Dr. Gaetan Kabasha
En
2015, la guerra hacía estragos en la República Centroafricana. Dos grupos
armados se estaban haciendo la vida difícil, derramando sangre por todas
partes. Por un lado, los seleka, un grupo mayoritariamente musulmán y por otro,
los anti-balaka, compuesto por todos aquellos que no querrían saber nada de los
musulmanes. El país entero estaba patas arriba, con el odio en auge y una
espiral de violencia indescriptible.
La
capital, Bangui, estaba dividida en dos. Los antibalaka ocupaban los barrios céntricos
mientras que los seleka controlaban los barrios tradicionalmente musulmanes. De
manera muy particular, el barrio llamado kilómetro cinco se había convertido en
una zona peligrosa tanto por los musulmanes que vivían allí hacinados y que no
podían salir como por los no-musulmanes que no podían acceder a su enorme
mercado y sus tiendas. La situación era tal que cruzar una línea roja trazada
por unos y otros suponía una muerte lenta y atroz. Pisar el barrio del Km5 suponía
inexorablemente la muerte y salir de allí por un musulmán, también. Nadie sabía
realmente como resolver la situación.
En
esto, se le ocurrió al Papa Francisco, sin duda inspirado por el Espíritu
Santo, programar un viaje a Bangui. ¿A quién se le ocurre pensar en tal locura?
Cuando lanzó la idea, todo el mundo la tomó por una broma. Sinceramente, nadie
creía en una remota posibilidad que el Papa hiciera ese viaje. Era sin contar
con la tozudez de un Papa que había decidido poner las periferias en el centro
de su pontificado.
El
aeropuerto estaba fuertemente custodiado por los militares franceses. Alrededor
del aeropuerto, se había levantado de manera improvisada un campamento de
desplazados. El resto de la capital se asemejaba a un campo de batalla. Aquello
parecía surrealista. Del aeropuerto hacia el centro de la ciudad, cualquier
cosa podía ocurrir y de hecho ocurría todos los días. Durante la noche, se oían
disparos cruzados sin saber muy bien quienes estaban entreteniéndose con ese
ejercicio de la muerte.
En
el mes de agosto, pasé unas noches en Bangui. Entonces, se hablaba de la visita
del Papa Francisco con mucho escepticismo. Yo mismo pude comprobar que aquel
viaje era un sueño inalcanzable. Durante todas las noches que pasé por allí,
oía disparos. El miedo mezclado con la pobreza era el alimento cotidiano de los
habitantes de Bangui. Salí de allí sin ganas de mirar atrás.
Cuando
se iba acercando la fecha del viaje, los servicios secretos de Francia y de algunos
países más aconsejaron fuertemente la anulación de aquella aventura. Francia que
tenía desplegado el ejército sobre el terreno se declaró incapaz de proteger al
Papa. Entonces, el Sumo Pontífice se encontraba en Uganda. Las presiones salían
de todas partes para disuadirlo de emprender ese arriesgado viaje. Sin embargo,
nada le hizo cambiar de idea.
Días
antes, empezó a correr la voz en Bangui de que el Papa traería una receta por
la paz. Un eslogan se hizo popular según el cuál lo que se organizaba era “la
fiesta del Papa”. Los musulmanes dieron su acuerdo que pudiera visitar su
barrio y su mezquita principal. Aún así, el ambiente seguía siendo tenso. En la
misma noche antes, los disparos se llevaron por delante a unos cuantos. La
violencia no había cesado.
Dicen
que el Papa, en al avión, habría dicho al piloto: “si no te sientes seguro para
aterrizar en aquel lugar, dame un paracaídas y bajaré yo solo”. El 29 de
noviembre, Francisco llegó a Bangui. Y como si Dios hubiera hablado al corazón
de cada centroafricano, la violencia cesó. El 30, se adentró en el barrio
musulmán, el famoso km5. De manera instantánea, le siguió una muchedumbre de
cristianos que por primera vez en dos años volvían a pisar ese lugar. El Papa
rezó en la mezquita y al volver, cogió al Imán en su camioneta. Acto seguido, una
muchedumbre de musulmanes se mezcló con los cristianos y acompañaron al Papa al
estadio dónde tenía previsto celebrar la misa solemne. La receta por la paz acababa
de llegar en forma de milagro. Francamente, en aquel momento, ver a los
cristianos y los musulmanes mezclados, cantando la paz, era algo más que un
acontecimiento; era un milagro; el milagro de Francisco.
El
día siguiente, la guerra de Bangui había terminado. Ya no había barricada en ningún
barrio. La reconciliación se puso en marcha.
La
muerte del Papa afecta profundamente a los habitantes de Centroáfrica. Este
hombre de Dios quedará en su memoria como el que logró lo imposible solamente
con su presencia y su coraje.