 62 años. La funesta noticia recorrió el mundo como una pólvora porque parecía que un baobab acababa de caer en un descampado o que un oasis acababa de secarse en un desierto. Falleció además en un momento crucial porque Centroáfrica se prepara para las elecciones presidenciales y legislativas el 27 de diciembre. 

Deseamos al imam un descanso eterno. ¡Ojalá su compromiso pueda tener transcendencia más allá de su presencia! ¡Ojalá haya otros dirigentes musulmanes dispuestos a seguir sus pasos! La paz no es algo que se construye por sí sola; la construyen los hombres de buena voluntad.

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