(Dr Gaetan Kabasha)
En
abril 2019, el mundo entero se conmovió viendo la imagen del Papa Francisco,
con entonces 82 años, arrodillándose a duras penas para besar los pies de dos
personajes claves de la política del Sudán del Sur, el presidente Salva Kiir y
su vice-presidente Riek Machar. Aquellos políticos enfrentados desde años
habían decidido hacer un retiro espiritual en el Vaticano en un último intento
de acercar las posturas y parar la sangría que estaba viviendo su país en torno
a sus figuras.
Después de dos días durmiendo en la casa del Papa y reflexionando sobre la paz en su país, los dos líderes recibieron una bendición inesperada y un tanto singularísmo: el beso del Papa a sus pies precedido de estas palabras: "Permanezcan en paz. Habrá luchas entre ustedes, pero que se queden en los despachos; ante el pueblo ¡unan sus manos!. Francamente, un Papa besando los pies de los máximos dirigentes de un país africano y pobre en signo de servicio y humildad es un geste sin comparación en la historia. Quizá haya que remontar al Jueves Santo cuando Jesús lavó los pies de sus apóstoles para entender la hondura de ese gesto. Los africanos que saben mucho de símbolos entendieron que esto marcaba una frontera más allá de la cual ya no hay nada: o la paz o la imparable autodestrucción. ¿Lo entendieron también así los políticos?
Sudán del Sur cobró la independencia en 2011 después de una larguísima guerra de liberación que empezó en los años 1960 y terminó con un referéndum auspiciado por la ONU en el que el pueblo eligió libremente separarse de la República de Sudán. Sin embargo, aquella alegría popular fue de corto plazo. En poco tiempo, una rivalidad férrea entre el presidente Salva Kiir y su vicepresidente Riek Machar se desató bajo forma de enfrentamientos tribales. Aquellos líderes que habían luchado junto contra un enemigo común, ya no sabían cómo vivir juntos sin nadie en frente. Kiir apoyado en la tribu Dinka y Machar en la tribu Nuer, entrenaron todo el pueblo en unas cruentas masacres. Todo el país se tiñó de sangre como si toda la lucha anterior contra el Sudán del norte, musulmán, hubiera sido un entrenamiento para un enfrentamiento fratricida más mortífero todavía.
En 2018, los
dos dirigentes firmaron un acuerdo de paz en Etiopia. Pero poco después, lo
rompieron, cada uno acusando al otro de no respetar lo convenido. En esto entró
la mediación del Vaticano que acabó con aquel espectacular beso de un Papa a los
dos hermanos, unidos por el destino de un mismo país y que sin embargo, incapaces
de unir fuerzas por un interés común.
Cuatro años
después, en febrero de 2023, el Papa Francisco quiso hacer el seguimiento de
aquel gesto. Decidió viajar a Yuba, la capital del Sudán del Sur. Su viaje
había sido aplazado por problemas de salud. Esta vez, el papa no esperó a los
dirigentes sudaneses en el Vaticano sino que los quiso encontrar en su tierra.
Su idea era fortalecer aquella paz surgida del famoso retiro, pero también
estar más cercano al pueblo sufriente de Sudán.
Con esta
visita, el papa quiso aplicar su principio de “periferias” visitando aquellos
países que se encuentran en guerra o en situaciones de instabilidad. No cabe
duda que su presencia estaba vista por el pueblo llano como una muestra de
cercanía. También hay que recordar que, de manera general, la iglesia local
suele estar mezclada en los procesos de reconciliación y que la presencia de un
Papa conforta sus iniciativas.
Esperemos que
el nuevo Papa que surgirá del actual Cónclave esté también pendiente de los
lugares olvidados y de gestos que quedan en la historia como una profecía viva.