Hace poco, falleció el que se
podría llamar el héroe de la democracia en la República Democrática del Congo.
Etienne Tshisekedi Wa Mulumba, el hombre que se atrevió con Mobutu hasta el
final, el luchador incansable, el opositor de todos los regímenes hasta la
muerte. Murió sin alcanzar ni la democracia ni el poder por el que tanto luchó como
lo hiciera Mandela por ejemplo o, en menor medida, como Abdulay Wade de Senegal
o Laurent Gbagbo de Costa de Marfil. Sin embrago, su nombre pasará a la
historia como un hombre de convicciones firmes, intrépido ante el adversario aunque,
a veces, tachado de radical.
Tshisekedi empezó con Mobutu y
fue uno de los fundadores del partido único, MPR (Movimiento Popular de la
Revolución). Fue su ministro durante un tiempo antes de iniciar una oposición
encarnizada al mobutismo en los años 80. En aquella época, el partido único era
la tónica general en la mayoría de los países africanos. Oponerse al dictador
significaba la suprema traición a la nación, crimen que se podía castigar con
la muerte. De hecho, se cuenta que el servicio secreto de Mobutu le habría
llevado a la localidad de Monga en el norte del entonces Zaïre, y le habría
marcado a fuego en la espalda los iniciales de MPR recordándole así que nadie
escapa del partido-estado.
Sin embargo, no se desanimó.
Siguió desafiando al temible Mobutu forjando poco a poco su personalidad y su partido
UDPS que acabará siendo una verdadera máquina opositora al régimen. Ni la
brutalidad de las fuerzas de seguridad de los dictadores sucesivos, ni las intimidaciones,
ni los sobornos a sus colaboradores acabaron con el partido dirigido por la
mano firme del llamado “esfinge de Limete”.
En los años 90, llegó a África la
corriente de la democracia multipartidista. Muchos dictadores aceptaron por
presiones internacionales la existencia oficial de los partidos de la
oposición. En el Zaïre optaron organizar la Conferencia Nacional Soberana. Era
como un proceso constituyente para iniciar la democracia de manera consensuada.
Tshisekedi apareció como el hombre de la situación. El entonces obispo de
Kisangani, Mons. Monsengwo, actual cardenal arzobispo de Kinshasa, dirigió la
Conferencia. Allí decidieron nombrar al opositor, primer ministro, pero el
proceso fue frustrado por Mobutu quien temía su caída si dejaba parte de su
poder en manos de este hombre que temía solo al cielo por encima de él. Durante
un tiempo, el Zaïre vivirá bajo dos gobiernos paralelos, uno de Tshisekedi salido
de la Conferencia y otro de Mobutu.
La caída de Mobutu en 1997 y la
entrada de Kabila en el poder no supusieron ningún cambio en cuanto a la
democracia. Tshisekedi que esperaba una mano tendida del nuevo inquilino de la
presidencia, se desencantó. Siguió con su oposición. A Kabila padre sucedió
Kabila hijo. Todo continuó igual. Tan es así que a Tshisekedi se le puso el
apodo del ‘eterno opositor’.
En el año 2011, después de las
elecciones, se autoproclamó presidente electo frente a Kabila que tachó de
impostor y usurpador del poder. Desde entonces, se sumergió en el silencio
dando miedo solamente con su sombra. Algunos de los suyos le abandonaron
atraídos por el pan del poder y el dinero ofrecido por el campo adverso.
La muerte de Tshisekedi supone un
antes y un después en el universo político congoleño caracterizado por la corrupción
y el oportunismo. Muere además en un momento crucial para el desenlace de una
crisis institucional surgida de la no organización de las elecciones según la
Constitución. Tshisekedi era el pilar de la mediación llevada a cabo por los
obispos entre el poder y la oposición. Cabe recordar que el 19 de diciembre de
2016, caducó el mandato del presidente Kabila y si no hubiera existido la
intervención providencial de la Conferencia Episcopal, estaríamos hablando
ahora de un caos sin precedentes. Su muerte puede suponer un golpe fatal al
proceso.
¿Qué pasará?
Después de la su muerte, podemos
imaginar cuatro escenarios:
Uno: Que su muerte suponga un
volver atrás desde el punto de partida de las negociaciones. De hecho, ya la
mayoría presidencial está diciendo entre líneas que el acuerdo del 31 de
diciembre ha de ser retocado. En este acuerdo, se estipulaba que Tshisekedi por
su categoría de anciano sabio político tenía que presidir el comité del seguimiento
del acuerdo. Si todo vuelve atrás, el radicalismo de unos y otros puede empujar
a la CENCO a retirarse del proceso de mediación. En este caso, el pueblo
saldría a la calle y el caos se instalaría.
Dos: Que UDPS sea incapaz de
encontrar un consenso sobre un sustituto y que la oposición se desagregue
frente a la mayoría presidencial fuerte. En este caso, es probable que los
partidarios de Kabila fuercen un referéndum sobre el cambio de la Constitución
con el fin de quitar la limitación de los mandatos y dejar así vía libre a
Kabila en las próximas elecciones. También en este caso, no se puede descartar
las protestas masivas y desordenadas del pueblo seguidas de la represión
sangrienta de parte del poder.
Tres: Que la oposición encuentre
un nuevo leader sólido que aglutine las esperanzas de cambio. Se perfila en
este puesto Moïse Katumbi, forzado a exiliarse y condenado en ausencia a tres
años de cárcel. Este escenario sería posible si la oposición y la CENCO
consiguen convencer al gobierno a otorgarle una gracia especial en el marco de
la descrispación política. El problema es que el gobierno teme justamente que
dejándole libre, Katumbi podría fácilmente aglutinar la oposición y ganar las
elecciones.
Cuatro: Que gane la cordura. En
este caso, la muerte de Tshisekedi aparecería como un elemento catalizador para
el entendimiento y la paz entre los diferentes actores políticos. Este
escenario, muy deseable, es sin embargo poco probable viendo el historial de la
clase política congoleña.
Esperando el desenlace de todo,
sigue en el aire la cuestión del millón: ¿Habrá elecciones presidenciales en el
2017? El futuro próximo nos dirá.
Gaetan Kabasha.
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