(Dr. Gaetan Kabasha)
Cuenta la leyenda que un sacerdote poderoso del nombre de
Okomfo, en plena conexión con el más allá, arrancó de la divinidad algo sagrado
e intocable. Hizo bajar del cielo un taburete dorado o un banquillo de oro. El
instrumento brillante y temible descansó en el regazo del primer rey llamado
Tutu. La nación Ashanti acababa de nacer. En torno al rey, todas las pequeñas
tribus se unieron en una sola nación. Sería una nación bendecida, temible entre
los demás pueblos y en constante interacción con los poderes divinos por medio
del rey. A partir de entonces, el rey no sería nada sin el taburete y la
desaparición del taburete significaría el fin de la nación Ashanti. En
resumidas cuentas, el rey puede morir, pero el pueblo no morirá mientras tenga
el instrumento de conexión con la eternidad.
En torno al taburete se construyó toda una mitología. Ningún ser ordinario se acercaría a ello sin padecer la ira de los dioses. Sólo el rey nuevo se sienta encima tres veces durante su entronización y una vez lleno de los poderes reales y sagrados, se convierte en el guardián absoluto del símbolo considerado como alma del pueblo, el objeto más sagrado que haya sobre la tierra. Aunque el rey es absoluto ante su pueblo, tiene que recordar que por encima hay algo más importante que él, representado en el taburete. De allí su sumisión y su humildad ante Dios todopoderoso.
Cuando entras en Manhyia Palace Museum en Kumasi, lo primero
que te acoge es una serie de símbolos con significados curiosos y al mismo
tiempo muy enriquecedores. El primero de todo que llama la atención es el Gye
Nyame, un dibujo difícil de describir con dos alas en direcciones opuestas,
hacia abajo y hacia arriba y un espiral por medio. Pues, el nombre del símbolo
es también su significado, es decir “solo Dios”, entre líneas, “solo Dios merece
temor”. Es una declaración abierta a todo aquello que se atrevería a
enfrentarse al pueblo Ashanti. Se puede jugar con todo sobre la tierra, pero
nadie puede desafiar a Dios y si el pueblo Ashanti viene de Dios, solo a él
rinde tributo. El rey Ashanti puede todo, pero ante Dios, debe recordar que es
inferior. Y el elemento que le recuerda esta verdad es el taburete dorado
venido del cielo.
El oro en todas las culturas simboliza la eternidad, lo que
no se marchita, lo que dura siempre. En este sentido, el taburete es eterno
porque viene del mundo de la eternidad. No solamente el rey tiene el deber de
protegerlo hasta derramar su sangre, sino que cualquier ciudadano Ashanti tiene
el mismo deber. En caso de peligro, cualquier Ashanti está investido del poder
de morir encima del taburete para impedir su profanación o que lo lleve un
enemigo.
El pueblo ashanti tiene como tótem el puerco espina y se
identifica con él. Dicen que, de la misma manera que ese animal se protege con
las espinas y cuando matas uno, surge otro para proteger lo suyo, el pueblo
Ashanti es invencible. Si matas diez, surgieran diez el mismo día para
combatirte. De hecho, en el trono del rey aparecen tres símbolos de animales:
un águila, una serpiente y un cocodrilo. Esta representación viene a decir que
si te enfrentas a los Ashantis, te encontraran en el aire como el águila, te
morderán en la tierra como la serpiente y si vas al fondo del río, te
arrancarán el cuerpo con los dientes de un cocodrilo.
Esto mismo ocurrió cuando los británicos llegaron a esta región. No sabían que había un reino bien organizado llamado Asante y un rey llamado Asantehene. Llegaron a la costa y nombraron aquel lugar Gold Cost por la cantidad de oro que encontraban. Más tarde, se enteraron que el interior de aquella tierra estaba habitada por los asante y al no saber bien pronunciar, los llamaron Ashanti. Ocurrió lo mismo Niger o Nigería. Ambos términos no significaban nada en los pueblos autóctonos sino que Niger significa negro en inglés y Nigeria significa “niger area”, zona negra.
Los británicos al encontrarse con un pueblo invencible e
insumiso, le hicieron la guerra. Una guerra atroz devastó zonas enteras. Morían
miles y surgían miles por todas partes. Al final, los británicos dijeron que lo
único que les interesaba para parar la guerra era la entrega del taburete de
oro. El rey, viendo a su pueblo en grandes apuros, se entregó a los ingleses,
pero les dijo: “me entrego como rey pero el taburete no lo tendréis nunca
siempre que haya un Ashanti vivo”. Los ingleses lo deportaron a las islas
Seychelles. El pueblo estaba derrotado pero vencido ni mucho menos aniquilado.
Con la supervivencia del taburete, la nación resurgiría de sus cenizas y
volvería a florecer.
Los ingleses pensaban encontrar el taburete con la ausencia
del rey, destruyeron su palacio, profanaron sus objetos sagrados, pero no
encontraron el taburete. Utilizaron todos los artilugios modernos y todo su
sistema de información sin dejar de lado la intimidación y la amenaza, pero no
hallaron el lugar del taburete dorado. ¿Dónde estaba? Una anciana, arriesgando
su vida, lo había llevado lejos para esconderlo. Nunca fue hallado por los
invasores.
Más de dos décadas después, el rey deportado volvió a su
pueblo y los ingleses le construyeron un palacio nuevo más moderno como gesto
de buena voluntad. Sin embargo, el rey no quiso entrar en ese palacio regalado.
Exigió el precio del inmueble y el pueblo Ashanti, con su cotización lo pagó.
Solo después, el rey pudo utilizarlo. La actitud del rey sorprendió a los
ingleses, pero, de una manera soberbia, el pueblo Ashanti acababa de demostrar
a esos incivilizados británicos que no se deja doblar con un regalo. Desde
entonces, el palacio sigue siendo el lugar oficial del reino Ashanti al mismo
tiempo que es un museo. El rey Ashanti sigue siendo respetado y venerado por su
pueblo como punto de unidad y de identidad.
Actualmente el taburete dorado está guardado en un lugar muy
seguro, inalcanzable. Por mucho que uno insista, no se lo puede ver. No tiene
reproducción ni dibujo. Dicen que el último rey que lo quiso reproducir fue
decapitado y a partir de ese momento, el miedo se apoderó de todos. El taburete
es uno y único.
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