(artículo de Gaetan publicado en el blog de El País, África no es un país)
Hacía cuatro años que no pasaba por Bangassou, una ciudad al este de la República Centroafricana. Como muchos, conocí por la prensa la crisis desatada a finales de 2012. Al llegar a estas tierras la semana pasada, pude ver sobre el terreno con mayor amplitud y realismo la dimensión de la catástrofe a la que se enfrentó el país y de la que todavía no ha salido. Mirando con detenimiento, uno se da cuenta la gravedad de la situación y sus consecuencias a corto, medio y largo plazo.
Los Seleka llegaron a la ciudad de Bangassou en el 11 de marzo de 2013 rompiendo los acuerdos de paz que habían firmado con el gobierno del presidente Bozizé, en Libreville (Gabón). Sin previo aviso, se encaminaron hacia ella. Se enfrentaron duramente contra el ejército regular sobre el puente Mbari situado a unos 18 km del centro. Después de deshacer al Ejército nacional, entraron en la ciudad. Sucios y enfurecidos por los compañeros perdidos en la batalla, se dirigieron directamente al Obispado con ánimo de perpetrar el mayor saqueo de la zona desde el inicio de la guerra. Allí cogieron todos los coches de la Diócesis de Bangassou, en total 30 junto con los aparatos de valor, por ejemplo ordenadores, cámaras de fotos, teléfonos móviles. Otros subieron a los tejados para quitar las placas solares mientras que los demás se dedicaron a hojear todos los libros y cuadernos buscando dinero.
El padre Alain Bissialo que presenció toda la escena y pudo intercambiar palabras con los atacantes, me decía, todavía atónito, que no entendía su universo mental. “Parecían bandidos salidos de alguna cueva”, dice. Él pudo salvaguardar la casa del Obispo diciéndoles que era una cosa sagrada. Y sin embargo, en otros sitios, rompieron los sagrarios y derramaron las hostias consagradas. En Bangassou, no se atrevieron a romper la casa episcopal. Solamente se ensañaron con las casas de los sacerdotes, las escuelas, los hospitales, los edificios públicos etc. Dejaron el garaje del obispado como un escenario de guerra tras llevarse a los más de 30 vehículos.
Después del obispado, se dirigieron al centro de la ciudad donde hicieron estragos en la Administración del Estado. Quemaron todos los archivos del Ayuntamiento y de la Prefectura; saquearon la comisaría de la policía territorial y las otras oficinas públicas; abrieron la cárcel y dejaron escapar a todos los presos.
Cuando das un pequeño paseo por la ciudad, te puedes das cuenta de la inmensidad de los destrozos causados por este movimiento político-militar llamado Seleka. En oleadas sucesivas, iban y venían una y otra vez para asegurarse de haber rematado por completo el saqueo. Luego, parece que los delincuentes de la ciudad aprovecharon para rematar la faena, quitando los tejados y cogiendo todo lo que quedaba en los edificios. Fueron ellos quienes indicaron los lugares dónde se habían escondido algunos vehículos de la Iglesia.
En el centro de Bangassou, no queda ningún edificio público con tejado. El lugar residencial de los funcionarios se ha convertido en un bosque impenetrable. Todas las casas son paredes desnudas sin techumbre y ningún mueble en su interior. El gobierno central que se esfuerza por enviar funcionarios a la zona, no consigue rehabilitar los edificios. Algunos funcionarios que han llegado viven y trabajan en casas de particulares. La rehabilitación o reconstrucción de los edificios públicos será una tarea difícil. Sin embargo, a nivel del obispado, la vida ha vuelta a tomar el ritmo normal. Gracias a la Fundación Bangassou que tiene sede en España, se ha podido reponer casi todo lo perdido durante los ataques.
Consecuencias
Las consecuencias directas de la crisis en el este de la República Centroafricana fueron numerosas. Muchas personas cruzaron el río y se instalaron definitivamente en la República Democrática del Congo. Otros decidieron desplazarse hacia sus huertos dentro de la selva, lejos de las instalaciones sanitarias. Es imposible calcular las consecuencias indirectas de esos desplazamientos, entre los que no se puede descartar la muerte de muchas personas durante su desplazamiento falta de cuidados, y muchos niños se están quedando desnutridos por las carencias y la miseria que se agudizó a raíz de esos acontecimientos.
Me decía estos días una cooperante española del País Vasco que lleva tres meses trabajando por aquí, que pudo registrar centenares de niños que tienen síntomas de desnutrición severa. Se quejaba de que el Programa Mundial de los Alimentos no sea capaz de llevar comida a esa gente alegando el problema de seguridad y sin embargo, los cascos azules de la ONU son capaces de traer su gasolina y otros materiales hasta la región.
También me comentaron que hace pocas semanas estalló una epidemia de varicela en algunas zonas del norte de Bangassou. Y es que durante todo este tiempo de crisis, el programa de vacunación de los niños que se llevaba a cabo gratuitamente por la Organización Mundial de la salud se interrumpió por las acciones violentas. No se pueden descartar otras epidemias en la zona en un futuro próximo. Gracias a la presencia de Médicos Sin Fronteras, se pudo atajar el problema de manera rápida.
Más hacia el Este, en la zona de Zemio, siguen los campamentos de refugiados congoleños que huyeron de la LRA de Joseph Kony. Antes de la crisis, recibían asistencia alimentaria del Programa Mundial de los Alimentos (PAM). Desde que llegaron los Seleka a Bangassou, ya no llegan los camiones de víveres por falta de seguridad y por el estado de la carretera que se deteriora permanentemente. El resultado no puede ser más catastrófico: muchos refugiados se han convertido en mendigos, mientras que las chicas se venden fácilmente al que ofrece dinero.
También hay consecuencias positivas: por ejemplo, se multiplicaron los ONGs que llegaron al lugar para socorrer a las víctimas. Se las ve de todo tipo desde las que trabajan en el campo de la salud como MSF o en los derechos humanos como Mercy Corps, hasta los que no tienen ningún programa conocido. En la ciudad de Bangassou, es muy fácil encontrar a personas de todas las nacionalidades y lenguas. Todas las casas medianamente bien hechas están alquiladas. El lado positivo del asunto es que, de alguna manera, crean empleo para los jóvenes locales (chóferes, cocineros, vigilantes etc.).
Hablando con los habitantes locales, casi todos coinciden en que nadie ve los resultados concretos de esa pléyade de organizaciones. Algunos llegan incluso a concluir que se trata de un negocio bien montado desde muy lejos. Seguramente, habrá que encontrar el equilibrio en el punto medio. No se puede negar la labor que están haciendo los Médicos Sin Fronteras en los hospitales y centros de salud aunque todo pueda mejorarse.
El otro tema muy controvertido es el de los cascos azules instalados en Bangassou. Muchos dicen que no ven muy bien su utilidad. Últimamente llegaron los militares estadounidenses que montaron tiendas climatizadas y nadie, aquí, sabe si forman parte de la MINUSCA u operan de manera independiente.
Está claro que esta crisis creó una ruptura del tejido social, económico, político, sanitario, religioso etc. y no se podrá superar en poco tiempo. Al menos, de momento, hay una cierta calma y los niños, como siempre, sigue sonriendo a pesar de la pobreza en la que, a veces, se encuentran.
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