Autor: Gaetan Kabasha
Dicen los pensadores que la guerra es el
fracaso de la política o su continuación con otros medios. En otros términos, no tendría que
haber guerra en ningún lugar sin que haya habido arreglos políticos para evitar
una solución tan extrema que, aparte de ser destructiva, lleva por delante los
seres humanos. Probablemente, las guerras que nacen en África surgen de la
precipitación o son una muestra de que la política no ha sabido atajar los
problemas con la celeridad y la seriedad correspondientes.
A finales de junio, me encontraba en Camerún.
En un viaje largo que va de Buea a Yaundé, conocí a un militar del ejército
nacional vestido de civil y sentado a mi lado en el autobús. Tuvimos tiempo de
hablar de la actualidad de Camerún, más concretamente del conflicto relacionado
con Ambazonia, la parte anglófona que quiere la secesión del resto del país. El
hecho de estar vestido de civil era revelador. Me explicó que era peligroso de
caminar a descubierto en la zona de Buea por la presencia de los
independentistas. Él y yo lamentábamos cómo en poco tiempo el ambiente se ha
enrarecido llegando a una situación de casi guerrilla en un país que lleva años
con cierta estabilidad.
El mercado de carne de Buea.
Entramos en la historia contemporánea para
entender mejor los entresijos de este conflicto comparado a un volcán que echa
sus primeras lavas.
Camerún es un país muy peculiar por su
historia colonial. Antes de la Primera Guerra Mundial, el territorio de Camerún
estaba bajo colonia alemana. Después de la guerra, como en toda África,
Alemania fue declarada indigna de colonizar; dejó todas sus colonias y Camerún
pasó bajo dominio de Francia en el este y de Inglaterra en el oeste. Dos países
con dos visiones diferentes de la política y dos sistemas coloniales
diferentes.
En 1960, después de una lucha sangrienta
contra el colonizador, la parte francesa accede a la independencia. En la parte
inglesa, el proceso es diferente: por un referéndum, los habitantes del norte,
mayoritariamente musulmanes deciden pertenecer al vecino Nigeria mientras que
los del sur, mayoritariamente cristianos, optan por unirse a la parte francesa
dentro del Camerún con el estatuto de federación. Seguirán después las
revueltas tribales muy reprimidas por el gobierno central apoyado fuertemente
por Francia. En 1972, por algún interés político o queriendo unir más el país,
el gobierno central suprime el federalismo por un referéndum dónde los críticos
opinan irónicamente que se trataba de elegir entre el yes y el oui (si y si).
La llegada al poder del actual presidente,
Paul Biya, en 1982 trajo estabilidad y cierto aire de unidad en el país. Sin
embargo, se instaló un poder demasiado centralizador con un partido omnipresente,
mermando así progresivamente el espacio político.
Como se suele decir con acierto, el poder
corrompe. Esto se puede comprobar en todas partes del mundo dónde un régimen
dura mucho sin alternancia. Camerún no es una excepción. El presidente Biya
lleva 36 años dirigiendo el país y acaba de postular por un nuevo mandato. Si
los problemas que hay en el país van empeorando, no sería erróneo relacionarlo
con un gobierno que algunos ven como falto de novedad e iniciativas.
En la actualidad, la parte anglófona está en
ebullición. Una rebelión se está fraguando a fuego lento. No hay una noche en
la que no se habrá de un asesinado ya sea de un policía o de algún
representante del Estado. Los ataques son incesantes a las estructuras del
Estado central.
En una ciudad como Buea, se oyen disparos de
las metralletas cada noche. Los lunes quedan como días de apagón completo:
ninguna tienda abre, ningún autobús se mueve. La consigna de los partidarios de
la independencia de Ambazonia (parte anglófona) se sigue a la letra, parte por
miedo a las represalias, parte por un cierto sentimiento de adhesión a la causa
por parte de los habitantes.
Ciudad desierta los lunes.
“Si el presidente nos hubiera escuchado desde
el principio, no estaríamos a estas alturas”
me decía un habitante de la ciudad a finales de junio. Me encontraba
entonces en Buea intentando entender los orígenes de este conflicto que tiene
tintas de envenenar toda la región.
Según los partidarios de Ambazonia, el
gobierno central no respetó la tradicional autonomía de la parte anglófona.
Dicen que quisieron mermar sus costumbres, su inglés etc. Empezaron a enviar a
los funcionarios y profesores francófonos. Descuidaron las infraestructuras en
comparación de otras grandes ciudades. Los iniciadores de este movimiento
insurgente acusan al gobierno central de no tener en cuenta del sentimiento del
pueblo anglófono, aunque éste, aparte del inglés, también se divide en diversas
tribus y lenguas. No faltan quienes creen que la verdadera razón de esta
escalada es el petróleo de Limbe.
Por un lado, según el filósofo politólogo
camerunés, Achille Mbembe, el país funciona por un sistema de ausencia e
inercia. No parece que produzca soluciones innovadoras para evitar el
desmoronamiento de la nación. Por otro, los secesionistas alimentan el sentimiento
de ser diferentes por el único hecho de haber tenido un colonizador diferente. Entretienen
el mito de la “colonización feliz” que les empujaría a romper con sus
conciudadanos cameruneses para volver a ser súbditos de la reina de Inglaterra.
He aquí una curiosa manera de plantear el futuro en un mundo globalizado dónde
lo único que cuenta para el desarrollo es el saber estar en el juego de
intereses mundiales.
Mientras tanto, las otras partes de Camerún
siguen su ritmo como si nada hubiera pasado. En Douala, los atascos siguen
dando la impresión de una ciudad hecha por y para el desorden. La vida continúa
a pesar de estar a escasos 80 km de la zona caliente. Yaundé tampoco parece
percibir la inminente erupción del volcán camerunés, el más mortífero, el de la
vida real de un país que está siendo erosionada por el virus de la separación y
la violencia.
La vida continúa en Douala.
No se puede olvidar que Camerún lleva años
azotado por la lacra del terrorismo de Boko Haram en el norte junto con otros
países vecinos. El terremoto de Ambazonia viene como un conflicto.
Cualquier observador se haría esta pregunta:
¿alguien sabrá aplacar la furia de este volcán que ya echa lavas?
Esperemos que la iniciativa de los líderes
religiosos encabezados por el arzobispo de Douala consiga apaciguar los ánimos
y preparar el terreno a un diálogo más hondo.
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