(Dr. Gaetan Kabasha)
Cada vez que voy a Cape Coast en Ghana, acabo con sensaciones encontradas entre la rabia, la impotencia, la angustia y otro sentimiento más indescriptible todavía entre el dolor del alma y el abismo oscuro de incomprensión. ¿Cómo no sentirme así en este lugar que representa lo peor de la humanidad, cuando el ser humano trataba al otro ser humano poco menos que a un animal? Cape Coast es ese lugar dónde se visibiliza la crudeza de la esclavitud de negros en aquellos siglos oscuros cuando algunos hacían barbaridades a otros en una insensibilidad absoluta. Allí se encuentran dos fortificaciones por dónde partían los esclavos hacia el Nuevo Mundo, hacía lo desconocido para ellos, hacia el lugar de nunca volver. Allí está la llamada “puerta de no retorno”.
Ya he escrito al menos dos artículos sobre el tema de la esclavitud en este blog. Sin embargo, al llegar otra vez a este lúgubre lugar, me doy cuenta de que es imposible agotar el tema. Siempre hay detalles que faltan o matices que aportar. Es el lugar que hay que visitar una y otra vez a pesar de las emociones que te recuerdan en el instante la cruda realidad del ser humano. No sé si hay un ser humano normal capaz de entrar en este lugar y salir indiferente.
Cuando entras en el fuerte de Elimina, un edificio al borde
del mar construido por los portugueses en los inicios de esclavitud de los
negros, se te ponen inmediatamente los pelos de punta. Empiezas a dar vueltas
sobre ficticias imágenes de hombres y mujeres, miles de ser humanos que pasaron
por allí, hacinados como mercancía, humillados como animales sin valor,
pisoteados como insectos. Se te pone la piel de gallina cuando escuchas las
explicaciones detalladas del trato que recibían unos y otros y del nivel de
absoluta inhumanidad que se respiraba aquel momento en aquel negocio.
Los negros encadenados llegaban por miles, vendidos en diversos
mercados interiores: a veces por sus propios jefes tribales; a veces capturados
en la guerra; a veces capturados por los esclavistas que les tendían trampa en
el bosque. Se cuenta incluso que algunos venían engañados con una promesa de
ver el paraíso sobre la tierra y sin darse cuenta, se encontraban en los barcos
negreros atados. Era la época en que cazar a un negro era como cazar un tesoro.
Una vez introducidos en el fuerte, se separaban a hombres y mujeres. Cada grupo entraba en su agujero sin luz. Hay que llamar las cosas como son: era un verdadero agujero. Cuando la puerta se cerraba, cada uno sobrevivía como podía al lado de otros esclavos, esperando la llegada del barco negrero que podía llegar en una semana o un mes o muchos meses. El tiempo dejaba de existir para ellos. Si tenías suerte, te encontrabas con alguien que habla tu lengua y si no, olvidabas por toda tu vida lo que había constituido tu identidad. La esclavitud no fue solamente el comercio de seres humanos sino también la supresión de identidad. ¡A ver qué es peor!
En ese agujero, no había ni agua, ni ducha, ni servicio. Cada
uno se hacía sus necesidades encima, dormía en sus desechos y cuando les
entregaban algo parecido a la comida para mantenerles vivos, comían en sus heces
y sus orinas. ¿Cómo una sociedad cristianizada llegó a tal altura de maldad?
Hay que entender que en aquel momento, el negro no era un ser humano normal;
era una bestia de trabajo, una mercancía rentable sin más. Me atrevo a pensar
que aquellos caballeros entregados a este siniestro negocio no eran insensibles
a la vida humana. Pero lo eran a la vida de esos seres que no veían como humanos.
Pensemos un momento en la situación de las mujeres en aquel agujero
oscuro. Nadie se ocupaba de sus necesidades relacionadas a su ser mujer. Nadie les
entregaba algún pañuelo, algún vaso de agua. Sufrían en su suciedad y algunos
morían en ella. Si te morías, es que no eras suficientemente fuerte como para
cruzar el océano. Eras una boca menos que alimentar. Te tiraban al mar sin más
problemas. No eras nadie ni venías de ninguna parte. Habías perdido tu ser, tu
identidad, tus raíces. Desaparecías en el la noche del olvido y nadie tenía
tiempo de llorar por ti.
El tema de las mujeres no quedaba allí. Durante el día, el
gobernador del lugar, un caballero limpio y lleno de virtudes, identificaba a
alguna muchacha guapa. Al caer la noche, sus soldados la sacaban del grupo y la
limpiaban. La muchacha pasaba por unas escaleras secretas y aparecía en la
habitación del dueño de la vida y la muerte allí arriba donde la vista al mar y
la brisa ligera contrastaban con las condiciones de abajo, en el submundo de
los desgraciados. Allí arriba, temblorosa, impotente, sin fuerza y por supuesto
sin querer, la muchacha se dejaba violar una y otra vez. Nunca entenderé el
placer que uno puede sentir con una persona violada. ¿Será que algunos de
nosotros, en algunas circunstancias, funcionan como máquinas insensibles y
sienten placer dónde tendrían que sentir vergüenza? El señor, por momentos
incluso, pasaba por ser generoso y benévolo entregando un trozo de pan a la chica
antes de entregarse la satisfacción de sus instintos. Cuando el señor terminaba
su dulce hazaña, olvidaba inmediatamente sus chispas de humanidad y expulsaba a
la chica de su habitación. Entonces, sus soldados aprovechaban el resto de la
noche antes de volver a tirar a la pobre mujer al agujero de las demás.
Al lado de los dos agujeros, hay otro peor todavía. Es la
cárcel para los recalcitrantes. Allí entraban los revoltosos que se atrevían a
reclamar algún tipo de derecho a estos señores provenientes de países
civilizados. Para dar ejemplo a los demás, te arrastraban al agujero y echaban
la puerta para siempre. Entonces ocurría lo que tenía que ocurrir: morir de
hambre maldiciendo el destino. Como ultima advertencia, obligaban a los otros
esclavos a arrastrar al cadáver esquelético y a tirarlo al mar. Los peces
evidentemente agradecían el gesto.
Cuando hablamos de la esclavitud, en general lo hacemos
recordando un trozo de la historia, pero hasta que tocas con el dedo el lugar
exacto de los hechos y ves con tus propios ojos lo que realmente hay, no tienes
idea de lo que ocurría en aquella historia. Al final de la visita, hay un letrero
puesto en por los negros americanos que vuelven a reencontrarse con sus raíces.
El letrero dice: Nunca más. Desgraciadamente, nunca podemos decir que todo
terminó. Todavía hay cárceles en este mundo peores que aquellos agujeros y
torturas más infames que las de aquella época. Y lo que es peor, algunas de
esas terribles realidades se encuentran en África, hechas por los africanos a
sus semejantes africanos.
Muchas gracias
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